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Domingo, 10 de noviembre de 2013

CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA

Los caminos invisibles

 Por Adrián Abonizio

* El lenguaraz qom hablaba tan bajo y pausado que el silencio era una cosa inerte y frágil. Pidió ayuda: "...ayúdennos, entiéndannos...queremos nuestro lugar", explicó antes de irse. Y él, sentado en primera fila, razonó algo que le sonó monstruoso: Es como si le sacaran su equipo de fútbol, el barrio, sus amores. Y que además lo obligaran a ser todo lo contrario. Se imaginó vivando a la divisa enemiga y por fin, a través de esa metáfora llana y futbolera, entendió el saqueo indio. Se prometió ayudarlos porque por vez primera los entendía.

* "La gente cruza mal las calles simplemente porque en su adn de hormigas hay un surco invisible que se obligan a seguir, vaya a saberse desde que tiempos inmemoriables". El razonamiento, poético, vagamente científico no cuajó en la explicación del comportamiento animal de los peatones. Su jefa sencillamente le dijo en un susurro: "¿Argumentos más pelotudos no tenés, no?". El dijo que no, pero sabía que algo de razón tenía.

* El gato negro, veteado, avanza a pasos de mimo sobre el borde del muro. Lo hace oliendo una pista secreta que lo conducirá, irremediablemente a su madriguera o a la cama de la hembra. Está en un pasillo mirándolo transitar y es el pasillo de espera de un hospital siquiátrico donde yace su hermano. Ah, si él pudiera mostrarle el gato este y ponerlo de ejemplo, tal vez, con la suerte y ausencia de medicación su hermano del alma recuperaría el camino invisible, perdido por culpa del mundo de esquizoides.

* Está en su estudio trabajando, la tevé habla sola transmitiendo un documental acerca de la recuperación del poder, las elecciones ganadas por Allende en Chile, la esperanza en las calles, la revolución latente. Siente una punzada de angustia por cómo terminara aquello, en esa pila sangre y con Pinochet arriba de los cadáveres. Habían hallado el camino sagrado y lo perdieron. Ahora son una base de aviones ingleses y están comidos por los yankis, los franceses, las penas de haber sido y ya no ser.

* Ella visita a su amigo, deprimido y ausente hace tres meses. Mira por la ventana la ciudad. "Es hermosa, pero si no te metés profundamente en su vientre primero por la garganta, después por su esófago y luego te adueñás de su hambre, te termina comiendo. La mejor senda es la de intuir y no tener miedo", culmina ella y llora mientras su amigo, el triste, el sin consuelo, la empieza a aliviar de la existencial pena profunda que está en todos nosotros como una maldición de laberinto al que hay que desentrañar.

* Ella y él han hablado y confiado entre sí sus hondas miserias, sus terrores, sus vagos anhelos de trascender y la imposibilidad de hacerlo. Por ello es que se han dado cuenta de que la mejor formas de no apartarse de la senda es no distraerse, aparecer lo menos posible en la línea de fuego de las adversidades y conformarse con poco. Ambos son artistas. Una vida llana para evitar problemas. También eso suele ser un estilo, un camino.

* Mira el auto, estacionado. Tiene diez mil pesos en el bolsillo. Podría levantarse de esa maldita reunión, decir que va hasta el kiosco y subirse al bólido y no regresar nunca más a ningún lado donde esté obligado a encarcelar a otros con propagandas estúpidas sobre las propiedades del yogurt. "Ya vengo", se oye la voz en el medio del tráfago de oraciones. Y sale por la puerta hacia un camino que se cortará inmediatamente después que cierre la puerta de la empresa de publicidad. Afuera ya es de noche y está garuando.

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