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Viernes, 24 de septiembre de 2010

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La famosa pregunta del placard

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Hace alrededor de un mes llegó finalmente la pregunta, pero no como la esperaba. Tres meses atrás empezó mi primera experiencia como docente haciendo una suplencia en un colegio privado de clase media, donde esperaba encontrar las condiciones más propicias para el trabajo. No fue así, las condiciones más propicias para el trabajo jamás se crean solas. El aula lo único que reproduce por sí misma es su estructura, y la verdad, tener treinta pares de ojos haciendo que me miran y escuchan no me causaba ningún entusiasmo. Por eso intento llevar siempre propuestas que incentiven de algún modo el diálogo. Me hubiese gustado incorporar dinámicas de caldeamiento del cuerpo como en una clase de teatro, pero una actividad de ese estilo seguida de una discusión sobre un texto no iba a despertar, lógicamente, más que quejas.

Soy profe de lengua. Mis clases terminan siendo básicamente discusión de lecturas. Algunas veces tengo miedo de que la propuesta se vuelva monótona, por eso intento abarcar los textos desde distintos lugares, a veces generando analogías con anécdotas personales, con historias que se acuerden. Otras a través de un análisis desde lo lingüístico intentando dar la idea de que las palabras son altamente significativas, que no es tan verdad eso que dice Humpty Dumpy de que las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen.

Siempre termino defendiendo alguna postura política, de hecho es para eso que estoy ahí. Qué mejor lugar para repensar el mundo que la escuela. Es esta la razón por la que elijo este espacio, para generar una pequeña acción, un pequeño cambio en un gran engranaje.

Ese día trabajamos con “Ylla” de Bradbury, me encanta ese cuento. Empezamos a hablar de lo fantástico en cuanto género literario, armamos una definición entre todo el curso. Yo intenté exponer que los límites de los géneros siempre son difusos, por lo que aparecen muchas definiciones distintas y ninguna resulta ser del todo correcta ni del todo equivocada, sin embargo siempre se puede intentar ser más preciso. Después de plantear esto, Ariel dio la primera definición, dijo “lo fantástico es mentira”, le respondí “¿y qué es la verdad?”, ahí no pude conmigo y cité a Nietzsche (si planteó algo tan genial cómo iba a perder la oportunidad de compartirlo con los chicos). Me gustó el camino que tomó la clase, la discusión duró bastante, decidí pedirles un trabajo escrito para el próximo encuentro en el que comparen el cuento de Bradbury con algo que consideren real y enumeren algunas similitudes y diferencias.

Entre el murmullo que se genera cuando nos acomodamos para irnos surgió la pregunta, desde un rincón, seguramente pensando en el señor y la señora K del cuento. Irina me preguntó “Profe, ¿tenés novia?”.

La verdad es que siempre había pensado que la pregunta iba a ser otra: “¿Usted es gay?”; “¿Profesor, es homosexual?”; “¿Está en pareja con un hombre?”. Al final resultó que me preguntó por una novia.

Estaba preparado para que me pregunten si soy o no soy gay. Ya tenía preparado un discurso acerca de qué significaba el discurso del closet como imposición heterosexual y de la violencia que significa sacar del closet a las personas. Esperaba ese momento de acción para no quedarme como el profesor de “Entre los Muros”, mudo, metiéndome en el armario y abandonando a todos y a todas las personas que estaban afuera, o que querían estarlo. Es que tengo un compromiso como maestro, como militante de cuestiones de género y como persona con todos ellos.

La pregunta, sin embargo, me propuso otro panorama. Tenía ahí, ante mí, la posibilidad de construir un placarcito, como ese en el que te encerrás cada vez que te subís al taxi y el tachero te empieza a hablar de minitas convencido de que tengo que estar muy interesado en ellas. En ese momento definitivamente hubiese sido más fácil dialogar con la lógica del closet con una violencia mucho más concreta, como es una intimación a que alguien defina su identidad sexual. Sin embargo, la misma lógica que dice que todos somos heterosexuales hasta que confesemos lo contrario es también sumamente violenta porque deja afuera del discurso otras formas de estar en pareja.

En esto estaba pensando cuando le respondí a Irina que no, que no tenía novia, mientras todos ya salían para el patio.

Después llamé por teléfono a Agustina, que está de novia hace como cinco años con Nicolás, le conté todo esto y me dijo “y a mí me preguntan todo los años si me gustan las chicas”.

Santiago Abel

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