rosario

Viernes, 27 de diciembre de 2013

CONTRATAPA

El año de entender

 Por Javier Chiabrando

Sí, sí, mucho ding ding dong, pero el que se quedó trabajando mientras todos festejan soy yo. Ya sabía que me iban a dejar para lo último, obligándome a escribir un ideario de lo que se viene y de lo que conviene para el 2014. Me sospechaba que iba a tener que ser yo el que les dijera a los argentinos cuál va a ser la vereda con sol y cuál con sombra, si hay que invertir en dólares o en garrapiñada y anunciar con seis meses de anticipación qué equipos se van a ir al descenso. Es el karma de haber acertado todo el año sobre qué es ser argentino, si cotiza en Bolsa (si en la de Nigeria o en la de Francia) y haber desentrañado que Dios es argentino, pero por adopción, porque otro Dios (diría Borges) no lo había bendecido con la gracia de hacerlo nacer en esta gran patria de los cojones, tan grande que a pesar de sus detractores, tanto externos como internos (más abundantes y más dañinos), sigue de pie y dando batalla.

Esto de acertar se me está haciendo pesado. Creo que la cosa nació cuando a fines de los '80 me fui a Europa, y a los pocos días de llegar cayó el Muro de Berlín y el mundo se reacomodó semejante a lo que es ahora, matanza más, matanza menos. No creo que el cambio haya sido porque yo andaba por allá, pero no lo descarto. Entonces, fiel a mis obligaciones, mando la posta: el 2014 va a ser el año de entender. O de tratar de entender. O de hacer el esfuerzo de entender. ¿Entender qué? Bueno, este país tan curioso, que un día está que se cae del mapa y de remate y al día siguiente lega a la humanidad soja como para alimentar Africa, al mejor jugador del mundo, una reina de un país europeo y un papa futbolero, simpaticón y con arranques chavistas.

Perdón por mi vocabulario de libro de autoayuda, pero entender de dónde venimos debería ayudarnos a entender adónde vamos. Entender quiénes somos, quiénes seremos. No soy yo el que deba descifrar el acertijo, pero si debo elegir, empiezo por decir que somos un país joven, de poco más de doscientos años de historia, al que curiosamente muchos insisten en comparar con países que tienen dos mil (y más tradición y más plata y más de todo). Como no se pueden comparar los pecados de un joven de veinte con los de un huevón de cincuenta, no se puede medir nuestros errores mirando a Francia. Pero no son pocos los que insisten en la comparación, y ahí andan, agriados en vida.

Por eso el 2014 será el año de entender dónde los argentinos nos agriamos y nos volvimos pesimistas incurables. Porque tragedias hay en todos lados (por ejemplo, pateras y barcos llenos de inmigrantes hundidos en España e Italia, con cientos de muertos; claro que son negros o cosas parecidas; son los "otros" los que mueren, entonces no afectan las estadísticas). Pero en ser pesimistas los argentinos somos imbatibles, no importa que alguien nos recuerde que hace poco más de medio siglo en la educada Europa del centro, la de Beethoven, Mozart y Goethe, te mandaban al horno con toda tu familia por tener nariz grande o ser gitano.

A los argentinos de hoy, que gozamos de un estándar de vida que nunca tuvimos, tanto que medio país se irá de vacaciones en enero, y el otro lo hará en febrero, semejante tragedia nos suena a película de Hollywood, y en blanco y negro. Nosotros somos los que sufrimos penurias realmente graves: que en un hospital público te hagan esperar más de una hora, que se te corte la luz, que la AFIP te quiera cobrar impuestos o que demoren en rellenar un bache a la vuelta de tu casa. Que haga calor. O frío. Esas son tragedias. Esas son las cosas que te quitan las ganas de vivir. Eso es lo que hace que haya tanta gente que lamente haber nacido y tener que vivir en este país de mierda.

Quizás ese pesimismo nace en que ahora la vida parece más difícil que antes. Pero en ese antes hubo guerras mundiales donde los muertos se contaban de a millones, en ese antes en España se mataban entre hermanos o vecinos, en ese antes en Argentina te tiraban al río drogado por tener el pelo largo. En ese antes las mujeres no podía votar, los negros no compartían ómnibus con blancos y mucha gente nacía condenada. Quizás ahora todo parece peor porque todo se sabe en tiempo real y no falta el que, viviendo en Buenos Aires, sufra los temores de viajar por un accidente de avión en Uganda; o el que viviendo en Ushuaia reniegue del país por cortes de luz en barrios de Buenos Aires (y no de solidario, se entiende).

