rosario

Viernes, 14 de agosto de 2015

CONTRATAPA

Fútbol y política

 Por Roberto Retamoso

para Marcelo Scalona, Marcelo Britos y Pablo y Perico Pérez

Mientras se sienta junto a los otros alrededor de la mesa del bar, despliega la página del diario donde el periódico presenta el hecho como una curiosidad.

--¡Andá!... --exclama uno.

--¡Dejate de joder! --reclama otro.

Un tercero, quizás con más lecturas que el resto, arriesga:

--Parafraseando a Borges, diría que los canayas no son ni buenos ni malos, son simplemente incorregibles.

La cita borgeana hace que esboce una sonrisa mientras le pide al mozo, por medio de una seña, un café. No le parece mal la asociación de los canayas con los peronistas, pero ése no es el tema. O no lo es por ahora, en todo caso, porque el diario está hablando de otra cosa. Habla -mostrándolo en imagen, además- de un voto que apareció en el escrutinio practicado en una escuela de la ciudad, donde el candidato a presidente de la república era nada menos que el Chacho Coudet. Y no era un torpe símil, un pretendido voto confeccionado a mano sobre cualquier papel, sino que era un voto debidamente impreso, atendiendo a todas las características formales que poseen los votos aprobados por la justicia electoral.

--Mirá que hay que ser pelotudo para hacer eso... --comenta uno, observando la imagen.

--¡O enfermo, como todos los sina!... --agrega otro, provocando una carcajada espontánea en el resto.

--Lo que pasa --interviene entonces-- es que ustedes no entienden lo que es la pasión. Es lógico --agrega, sarcástico-- ya que tienen cubitos en la sangre...

--Rajá... --le espeta el que había dicho que hay que ser pelotudo para hacer eso--, ustedes son tan, pero tan tarados, que son incapaces de entender las cosas más simples. Por ejemplo, que una cosa es el fútbol, y otra la política.

Como el mozo le acaba de servir el café, rompe un sobre de azúcar y echa el contenido en el pocillo. Realiza la maniobra en silencio, aunque sin dejar de mirar a su contrincante; el silencio, parece, es un territorio donde momentáneamente se refugia para tomar fuerzas, reordenar sus pensamientos y regresar a la disputa.

De manera que cuando ha concluido la operación de verter el azúcar en el café, revolverlo para que se expanda de manera uniforme en su masa líquida, y probar un primer sorbo para ver si ya está listo para ser bebido, le dice:

--La política y el fútbol están inextricablemente mezclados. Siempre.

--¡Uh, chocolate por la noticia! --responde el otro--. Pero que estén mezclados no significa que sean la misma cosa...

Atentos al desenvolvimiento del diálogo, el resto de los contertulios permanece en silencio, tratando de adivinar hacia qué lado habrá de orientarse la conversación. Son los únicos que están pendientes del asunto: todos los otros habitantes del bar parecen estar ocupados en otros menesteres, tan cercanos como ignotos. Algunos leen también periódicos, aunque tal vez atendiendo a otra clase de temas, otros asimismo conversan --pero seguramente de cuestiones situadas en registros igualmente distantes--, mientras que el mozo va y viene, preocupado tan sólo por cumplir con lo que le piden u ordenan.

--No son la misma cosa --replica después de ese primer sorbo de café--, pero tienden hacia un mismo fin.

Lo enigmático de la frase hace que todos permanezcan sin hablar, incluso su interlocutor, esperando que desentrañe el sentido de lo que ha dicho. Comprendiendo que están esperando que sea más explícito, continúa:

--La política tiende, o debería tender --aclara, de modo realista y crítico-- a la felicidad de los hombres. Y el fútbol también. Por eso, muchas veces esa comunidad de objetivos hace que sus prácticas se confundan, promoviendo la politización del fútbol, por no decir la futbolización de la política: ganamos por goleada, nos fuimos a la B, se produjo un triple empate, son algunas de las expresiones futboleras que habitualmente utilizamos para hablar de política --agrega, didáctico.

-¡Ah, y por eso lo postulan al Chacho para presidente! --ironiza uno, rompiendo el silencio del grupo.

--Lo del Chacho es algo folklórico, anecdótico --concede-- y puede no ser tomado en serio. Pero hubo momentos donde la comunión entre fútbol y política fue muy intensa, y hasta me permitiría decir decisiva. Por ejemplo, en 1972.

--¿En 1972? ¿Qué pasó en ese momento? --pregunta el que había discutido sus posiciones previamente.

--En 1972 Central estaba disputando la Libertadores, y se estaba desarrollando la campaña del Luche y Vuelve. Entonces, a los muchachos de la jotapé se les ocurrió una consigna que para mí fue determinante en relación con el devenir de los hechos históricos que se sucedieron. La consigna decía: "¡Qué lindo, qué lindo que va a ser, Central campeón del mundo y Perón que va a volver!". Esa consigna se coreaba en todas partes, no sólo en la cancha: en los actos, en las movilizaciones, en cualquier reunión de peronistas que estuviesen militando por el regreso del General...

--¡Ah, sí!... --exclama el otro-- ¡Resulta que ahora al General lo trajeron solamente ustedes, los canayas!

--Y, mirá --responde-- Puedo reconocer que ahora la cosa está mucho más repartida. Ustedes tienen a muchachos del Evita como el Chino o el Edu, por no hablar de la familia Bielsa. Pero en esa época, los del parque eran gorilas. Era una cuestión de clase, en el fondo.

--¿Pero de dónde sacaste esa teoría?... --contrarresta el otro--. Pegar a Ñuls y River a la oligarquía, y Central o Boca al peronismo, es una fantasía clasista que no resiste el menor análisis. La debe haber inventado algún trosko como Ramos que se hizo centralista.

--Aparte --tercia uno que hasta entonces no había hablado--- las cosas no siempre fueron tan románticas y épicas. Acordate del mundial del 78.

Tomando otro trago de café lo mira, fijamente. Cuando ha apoyado el pocillo sobre el plato, le dice:

--Es verdad. Pero aún de ese mundial tengo recuerdos imborrables. Y el mejor, el que atesoro no sólo en la memoria sino en el corazón, es el de la corajeada de Marito Kempes atropellando a los holandeses en la final, para marcar ese gol inolvidable.

Sabiendo que ha lanzado una estocada decisiva, remata su alocución con otra frase que ni siquiera pronuncia, simplemente murmura:

--En cambio ustedes lo único que pueden recordar son las ganas de Messi de meterle un gol a los alemanes.

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