Ana y Miriam Moro eran gemelas. "Hicimos toda la escuela, todo juntas, teníamos una relación muy fuerte al ser gemelas. Cuando empezamos a salir, a ir a bailar, después volvíamos y estábamos dos horas conversando a la noche, de lo que habíamos hablado con los chicos que bailábamos", recuerda Ana pocas horas después del homenaje que realizaron a su hermana y otros tres militantes desaparecidos el mismo día en Rosario, en la plaza 25 de mayo.

"Hicimos toda la primaria juntas en la escuela nacional 397, después empezamos las dos en el Superior de Comercio. Ella ahí conoció a Roberto, mi cuñado, y después empezamos las dos a estudiar, ella en Psicología y yo en Letras. Jugábamos las dos al hockey, a veces nuestras compañeras se enojaban porque nos dábamos los pases entre nosotras", responde a la consigna de recordar la vida de los desaparecidos, rescatar su singularidad. "La gente nos confundía todo el tiempo. Habíamos llegado a un acuerdo, porque por ahí nos saludaba gente que no conocíamos, entonces nos pusimos de acuerdo den saludar a todo el mundo, hacernos las que los conocíamos", rememora.

Si se trata de resaltar algunos aspectos de su hermana, no duda en afirmar que "era muy estudiosa, tuvo uno de los mejores promedios en el Superior. En psicología también fue muy estudiosa, y después empezó a militar en la Juventud Peronista, en la organización Montoneros".

Para Ana, hablar del legado que Miriam y Roberto de Vicenzo dejaron a sus hijos es indisoluble del daño que provocó su ausencia. "Toda la familia hizo mucho esfuerzo por criarlos pero la mamá y el papá les faltaron, y tan chicos. Cuando tuvimos certeza de que los habían matado, llevamos a su hijo más grande a un psicólogo, que nos aconsejó decirle la verdad. Y David, que todavía no tenía tres años, lloraba y me decía 'tía, no, no es así, va a volver'", relata y agrega: "Lo que les han hecho a esos chicos no tiene perdón. Ellos saben que sus padres fueron personas muy solidarias, muy valientes, pero la falta se siente aún hoy".