rosario

Domingo, 13 de agosto de 2006

CONTRATAPA

Los sueños y el techo

 Por Luis Novaresio

Uno: Me siguen impresionando las puertas automáticas. Serán de lo más cómodas, me dijiste, pero no me gusta que un artefacto pretenda anticipárseme a la acción. Te miré. Y claro. ¿O qué son, si no, las puertas automáticas? Torpes buchonas de tu deseo de entrar y salir que estropean el derecho que todo ser humano tiene de abrir de repente, irrumpir, demostrar energía de enojo ante los que están adentro o de espiar, silencioso, amoroso o mero fisgón y vaya a saber cuánto más. No me gustan. Y bueno, me dijiste, ya estamos en el lobby. Ahora hay que ver cómo se la encuentra. Sin levantar sospecha. Eso es cine. Te miré. Hoy tenés un día, alcancé a leerte el pensamiento como si de golpe yo fuera mecanismo lector de conciencia. Como si fuera puerta. Pero más profundo y refinado, convendrás. Ingresar a un hotel de varias estrellas, pisar el mármol lustroso de la recepción poblada de chicos con uniforme, niñas con actitud de saber resolver lo que sea, sortear equipajes dispuestos en carritos de caños dorados símil carroza real y pretender pasar desapercibidos buscando a una persona, es de cine. Francés. Comedia con Michelle Serrault, para más dato. No divagues. A ver si la podemos encontrar, me dijiste, sin levantar sospecha. Cine.

Una mujer se desbarranca en un sillón de seis cuerpos blanco. No se tira, ni se cae, ni se recuesta. Se desbarranca. Su peso, su no importarle nada porque soy turista, la hace desbarrancarse. Sacude sus pulseras de oro con impudicia y acomoda su celular extra chato en su oreja antes de empezar a los gritos. Esto es impensando, mi amor. Maravilloso. Te ruego que recuerdes, si vas a empezar a reprocharme mi gesto, que la desbarrancada decía lo que decía en tono de soprano dramática luego de morir la Traviata y, lo que no es menor, en inglés. El idioma de esos sajones tiene más convicción en los gritos. El portugués suena mejor en las canciones, el alemán en las órdenes y el italiano en los desórdenes. El inglés, en los gritos. Esta ciudad es maravillosa, amor. Tiene un río enorme y no contaminado. Si hasta me dicen que en verano se bañan en sus playas. Todos son amables, viven en casitas de lo más pintorescas y no se quejan de la pobreza. Están como acostumbrados. Like used to, sonó en ese idioma gritón. Viven en sus casitas. Sus casitas. Pintorescas. Desbarrancadas.

Y nosotros buscándola a ella. Quizá fuera una mucama. No tenemos demasiados datos. Treinta y seis años. Eso sí. Me la imagino menudita, no muy alta. De piel blanca, ojos almendra claros, pequeños pero observadores. Entonces puede ser esa chica que atiende en el bar. Café doble, una jarrita de leche fría aparte y un cortado común. Cada vez que vos decir cortado común siento que te disculpás con la moza como diciendo a mí traeme cualquier cosa, el raro es este otro. Yo te sugerí que en cambio de preguntarle a ella, fuéramos a recepción y tratáramos de ser simpáticos con los de atrás del mostrador. Somos amigos de la infancia de Carlos David Sánchez y hace mucho que no lo vemos. Vivimos afuera. Preferiría no decir eso porque capaz que nos volvemos a encontrar con la chica y se daría cuenta de la mentira. Bueno. Somos amigos de la infancia de él y le queremos dar una sorpresa. Puede ser. Me gusta más. Entonces, sabemos que la esposa trabaja acá y se nos ocurrió venir a buscarla para que sea cómplice de nuestra idea. Dos opciones. Nos creen, la buscan, o la misma moza dice soy yo, qué alegría, salgo a las 4 y charlamos. O la otra: detenidos en la segunda, esto es jurisdicción de la comisaría de calle Paraguay, tres horas dando explicaciones y a la espera de que alguien nos crea esta historia. ¿Y quién nos va a creer? Soy periodista, recibí una carta en la redacción de un padre que se queda sin casa y vine a buscar a su esposa, para conocer de cerca la cara de alguien que se quedó fuera del sistema. ¡Pero esa es la verdad! Me miraste. Seguro que te creen. Andá y preguntá.

