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Miércoles, 17 de septiembre de 2014

CONTRATAPA

Una fría noche de verano

 Por Mariano Molina

"El fundamento de la regla del trazo Unico de Pincel reside en la ausencia de reglas que engendra la regla, y la regla así obtenida, abarca la multiplicidad de las reglas". Shitao.

El arco del cielo se expande rojizo. Las sombras se hacen figuras. Una luz aun no directa va multiplicando los relieves. La espesa bruma desciende lentamente descubriendo los picos de la montaña. Los árboles, la caída de agua y el horizonte se anuncian. La energía se condensa en materia. Un monje en una ladera, estático, pinta en su mente el paisaje. Anudado a la piedra ha presenciado cada amanecer del último mes de primavera. Es el decimo año que visita la montaña Hungshang. La estudia como si no la conociera. La imagen del día anterior se ha desvanecido, hay una nueva montaña Hungshang con cada salida del sol.

Sus costumbres son mundanas. Se da muchos nombres y, como los laicos, no desea raparse la cabeza. Altivo, de mal trato, su sangre real proviene de la dinastía Ming que ha perdido el manejo del mundo a mano de los manchúes. Su padre es muerto después de reclamar la regencia de Guaijin siendo el monje muy pequeño. Para mantenerlo a salvo de los usurpadores ha sido convenientemente ingresado para su educación en el convento Budista de Lashan. Tarde por la mañana regresa al poblado donde dibuja en tinta sobre papel. Busca en los trazos la esencia más allá de las mera forma de las cosas. A veces pasa el pincel sin tinta por sobre la hoja durante horas. Brusco e incisivo como un rayo en la noche, o suave y extenso como la primera brisa de la mañana, el movimiento libre de su mano nace del espíritu. El pincel encuentra la pintura, de su mezcla nace el caos original y el camino del primer trazo a los diez mil trazos.

Una tarde nos llega un dibujo. Un niño lo toma y exclama. Es el dibujo de un pájaro volando sobre el valle, y es también un papel en el que está volando un pájaro. Algo de todo lo que sabe perturba al monje sin embargo. Sabe que la montaña no es la montaña de las formas. Cuando la montaña es separada del valle por una línea estanca y divisoria surge el modo de los pintores vulgares. Pintan dogmas, imágenes repetidas que han aprendido. Sabe de los rasgos propios de cada pico; de los movimientos únicos de cada río, de los contrastes de los valles y de los arboles en cada estación. De la fuerza perenne del agua del océano. Esto que sabe no puede ser ejecutado, la inercia se ha apoderado súbitamente de su espíritu creador. En vano completa papeles de pinceladas duras y heladas. Se retrae y desdeña presenciar amaneceres. Recitando versos de antiguos poemas protege a rescoldo el corazón.

Pasan los días alrededor del monje de Lashan, los pensamientos tejen febriles alguna salida. Un frío anochecer lluvioso, entrado el verano, se detienen unos carreros frente a la choza del maestro, van hacia el valle mas allá de los picos nevados; cargando frutas llevan noticias del reino a las poblaciones alejadas. Hablan de las políticas del emperador y de los príncipes. Una discusión por cuál será el camino más adecuado se da entre dos de ellos. El más joven, nacido bajo la nueva dinastía, argumenta reprochando el modo de entender de los antiguos, el más viejo cree en los dichos de sus antepasados. Cada uno mantiene argumentos vitales y rígidos inescindibles y por lo tanto amenazadores de sus propias personas. Un tercer carrero se levanta y opina que puede prescindir de las explicaciones escuchadas y que se dejara conducir por cualquier sendero que elijan, pues cualquiera los llevara a destino.

Como en la punta de la rama, la yema se hace al brote de la hoja, así las palabras de los carreros despiertan el soplo creador. Recuerda entonces el monje las remotas voces de quienes lo salvaron al convento. Piden su protección hasta que pueda reclamar su legítimo lugar. Piensa en los dones que la naturaleza le ha brindado bajo la forma de caligrafía, en su elección por la pintura. En los años de estudio; en el peregrinaje hacia paisajes diversos y en esta noche, en la cual entiende que el trazo único del pincel anida en su propia historia. Nada puede ser ejecutado en el arte sino hay un arreglo fundamental previo a cada obra, el abandono de lo aprendido, la entrega del estilo cognitivo en favor de la substancia, que por el espíritu se transformara en obra.

Zhu Ruoji, ha dejado de llamarse monje Daoji, y puede ser nombrado como otros diez mil seres: Shitao, El Viejo de Quingxiang, El Venerable Ciego, El discípulo de la gran pureza, El Monje Calabaza Amarga, Dadi, o como uno solo de ellos, uno que es substancia con su obra, animando desde el vacío circunscripto por la tinta el soplo creador. Al haberse olvidado de si reclama su lugar en el reino de las artes.

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