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Lunes, 18 de septiembre de 2006

CONTRATAPA

DIARIO DE UN LIBERTINO

 Por Sonia Catela *

* Con tu culo como brújula. Así emprendí la farsa.

Acudo a su oficina de amanerado, con un pantalón que le sustraigo a mi hermana, a lunares pero de Max Mara, tocado con bijouterie de factura irreprochable, sobria, y un discreto bolso de Prada; "plata", me presentan cuando me cruzo de piernas en su bufete de abogada luego de colocar el tomo de Althusser sobre su escritorio. Cada movimiento apunta a la debilidad que acusa Lina Vargas: la de doblegar todo lo que se le resista. Y arremeto, su culo como brújula.

* Le planteo mi caso. La suspensión de un supuesto contrato laboral que me infligen discriminándome por mi inclinación sexual; el teatromontaje lo fingimos con Lalo que bien las corre y me debe unas cuantas del mismo estilo. La Vargas viene cavando muescas esquivas en su culata: se le han rendido un verdadero apóstol del Opus Dei, casi canonizado, algunos incorruptos padres de familia, académicos respetables... y ahora irá por el homosexual: este inabordable homosexual. Yo. (Su miedo más profundo, según Jade). Pero sin vacilaciones poda las alas a la mariposa que soy: "Pamplinas. No acepto casos de discriminación. La discriminación es la base de las presentes relaciones económicas, sociales, políticas, culturales. Su regla ínsita. ¿No lo ha notado? Señor... señorita... ¿Cómo debo llamarlo, llamarla? Maxi. Bien, Maxi, le conviene acudir a una de esas ONG que necesitan alguna prensa ocasional para renovar sus subsidios. Ha sido un gusto".

* Una verdadera nazi, la definió Jade. Y como tal me despacha.

"Aquí hay un malentendido" reacciono, "no me interesa batallar por derechos de un supuesto colectivo gay o por la "cuestión" homosexual. Quiero que me paguen la cancelación de mi contrato. A cualquiera, a usted misma podría ocurrirle lo que a mí".

"Nunca. Cómo se compara con..." se va de boca, se arrepiente de inmediato: por supuesto que no quise decir... no estuvo en mí ofenderlo..."

Me levanto con "buenos días" y me retiro con parsimonia. Dejo que me corra con sus disculpas, a las que no contesto. Pero sé que el Althusser con mis datos personales permanece sobre su escritorio.

* He investigado a la Vargas en usos y costumbres. Si la abogada imaginara que las primeras noticias al respecto las obtuve entre sábanas, prodigadas por Jade, su psicóloga personal y mi socia de andanzas: "debo irme a atender a mi próxima paciente: una hija de puta infatuada, rica, insegura, difícil, cazadora, nazi". Acallé a mi amante del único modo con el que tolera ser acallada. Mecanismos de carne. Luego examiné la ficha de tus intimidades. Porque elaboro mis caminos con preciosismo de miniatura: los lances deben ser lúdicos, de trampas mutuas y avisadas, artísticas. Les destino a mis actividades estéticas y sus elaborados placeres todo el tiempo que requieran. Todo. Con tu culo como brújula.

* Desdeño la carroña. Lo que se me sirve en bandeja. Por ejemplo, la hija de Lalo. Doce años. Acaba de comprar su primer paquete de tampones y ya se me ofrece con ojos de vaca degollada. A decir verdad, la dieta de estas vírgenes me resulta insípida, sólo apta para convalecencias. A niña de Lalo la aguantaré en remojo el lapso que haga falta, hasta que quede atrás su noviciado, y adquiera algún atractivo de ésos que da la cultura, no la naturaleza. Además, sospecho que Lalo sustenta planes personales en el debut de su Sofía, al estar de ciertas miradas viciosas que le echa y que no ocultan sus intenciones.

* Antes que nada me apresuro a devolver prolijamente cada prenda que alcé prestada de los cajones de mi hermana. Vanesa me detesta. Por algo que le tomé a los doce años y que las mujeres, en general, sobrevaloran. Cabe aclarar en mi defensa que no empujé ninguna puerta que no me fuera abierta desde adentro ni me acosté en una cama a la que ella no me hubiera invitado. Y porque consintió, mi hermana me odia. "¿Qué hacés rondando mi cuarto?" me espeta. "Extraño tu perfume, cara". "Te voy a volar los bajos fondos si te veo otra vez por este pasillo". Vanesa anda armada. Con su revólver se asegura el mantenerse alejada de la atracción que sufre hacia quien ella considera que no debe y que se censura. "Hermanita" tiendo los brazos y abro el picaporte de mi dormitorio invitándola. Martilla el arma para resguardarse del impulso que la arrastra hacia mi cama.

* Con la Vargas al teléfono, me avengo a que nos encontremos en el tribunal, donde tomaremos un café. Me muestro tan glacial como ella. Rechazo sus servicios. He venido sólo por la entrevista que mantendré con el abogado que me representará en la demanda por "x" pesos. Es demasiado el dinero de por medio. Pago la cuenta, la dejo masticando su despecho. Pero su culo es mi brújula.

* La mocosa de Lalo me empacha. Para sacármela de encima y a propósito de mi estrategia, la invito a la cena del Jockey. Pienso mostrarla y auscultar la reacción de la Vargas, que se hallará en el evento. Nos cruzamos enseguida, como preveía. La Vargas no entiende que me encuentre bailando con una adolescente tan vistosa. Por fin se levanta y se dirige hacia mi mesa. "Tengo que hablar con usted", "bailemos", digo. Pongo una sola mano en el lugar justo; la hace mirarme entre confundida y halagada. "Pero... Algo me ocurre y usted es la causante..." confieso. Ella se ha metido en la gatera. Con su culo como brújula.

* Esa misma noche me franquea su departamento y su cuerpo. No tiene desperdicios. Pero mantengo la farsa de mi ambigüedad sexual hasta el fin. Ya Jade me pondrá al tanto del costo psicológico que este lance le factura a la abogada. Su miedo más profundo, acostarse con un gay, a los que desprecia, su soterrado terror a una latente homosexualidad y resto de delirios freudianos, etc. Cada vez que suena el teléfono y si al atenderlo resulta que del otro lado suena la pobre Vargas, cuelgo. Doble placer: atormentarla en su confusión y sorber de su soberbia derrotada. Por mi parte, me pongo ya a buscar otra brújula. Casualmente, conocí en la antesala de la Vargas a su hermanito adolescente, la luz de sus ojos, que cultiva un lozano, petulante y admirable etnocentrismo. De los que me gustan a mí. Entre los corazones sensibles que temen que los hagan llorar y los perversos que planean hacer llorar, elijo a éstos. El juego con ellos es más apasionante. Y de pasada nomás, observé en el hermanito cuán suculentamente dotado se halla de cuartos traseros.

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