Cuando te atrevés, pensando que tenés memorizado el libreto, te acercás a la primera mujer de uniforme anodino que se te cruza y, antes de hablar, escuchás que esa recepcionista dice que la empleada, la señora de Sánchez, no vino a trabajar. Y la chica dice: es raro que falte, es una laburante de ley. Le debe haber pasado algo grave. Otra más. No tiene suerte en la vida. ¿Se le ofrece algo, señor?, te dice. No se te ofrece nada. Salgamos del hotel. Y otra vez, ese artefacto te lee el pensamiento y te priva del derecho de cerrar la puerta con pesar.

Dos: Rosario, 9 de agosto de 2006. Se me hace difícil expresar cómo estoy en este momento. Sigo porque tengo una familia muy hermosa, una gorda de 2 años, un flaco de 12 años inteligente, todavía diciéndome antes de irse a la cama, papi que dios te bendiga y que sueñes con los angelitos. En este momento, usted sabe qué duro que es decirle en reunión de familia que el día 21 de octubre tenemos que entregar la casa donde alquilamos y no tenemos donde ir. Porque volver a alquilar es imposible contar con $1500 a $1800 para entrar, sabe, con mi esposa de 36 años, yo de 33 ganamos unos $1400. ﷓ entre los dos trabajando de 8 a 12 horas diarias, a esto le sumamos que tenemos que pagar a una señora para que nos cuide los chicos $350, más gastos de comida, de escuela y ropa para todos limitado. Hace 9 años que estamos anotados en Fonavi, usted lo conoce, nosotros no, porque siempre vivimos por derecha pagando impuestos. Encima nos piden un disparate, no tenemos para pagar $2000 o $3000 para conseguir un departamento, no tenemos amigos políticos y si queremos sacar un crédito. Los bancos prestan el 40% del valor del inmueble, el resto lo tenemos que poner nosotros pero terminamos pagando por el total, a esto se suma que los avales laborales no nos sirven para acceder.

¿Sabe? Estoy cansado de escuchar los suculentos sueldos de los políticos que todos tienen sus casas y lujosos autos sabiendo que con lo que cobran gracias a nosotros sus hijos tienen el futuro asegurado.

Tengo un mes para conseguir un techo para mi familia y voy a hacer lo que sea para lograrlo y si no moriré en el intento, tengo una decisión tomada y gracias a la situación de que todos los políticos se llenan los bolsillos, tengo derecho a tener un hogar para la buena crianza de mis hijos porque lo dice la Constitución de la Nación Argentina, porque soy argentino.

Gracias por leer esta carta y hacer público un problema más de vivienda. Sé que no soy el único pero estoy por quedar en la calle y no lo voy a permitir. Carlos David Sánchez.

Tres: Tengo la carta de Carlos frente a mí. Lo llamé y me contó que él es vigilador privado y su esposa trabaja en un hotel del centro. Miro la carta con la esperanza de que se corporice, se desintegre, no sé, que haga algo. Si las puertas se pueden abrir con la sola aproximación de mi voluntad, el deseo de tener una vivienda digna de esta gente, poderoso y pesado deseo, tiene que poder hacer real. Abrirse y cerrarse. Pero no pasa nada.

Entonces, cuando no pasa nada, pasan las preguntas. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué en la cuenca lechera y sojera más millonaria en dólares no todos tienen una vivienda digna? ¿Por qué este chico puede escribir una carta, mandársela a un periodista y destrozar la sensación de ser una estadística, golpeando con dolor el sentido de la miseria de los de buena leche, como vos, como nosotros? Porque esa carta es esto: una bomba, un misil Katiusha sobre el efecto tranquilizador que dan los números. El cincuenta por ciento de los habitantes de Rosario tiene déficit de vivienda. ¿Y qué es eso? ¿A dónde vive el cincuenta por ciento? ¿Qué cara tiene un cero dos por ciento? Nadie lo sabe. Entonces nadie, ni vos ni yo, nos intranquilizamos. Carlos David Sánchez tiene cara. Y vida. Y esposa que trabaja en el hotel al que fuiste, y dos hijos. Uno chiquito, el otro adolescente.

Tengo la carta de Carlos frente a mí. Mientras vos leés esta nota, la sigo teniendo. Bastaría que si sos inquilino del poder, no mero solidario desde el corazón individual, me llames. Me escribas. Me busques. Como yo la busqué a ella. Y, me acuerdo muy bien, haciendo honor a tu acto voluntario de poner el pie delante de la puerta del poder para que se abra la recepción de la función pública, hagas lo que tengas que hacer: So-lu-cio-nar. Encontrarle una solución a Carlos y a todos los Carlos.

Empezá por uno. Acercate a la puerta, llamame, y demostrame que no sos un mero artefacto idiota que presume leerme el pensamiento y tenés ganas, en serio, de algo de acción propia. Tengo esa carta frente a mí. Todavía.

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