rosario

Lunes, 3 de agosto de 2015

CONTRATAPA

El vikingo

 Por Víctor Maini

"El hombre es el único animal que, después de saltar como osos bailando sin parar, de relacionarse como conejos y comer como leones de circos hambrientos, entiende que no existen muchos placeres más intensos en este mundo que el de una buena conversación con alguien que lo escuche y lo enamore con su voz llenando viejos vacíos. Sabe que, como en el tango, se necesitan dos personas para lograrlo y tiende a buscarla. Un papel en blanco puede servir para perderse en sí mismo en medio de un poema, como quien decide salir a buscar el amor a ciegas. También somos la única especie que hace cosas porque sí, por amor al arte, mientras buscamos a ese ser imaginado. Estos alambres retorcidos, plumas y piedras de colores también son signos desesperados, no lo vea nunca solamente como un adorno..." Esto le dijo un artesano a su cliente en la rambla Cataluña un domingo por la tarde, antes de abrocharle en su cuello un collar recién comprado. Al cabo de unos minutos, la mujer tomó la artesanía entre sus manos como si fuera un libro y canjeó su emoción por lágrimas. Este hombre de ojos claros, frondosos bigotes, dueño de un andar cansino, portador de una valija abierta a modo de exhibidor de pendientes, anillos, tobilleras y gargantillas, acaparó mi atención eclipsando el horizonte recto del río y algunas curvas femeninas que flameaban en medio de una marea humana. Lo perseguí a escasos metros de distancia. Observé cada uno de sus movimientos, lentos pero seguros. Como un viejo pirata, sabía abordar a su cliente, lo elegía, entablaba fácilmente una conversación como si se conocieran desde siempre. En un momento decidí cambiar mi estrategia. Me adelanté a su recorrido unos veinte metros, me senté en la silla de un bar de la costa y lo llamé con mi brazo derecho en alto al verlo pasar cerca de mí. Se acercó de mala gana y entablamos el siguiente diálogo. Buenas tardes/ Buenas tardes, ¿Qué desea?/ Ando buscando unos aros para mi novia.../ No hace falta que me mienta, hace un rato que me viene siguiendo.../ En realidad... soy periodista y quiero hacerle un reportaje/ Parece que no me entendió, le pedí que no me mintiera.../. Sabiendo que era el final de la charla, me paré rápidamente, lo miré a los ojos y le dije "¿Con qué fin llega usted al alma de la gente?" Cerró su maletín de madera, lo apoyó sobre la mesa, se tomó un tiempo para sentarse y se confesó en voz alta. "Me duele la soledad. La soledad que veo, tal vez sea la que traigo, pero verla aquí en medio de tanta gente, más que absurda, la siento cruel". Sentí que hablaba emocionado. Me contó que su trabajo le había devuelto la salud, que había vencido el estrés y la psoriasis. Su obra de arte se completaba cuando la pieza creada tocaba la piel de la mujer imaginada. Dijo percibir a su potencial cliente en el momento que la creación lo llenaba de felicidad. Habló de niveles de soledad a los cuales trataba de darles respuesta con amor y verdad, dos palabras que nadie puede definir, pero todos sabemos que existen y duelen. En la costanera, al unir su obra con el ser que la inspiró, cierra el círculo y se siente pleno. Cree que sus palabras llegan al alma solitaria porque parten desde otra alma olvidada. De repente, en otro tono de voz, me preguntó si estaba satisfecho con la respuesta y si podía seguir con su función. Le agradecí y le pregunté su nombre. "Vikingo, me dicen, pero, en realidad me siento un charrúa". Mientras preparaba sus elementos de trabajo, extrajo un par de pendientes desde una bolsa de cuero y me dijo: "Su mujer también es hermosa, sólo falta que la redescubra. Tal vez estos aros le sirvan. Se lo deseo de corazón". Le agradecí por segunda vez y lo miré partir. Estuve a punto de detenerlo nuevamente para decirle que también me sentía solo, que para mí, en estos momentos, la vida es una lucha constante para conseguir una gratificación diaria, que hay días que lo consigo, más otros no, pero que el haberlo conocido me cargaba de un potente plus para varias jornadas de sequía. Quise detenerlo, pero me contuve. Tal vez porque nunca me gustó decirle a la gente lo que ya sabe.

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