rosario

Sábado, 26 de marzo de 2016

CONTRATAPA

Púrpuramente

 Por Miriam Cairo

UNO. Miro los árboles a los que no trepará esa estatua.

Miro su fabulosa desesperación.

Hay un pulso tallado a mano que hace nacer mi pulso al mirarlo.

Soy lo que existe.

Tanto tiempo dudando.

Tantos años creyendo en el organismo biológico, en el elemento mineral, en el aparato psíquico, en la fauna marina, en la corteza terrestre, en el sistema solar como esquirlas inconexas de un estallido primigenio, ahora soy lo que existe.

Una tenue disimetría que vuelve a significar todas las simetrías circundantes.

DOS. Mi corazón no ha perdido ni una sola semilla de calabaza fértil, dulce, anaranjada.

Ninguna semilla es alguna entre otras sino cada una, una simiente que mi corazón no ha desperdiciado.

Posición oblicua al lector.

El efecto de su proximidad haciendo eco de partículas que dejan estelas diminutas en cascadas de diástole y sístole, y los latidos se zambullen, como semillas anaranjadas para que el sueño no caiga en tierra infértil.

TRES. Sí. El pastel de cordero pasmoso tiene sabor a lobo. Es el truco habitual de los corderos y de los lobos. Eso es irresistible. Eso te pierde, como te ha perdido la única palabra que, cuando te nombra, te abre el apetito y volvés a comer el pastel de cordero pasmoso que tiene sabor a lobo. Lo extraordinario es que lo sepas desde siempre y te dejes sorprender sin embargo.

CUATRO. De pronto escucho un grito, como el ruido de tu cuerpo que cae sobre mi recuerdo. Y mi memoria se levanta sobresaltada: ¿has oído? Y la noche sentada sobre la silla mordiendo pan murmura: ha hecho otra de las suyas, ya ves que no es fácil impedírselo. No le hace falta más que un segundo. Hago algo parecido a una cópula. La noche no se inmuta. Mastica su pan y después bebe un trago de vino o de mi cintura. Tu cuerpo me ha tomado por sorpresa una vez más. Quizás sólo haya arrojado al agua de mi recuerdo una gran piedra grabada con tu nombre, para inquietarme en ondas expansivas. Es la manía de tu cuerpo, conmover la quietud del lago.

CINCO. "Desechar el planteo de que siendo el poema uno en su autor, uno en su lector, uno en su crítico, expone un malentendido inquietante, triunfo de lo espurio. Nada más eficaz que esa variedad de papeles, para confirmar que el poema vive." Alberto Girri.

SEIS. La poesía que perturba en lo profundo de todo, especialmente en los desniveles de los pisos, en el aleteo de los mosquitos con cara de lagarto, en la desproporción entre los precios que se pagan y los sueldos que se cobran, en los fragmentos de conversaciones de aquellos que responden las llamadas telefónicas, impúdicamente, delante de los desconocidos, testigos inopinados de sus ajetreadas vidas que no pueden esperar a llegar a sus casas para resolver privadamente cuestiones precisamente privadas, y que pasan a estado público y se convierten en verdaderos best seller en la sala de espera de un consultorio médico, donde descuella particularmente uno de los protagonistas que habla a viva voz y hace comentarios atinadísimos, chistes de alto vuelo, conclusiones dignas de un conferencista esloveno y que, finalizada la conversación, se despide con una cortesía mínima e imperceptible, porque la simpatía es, sin duda, un signo de debilidad del personaje, y luego guarda el teléfono en el bolsillo de la camisa, con una soltura hollywoodense, y no mira a nadie, porque los reflectores de su vida privada que toma popularidad impunemente, le dan en la cara y entonces no ve al público respetuoso que guarda silencio mientras él actúa de sí mismo, hasta que sale el médico de su habitáculo aséptico y lo nombra, y su nombre no parece una cosa espectacular porque nadie lo aplaude, y entonces abandona la sala sin pensar en las consecuencias poéticas que conlleva el tema de la salud de la metáfora y la enfermedad del idioma.

SIETE. Diré así: hombros con alas, codos inútiles, esa música nacida de la lengua de las hormigas, diminutas melodías terrestres que cargan con las alas inútiles de los perros que no ladran de verdad. El fin está en el principio y sin embargo uno continúa separando el principio del fin, como se sigue separando de sí mismo en búsqueda de otro que sea uno mismo, para sentir que por fin se está completamente unido. Diré que la musa viene dando saltitos en un pie porque tiene un solo pie, de musa.

OCHO. El silencio que se había acumulado en los floreros para tenerse sujeto a sí mismo, soltó una carcajada. Estalló en mil pedazos de pez invisible y rosado. La flor quedó al descubierto.

NUEVE. El corazón no va a tientas, a pesar de la oscuridad. No abre desmesuradamente las manos, no estira los brazos, no se corta los pies antes de posarlos, así que se estrella a menudo contra las paredes que se levantan en el camino, o tropieza con los desniveles del suelo. Pierde algo de sangre y no hace por ello el menor escándalo. Es un corazón en la oscuridad, apenas eso, y sus ojos, a fuerza de ver, comienzan a penetrarla.

DIEZ. Miro los monstruos lunares que se van disolviendo en el río. Soy lo que no existe. Tanto tiempo dudando, tantos años creyendo en el relato de las esquirlas explosivas, ahora soy lo que no existe dentro de lo que existe. La distancia entre lo que existe y lo que no existe es tan pequeña como la cabeza de este alfiler en el que he construido todos los mundos posibles y que habito púrpuramente.

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