rosario

Viernes, 7 de agosto de 2015

CONTRATAPA

Viaje al centro de la Tierra

 Por Leonel Giacometto

La verdad es que estoy totalmente aterrada. Faltan veinte minutos para la partida de mi ómnibus y hace más de una hora que estoy sentada en un asiento de la terminal. No tengo otro sentimiento más que el terror. Podría llorar con mucha facilidad, pienso, pero no puedo. Mis ojos deben estar rojos en este momento y cualquiera que me mirase ﷓nadie lo hace en realidad﷓ podría pensar que estoy a punto de echarme a llorar. O que estoy drogada. Pero no. Nada de eso. Son mis nervios, mi ansiedad por huir. Huyo, estoy huyendo de él, quizás para siempre esta vez.

Sin embargo aquí sentada como estoy, a menos de veinte minutos para la partida de mi ómnibus, no sé realmente la causa de mi terror. Aunque sé que es terror lo que siento. Es un miedo extremo y viscoso desparramado por todo mi cuerpo. Es terror pero no sé de qué. Terror de qué si sé con certeza que no vendrá. Lo sé. Estoy tan segura de eso que quizás mi terror sea justamente porque no vendrá. Terror de saberlo lejos. Terror de su aparición. Terror de saber que no vendrá. Terror por no saber o terror por saber. Terror, simplemente. Terror por saber que yo soy la culpable. Terror por ser él quien piensa así. Terror por no poder no sentirme culpable. Terror porque soy yo la que huye, la que decidó alejarse de su vida, la cual alguna vez, y no hace mucho, fue nuestra vida.

Cierro por un instante mis ojos ﷓todo lo que el terror me permite﷓, inhalo profundamente y dejo que el ruido de la terminal ingrese a mi cuerpo. El sonido de los pasos apurados, el murmullo de la gente, los motores y esa voz de mujer fumadora que continuamente anuncia los diversos destinos. En cualquier momento anunciará el mío. "Empresa El Rosarino anuncia su servicio de la hora 22, con destino a la estación de Retiro, Buenos Aires, por plataforma ocho". En breve, entonces, escucharé esa voz de mujer fumadora y seguramente me pondré más nerviosa y seguramente también se acentuará mi terror. Tomaré mi bolso, trataré de calmarme un poco, me acercaré al ómnibus, presentaré mi pasaje, subiré al primer piso, buscaré mi asiento designado ﷓siempre ventanilla, nunca pasillo﷓ y me sentaré a la espera de la inminente partida. Entonces aparecerá él. Entonces aparecerá él en la terminal buscando la empresa, la línea, el ómnibus, la plataforma en la que parto. Y la encontrará. Y me encontrará. Se parará en la plataforma y me mirará. Su rostro no demostrará ni tristeza ni alegría, como siempre. Sólo estará ahí, parado en la plataforma, observando mi partida. Yo lo veré. Nos miraremos. Él notará mi angustia, mi terror pero pensará, como siempre, que es asunto mío. No lo demostrará; se lo guardará, como siempre. En ese momento, para él ﷓y quizás para mí, también﷓ sólo importará el hecho de su llegada a la terminal. La importancia de su llegada. La acción de venir. Sólo eso, venir a verme partir. En mi cabeza aparecerán algunos fragmentos maravillosos de nuestra vida: su sonrisa, más allá de saber qué hay detrás de ella; alguna región de mi cuerpo tocada por él; alguna región de su cuerpo tocada por mí; su cabeza en mi hombro; sus intentos por llorar y mis ganas de que lo haga; nuestras horas en la cocina; el pororó con azúcar compartido. Fragmentos, hojas sueltas, unas cuantas fotografías bonitas. Nada ha podido cambiar eso, pensaré y se disipará y mutará el terror, mi terror desaparecerá en el mismo momento en que el ómnibus ponga su motor en marcha y yo pida descender. Y lo haré. Bajaré del ómnibus con mi bolso y, mientras aquel se retirará lentamente de la plataforma, de la terminal rumbo a la estación de Retiro, en Buenos Aires, yo estaré parada a varios metros de él, en silencio. Trataré, como él, de no demostrar nada. Pero no podré. Él también estará en silencio. Y ahí tendré, otra vez ya no sabré si es terror, ansiedad, amor o enfermedad. Y, quizás, me consolaré con ese no saber ya que él tomará mi bolso y, siempre en silencio, nos iremos juntos de la estación. Y volveremos a ser uno; todos los días uno. Y ya no habrá más dolor, ni terror, ni nada que pueda poner en palabras. Él volverá a abordarme, a hechizarme, a encantarme, a embaucarme con su idea del amor. Y estará rebosante, aunque no lo demostrará, como siempre. Como yo, que sí lo demostraré. El resto de la semana, de los meses, el resto de todos y cada uno de los instantes será sólo para nosotros dos, ya transformados en uno. Él volverá a ser el centro de la Tierra y yo la persona que lo circunda, que lo ama sabiendo... ¿Sabiendo qué? No importará. No podré evitarlo. Las cosas irán bien algún tiempo y yo seguramente pensaré que él, de alguna manera, comienza a hacer, a ser lo que yo pienso que debe hacer, lo que yo alguna vez pensé que era. Pero un día volverá a su silencio, a su provocador silencio. Y yo lo odiaré por ese silencio, por esa estúpida falta de cambios de opinión. Yo me odiaré un tiempo, me echaré la culpa y lo odiaré a él por no demostrarme su amor. Él me dirá que me ama demasiado, que no necesita mostrar ("demostrarme", dirá) nada, que estoy enferma, que la culpa es mía, siempre mía. Y yo sí lo amaré demasiado. O lo amaré lo suficiente para pensar que yo podría ayudarlo sin provocarlo. A pesar de los moretones, de las bromas pesadas, de mi insignificancia. Por qué no hacer un esfuerzo más, me preguntaré. Pero no durará mucho y volveré a esta estación. Volveré perpleja, angustiada, llena de terror.

