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Viernes, 24 de abril de 2015

TEATRO

CAMPO MINADO

Martín Urbaneja fue nominado para el Premio Florencio Sánchez por el papel en El corazón del incauto: un peón rural enamorado de su patrón crossdresser.

 Por Paula Jiménez España

“Todo los personajes que elijo hacer tienen que ver con el amor”, cuenta Martín Urbaneja, una de las grandes revelaciones del último teatro argentino. Nominado a varios premios –entre ellos el Estrella de mar, el María Guerrero y el Florencio Sánchez por su papel de peón enamorado de su patrón cross en El corazón del incauto–, este actor es de los que llegan a un papel movidos por el deseo de explorar aquello que, oh casualidad, también los motoriza en la vida. “Me pasó con Greek –dice–, una versión de Edipo situada en la Inglaterra de los años ’80. Edipo, en la última escena de la obra, decide no arrancarse los ojos y gritarle al mundo su amor, que siempre es mejor que estar haciendo guerras (eran los tiempos de Margaret Thatcher). Me acuerdo de esa frase que yo tenía que decir: Es amor lo que yo siento, ¿qué importa la forma que tenga? Eso a mí me hizo elegir esta obra. El amor no tiene forma. Y eso es lo mejor que pasa. Después hay que animarse a vivirlo.”

En El corazón del incauto hacés de un peón de campo de los años ’20, un muchacho bien rústico y machote, que se enamora de su patrón crossdresser. ¿Cuál es la reacción del público en las escenas más íntimas?

–Hay funciones que parecen una revista marplatense; la gente se ríe a carcajadas. Claramente tiene que ver con una catarsis nerviosa. A veces se ponen a hablar. Pasa algo indescifrable cuando él aparece vestido de mujer; en esos momentos me gustaría ser sociólogo para entender qué tipo de fenómeno se produce en la gente. En Las lágrimas, la obra que hice el año pasado en el Centro Cultural de la Cooperación, era distinto, había algo que invitaba a la risa, un código bizarro. El corazón..., en cambio, es un drama. A veces hay gente del público que se ríe y otra que se enoja y la hace callar.

Como en Gorda, la obra de Veronese, donde la gente se reía de sus propios prejuicios...

–Bueno, la misoginia siempre es un tema de risa. En teatro se ve muchísimo. Me pregunto ¿qué les causa tanta gracia? La gente se ríe de cosas que en el fondo son bastante jodidas.

En El corazón..., el personaje cross le termina pegando a la mujer. Desarrolla misoginia cuando él mismo es un personaje potencialmente discriminado.

–Hay algo quebrado en él: ser el hombre de la casa, sobre todo en los años ’20, el patrón que da las ordenes, pero que entre cuatro paredes se viste de mujer en complicidad con su esposa, que es quien le hace la ropa. El incauto es el que viene a desatar el conflicto porque se enamora de él, o de ella. Cuando leí la obra me gustó interpretar este hombre de campo tan conectado con su deseo, que con tanta impunidad, va detrás de lo que siente.

¿El teatro de hoy les hace justicia a los temas de sexualidad y de género?

–Cuando se intenta hacer cosas de temática gay siempre terminan siendo un poco homofóbicas, esto tiene que ver con los lugares desde donde se elige contar. Se levanta el dedo y se emite un juicio. A mí me parece bueno exponer sin juzgar; generar interrogantes, más que respuestas.

En Las lágrimas vos hacías de un personaje que se revela de pronto como una translesbiana en el marco de una comedia negra, para mi gusto maravillosa. Pero la obra ha tenido malas críticas. Quizá no fue tan digerible lo que venía a mostrar...

–Para mí lo más interesante que mostraba era cómo los medios hacen de las tragedias individuales movimientos para rédito propio. Todo muy tergiversado. El mejor gesto de esa obra era esa libertad que tenía: la de poder aceptar lo que tenemos enfrente sin cambiarlo.

Lunes a las 21, Teatro Hasta Trilce, Maza 177

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