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Viernes, 6 de agosto de 2010

SOY POSITIVO

P en nuestra piel

 Por Pablo Pérez

La noche fue larga, las velas ardieron y la pasión entre P y T aumentó dildo tras dildo. Ya relajados, mientras cenaban una pizza con cerveza, P, mirando a T a los ojos, se animó a decir lo que venía pensando: “Quería hacerte una propuesta... ¿Vos estás tomando el cóctel y tenés la carga viral indetectable, ¿no?”. “Sí, ¿por?...”, respondió T, desconcertado. “Vos me habías dicho que por una chupada de pija el riesgo de contagio era ínfimo, pero ¿sabías que además, en el Congreso de Viena, dijeron que con la carga indetectable, en la penetración el riesgo es menor al 10 por ciento?” T asintió. “Me gustaría que cojamos sin forro. Bueh... ya lo dije...”, soltó P de un tirón y suspiró.

T se tomó su tiempo para responder, era la hora de contarle que, además de ser seropositivo, tenía Hepatitis B y C. Que las vías de contagio eran las mismas que las del VIH. “Y contame algo: ¿gozaste hoy con los dildos?”, dijo T para distender un poco la conversación. “¡Siiií, gocé como loco! ¡Me hiciste ver las estrellas!” “¡Sí, putito, te comiste entero el XXL!” P se sonrojó. “Y cuando te cogí, te cogí con forro. ¿Disfrutaste?” “Siií, muchísimo.” “Mirá, P, vos sos seronegativo, tenés que cuidarte. ¿Te imaginás cómo me sentiría si te contagiaras algo? Hay algo que todavía no te conté, tengo hepatitis B y C. Para la B hay vacuna, pero para la C, no. Si querés, la próxima vez que vaya al hospital te aviso y me acompañás, así lo consultamos con mi médico. Me sentiría más tranquilo si siguiéramos cogiendo con forro. Ya estoy acostumbrado y no me molesta usarlos. ¡Es más, cuando era pendejo y los descubrí, me excitaba con sólo comprar la cajita o cuando veía un forro usado tirado en la calle. ¡Gasté cientos de forros sólo para hacerme la paja!” “¡Jajá! ¡Qué boludo pajero! –dijo P–. Yo me sigo calentando cada vez que me pruebo un calzoncillo nuevo!” “Ah, mirá vos, qué putito fetichista... ¿Y qué más te calienta?” Las botellas de cerveza vacías ya eran dos, iban por la tercera. T se estaba aguantando las ganas de mear, no tenía ganas de desperdiciar toda aquella cerveza que se había tomado, estaba casi seguro de que a P le gustaría la idea. “¿Probaste alguna vez la lluvia dorada?” P dudó; él también venía juntando meo y sabía muy bien de qué le estaba hablando T. Nunca lo había experimentado, pero tenía ganas de probar. “¿Sabés qué? Yo también tengo muuuuchas ganas de mear? ¿Y sabés otra cosa? Que me parece que, esta vez, el que va a ir abajo sos vos”, dijo P y se levantó del sillón donde estaban sentados. P se sacó el cinturón, se lo ajustó a T alrededor del cuello, lo llevó en cuatro patas hasta el baño y lo hizo meterse en la bañera. Sacó la verga que después de tanta estimulación anal parecía haberse agrandado y de la que brotó un chorro potente, dorado, que golpeaba cálida la piel de T y le bajaba como cascadas por el cuello, las tetillas, los abdominales electrizados, y terminaba en su pija al palo. Después la lluvia fue blanca y abundante, y T jugó a dispersar con su pis la acabada de los dos.

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