Entender, entender es la tarea, como diría la mitad que da menos asco de Fito. Entender cómo es posible que gente a la que nunca le importaron los derechos humanos, o que haya dicho que el Gobierno hacía un uso político del asunto, salga a verduguearte por el tema Milani. Entender por qué el Gobierno no hizo antes algunas cosas que había que hacer y que se caían de maduro: recibir a dirigentes de peso, explicar cada día cada una de sus acciones. Entender cómo es posible que Boca haya rifado tres o cuatro veces un campeonato. Entender cómo mis novelas no son elegidas las mejores del año. Entender qué pasa por la cabeza de los que traicionan o van a traicionar. Mucho por entender, pero es todo un año; hay tiempo.

Entender también dónde nace esto de la brecha entre los argentinos, si realmente existe o es otro de los montajes nuestros de cada día. Los que lo dicen lo dicen como espantados, como si hubieran descubierto una verdad oculta, como si entre los hermanos argentinos nunca hubiera existido una brecha. ¡Qué horror! Pero si ayer nomás éramos todos hermanitos que compartíamos la bombilla del mate, las esposas y las camas de las mucamas. ¿No era brecha la que había entre unitarios y federales, entre la oligarquía y los laburantes, entre los que se alegraron y los que lloraron cuando voltearon a Perón, entre los que se alegraban de la muerte y los que morían (o corrían, si podían) durante la dictadura? ¿No había una brecha en la que se caían argentinos de a montones en 2001?

Lo que pasa (y aviso que sólo intento tratar de entender; entender lo lograré el año que viene) es que esa brecha puso por primera vez de un lado a los verdaderos invisibles, que no son los muertos de hambre y los piojosos que no tienen dónde caerse muertos. Los verdaderos invisibles son los dueños del poder económico, los que tienen la mosca, la sartén por el mago y el mango también. No se los acorraló, es verdad, y quizá nunca se logre hacerlo, pero se les puso nombres, están ahí, de algunos conocemos sus caras y cada tanto se ligan sus buenas y merecidas puteadas. (Y de paso el peronismo cumple por primera vez la consigna de la marchita: "combatiendo el capital"). Ese sí es un cambio en este país.

Pero no hay que entenderlo ahora, lo haremos el año que viene. Y aprovecharemos para entender también cómo es posible que haya tanta gente de bien que ante la brecha se pone del lado de los poderosos. ¿No aprendieron nada viendo las novelas de Thalía, donde los malos eran siempre los dueños de la hacienda?

Hay más cosas para entender. Son miles. Queda entender cómo es posible que los que quieren sacar a CFK del poder no sepan por quién reemplazarla. Queda entender quién de todos los que lloran en los rincones se hará responsable de los retrocesos (vea las noticias de España, si tiene dudas). Entender cuánto tiempo pasará para que los que pongan en el poder a un Frankenstein capaz de obedecer los dictados de los buitres empezarán a hacerse los boludos como todos los que votaron por segunda vez al Turco que Lo Reparió y a la semana no los encontrabas ni con GPS.

Queda entender el miedo de la clase media. Les aseguro que me voy a esforzar para entender cómo es posible que no se den cuenta de que son los destinatarios del susto, el objetivo del miedo. Que les arman un saqueo para poder refregárselos en la cara en el noticiero de las 20. Cómo es posible que no sean capaces de mostrarse más valientes, como Thalía, que se pone yegua cuando le tocan el amor y la familia. No. Los asustan y se dejan asustar, no se rebelan, no se indignan. Se indignan porque Moreno es grosero, si lo es. Pero no de que los quieran asustar a cada rato. ¿Miedo a qué tienen, a no poder pagar las cuotas del cepillo eléctrico, a que la negrada se multiplique y te toque uno de vecino? ¿Miedo a perder conquistas que lograron otros?

Y me voy a esforzar por entender cómo alguien puede no respetar este país cuando un tipo como yo lleva a su hija a un hospital público por un problema serio (en vías de solución) y sin preguntarle si es argentino, esquimal, musulmán, fugado de la ley o amigo del gobierno, la tratan médicos de gran formación, la transfunden con una sustancia ¡carísima!, la internan los días que sean necesarios, la tratan como al más indispensable de los seres humanos, y cuando se va le dicen que no se olvide de pasar por la farmacia para retirar los remedios. Eso en los EE.UU. equivale a empeñarse por tres generaciones. Acá es gratis. Queda mucho por entender, pero es todo un año, hay tiempo. Disfrute de las fiestas, cúrese de la resaca, que queda una gran tarea por delante. Salute.

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