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Viernes, 11 de septiembre de 2015

MI MUNDO

Al maestro, felices días

René Sherer tiene 93 años, es francés, pertenece a la época en que la homosexualidad era entendida como una subversión y como potencia revolucionaria. Ha trabajado de modo muy original la relación maestro/alumno y ha desarrollado el concepto ético y erótico de hospitalidad como opuesto a razón de Estado. Su libro extraordinario, que amplía las interpretaciones sobre la búsqueda del niño en la educación, en la familia y en las imaginaciones adultas, Album sistemático de la infancia, leído por muchos como una defensa de la pedofilia, no se ha vuelto a editar.

 Por Pablo Pérez

René Scherer conoce en 1962 en una de sus clases de filosofía a Guy Hocqueghem, un alumno de 15 con quien entablará una relación amorosa y junto a quien, además de participar activamente del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, y de las revueltas del Mayo Francés, escribirá varias obras en colaboración, entre ellas el Album sistemático de la infancia, imposible de reeditar hoy, según nos cuenta, porque contiene algunas fotos de niños desnudos. Sus puntos de vista considerados pro-pedófilos, su defensa en los años 70 de la libertad sexual de los menores de 15 años y el testimonio, en 1980, a favor de un hombre acusado de pedofilia en el affaire Coral (una escuela para niños con discapacidades) le valieron el repudio de muchos intelectuales que obstaculizaron la difusión de su obra. Desde siempre, y sobre todo en su libro L’Emile perverti (traducido como La pedagogía pervertida), Scherer cuestiona la educación formal, sobre todo en cuanto a lo que denomina la “infantilización” y desexualización de la escuela, la mirada vigilante del pedagogo sobre cualquier actividad “masturbatoria” del niño o de la niña: “¿no es acaso “natural”–ironiza– que el niño, incluyendo sobre todo aquello que más íntimo es en él, su relación con su propio cuerpo y con su placer, sea encarrilado en la vía recta de la naturaleza, sea educado? Igual que en todas las formas de la ideología burguesa, se invoca aquí a la naturaleza para justificar lo cultural puro, lo históricamente determinado, lo incongruo”.

René Scherer tiene 93 años y es profesor emérito de la universidad París VIII, en Saint Denis, donde sigue dictando seminarios, muchos de ellos disponibles (en francés) en YouTube.

¿Hubo algún cambio de punto de vista sobre sus conceptos desarrollados en los años 70 acerca de la infantilización y la desexualización de la educación?

–Hubo cambios que hacen que las cosas no puedan enunciarse de la misma manera y se sigan comprendiendo. Mi pensamiento no cambió, se apoya sobre una cantidad de principios e ideas que tomé particularmente de Fourier, como por ejemplo, la naturaleza pasional del niño. Hay diferencias indiscutibles entre los niños y los adultos. Mientras que se considera que los niños no son maduros, que no están completamente desarrollados y que son, por lo tanto, inferiores a los adultos en capacidad y en valores, es verdad que, de una manera u otra, la deterioración de la infancia no ha cambiado e incluso ha empeorado. Hubo una época en la que, indiscutiblemente, si bien las medidas disciplinarias eran más fuertes, en las escuelas, en los pensionados, en la familia había una mayor libertad. Es un problema muy vasto: en qué medida las evoluciones desarrollaron libertades, no lo puedo contestar en una palabra, es muy complejo. Es cierto que en todas partes se afirman libertades, pero también se afirman controles y sanciones, eso es indiscutible.

¿Cuál es la relación entre su obra y las reivindicaciones de los estudiantes en Mayo del 68?

–Cuando escribí sobre la infancia fue por el envión de aquel movimiento del 68 que se ubicaba bajo el signo de las emancipaciones, de la liberación. En esa época pensábamos que había una liberación de la infancia en todos los dominios, fueran educativos, de desarrollo corporal o sexual, o sobre la participación y la integración social. Pensábamos que había algunas cosas que seguían exactamente el modelo para quienes habían sido oprimidos en la sociedad adulta, con los estudiantes, los obreros, etc. Fue mucho más complejo porque había una barrera que reforzaba muy claramente las diferencias entre los menores y los mayores. Esa barrera existía y existe desde hace muchísimo tiempo, pero había pasajes, atenuantes, había lo que se llamaba procesos, jurisprudencias, aunque no se tratara de cuestiones esencialmente jurídicas. Entiendo por esto maneras de proceder, lo que hacía que hubiera diferencias menos tajantes y pasajes más amplios entre la minoría y la mayoría de edad. Desde el 68 hasta hoy, cincuenta años después, el arsenal jurídico no hizo sino reforzarse, precisarse, por lo tanto hay cada vez más controles, controles minuciosos, al mismo tiempo que los niños adquirieron libertades indiscutibles que se traducen en maneras de comportarse, maneras de desobedecer o como mínimo en más libertad de palabra acerca de la familia, relaciones casi igualitarias.

Los niños parecen menos visibles que los adultos.