"Empresa El Rosarino anuncia su servicio de las 22 hs, con destino a la estación de Retiro, Buenos Aires, por plataforma trece", escucho. Me equivoqué de plataforma pero no me levanto. Permanezco sentada unos instantes más. Veo a mi alrededor algún movimiento. Gente que viajará conmigo. Alguien silba una canción conocida. No logro saber cuál. Trato de recordar cuál era. Pero no, no sé cuál es. En mi cabeza resuena su voz diciéndome que yo soy su propiedad privada. Varias veces me lo dijo. Y lo dijo en serio. Eso es el amor para él. Suena erótico, pero quiere decir que yo soy su objeto, quiere decir que no soy una persona. Ése es su amor, un amor intenso, profundo, devorador. Su amor, sólo eso importa. Es una canción de Calamaro.

Me paro. Tomo mi bolso y aquí estoy: parada con mi bolso a pocos metros del ómnibus que me llevará a Buenos Aires, mi ciudad. Parece, por un instante, que el tiempo se detiene y yo me veo en esta situación, en esta postal por el resto de mis días. Siempre a pocos metros de la partida pero paralizada, sin poder moverme, sin poder pedir ayuda, negando una y mil veces lo que sucede. Sin embargo doy los primeros pasos y comienzo a caminar hacia el ómnibus. Veo que poca gente viajará conmigo. Doy mi ticket y subo. Ventanilla, nadie a mi lado y en tres o cuatro minutos rumbo a Buenos Aires. Ya no sé si es terror lo que siento. Por un instante pienso que esa palabra es muy fuerte, que quizás me estoy volviendo loca pero no, es terror. Aparecen tres palabras, no sé por qué: comprensión, compañía, convivencia. Son palabras, sólo eso. Palabras. Escucho el sonido del motor. Imperceptible al principio, el ómnibus comienza a moverse. Miro por la ventanilla y cierro los ojos. Respiro profundamente y los abro. Veo a una mujer que llora. La envidio.

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