–Es que hubo también un corte más neto que se produjo entre la sociedad adulta en general y los niños, ya no se ven más niños, es muy difícil entrar en contacto con uno. Es un fenómeno que se produce desde hace mucho tiempo, bueno no tanto en la perspectiva de la historia y de los siglos, pero sí mucho tiempo. Fue constatado antes de la guerra de los 40 por Henry Miller, en El coloso de Marusi. Él era un americano en Grecia porque tenía amigos ahí y quedó atrapado o casi atrapado por la declaración de guerra en ese entonces. Pudo volver a los Estados Unidos en 1940. En aquel libro hizo un gran elogio de Grecia, decía que había constatado, como muchos habían constatado antes en Italia en la época Romántica por ejemplo, que eran países en los que se veían niños, los niños existían en la sociedad, en las calles, en relaciones totalmente independientes con las personas con las que podían conversar, etc., al mismo tiempo que existían en las familias. Al contrario de lo que pasaba en Francia, dice Miller, lo cual es falso, porque en Francia, en esa época se veían muchos niños en las calles, sobre todo en las ciudades pequeñas, pero en Paris también. En Montmartre, por ejemplo, en 1940, había una vida de lo que se llamaba niños callejeros, comparables a los que Víctor Hugo representó con el personaje de Gavroche, y el dibujante Poulbot con sus dibujos de niños llamados “Petits Poulbots”, que estaban entre la gente, en la plaza. Eran hijos de la clase trabajadora o de las clases pobres, pero en las clases que no eran pobres también era un fenómeno que existía. Progresivamente hubo una diferencia tal que es difícil volver al espíritu de aquella época lejana, aunque no tan lejana para mí.

¡Abajo la escuela!

Me preguntabas si hubo un cambio en mi punto de vista. Sí, hubo una modificación indiscutible que se produce en función de modificaciones que intervinieron y que se aceleraron considerablemente desde 1960 y con más fuerza desde 1970. Hubo cortes, rupturas e instalaciones sucesivas de lo que se llama mentalidad o espíritu de época. Con respecto a la escuela al día de hoy, los ánimos no son los mismos que movilizaban a la gente en 1968. En aquella época se trataba de liberar la escuela de la opresión, de liberar incluso completamente la escuela. Había gente que proclamaba “Abajo la escuela”, incluso una mujer muy dulce llevaba un cartel que decía “Hay que quemar la escuela”. Al punto que fue tal vez eso lo que impulsó a un pobre estudiante a incendiar el colegio CES Pailleron. Fue en esa época, bajo las instigaciones de Alain Badiou, y también de Guy Hocquenghem, que me vi llevado a ocupar una desafortunada administración de educación supervisada, una historia en la que yo no tenía nada que hacer, bajo el pretexto simbólico de que uno quería atacar la supervisión general de la educación, lo que en rigor no tenía ningún sentido, cosas en las que hoy no participaría y que no aprobaría.

¿Qué puede decirnos de Guy Hocquenghem como estudiante?

–Yo conocía a su familia, vivían en las afueras de Francia. Como era la primera vez que Guy, venía a estudiar a París en la escuela secundaria donde yo era profesor de Filosofía, su madre me lo encomendó, de manera que en ese momento me interesé particularmente por él. Como era muy inteligente y por otra parte me había gustado intelectualmente, físicamente, en su conversación, en su manera de ser conmigo, había alumnos que lo criticaban y lo acusaban de ser un chupamedias, pero él no era para nada chupamedias. Fue por eso que ataqué un poco la educación nacional en La pedagogía pervertida.

¿Cómo entiende la relación profesor-alumno?

–Las reglamentaciones para el cuerpo de profesores son muy estrictas, porque hablan de la neutralidad. En aquella época se hablaba de la laicidad y, sobre todo de la distancia y la reserva que había que mantener, que no había que hablar de política, no había que hablar de sexualidad, lo que duró mucho tiempo, de manera que muchos profesores eran extremadamente reaccionarios y conservadores, o tímidos. Había muchos profesores que ni siquiera osaban hablar de estos temas a nivel universitario. Yo, de todas maneras, y muchos de nosotros, como François Châtelet, Gilles Deleuze y Jean-François Lyotard, nunca tuvimos en cuenta esas restricciones.Tampoco había lo que se produjo paradoxalmente después del 68, no había asociaciones que denunciaran, ya fuera relativo a los muchachos o a las chicas, que un profesor hubiera hablado de sexualidad o de política en clase. A nadie se le hubiera ocurrido quejarse.

Parece increíble que hoy no se pueda hablar de sexualidad en la universidad.

–Hace no tantos años, las madres de unas jóvenes universitarias se quejaron porque en un curso de teatro había algunos estudiantes (no ellas) que se habían desnudado para hacer un ejercicio de expresión corporal. La queja fue recibida por la Dirección de la Universidad. Monstruoso, inconcebible, increíble. Es porque hubo una reinterpretación extravagante de esta legislación que existía antes del 68, pero sobre la que justamente, los estudiantes, tenían muy claro que no debían hablar. Ahora hubo una modificación tal, que es muy difícil representarse lo que podía ser una mayor libertad en las relaciones entre profesor y alumno, tanto en la escuela secundaria como en la universidad. Sartre, por ejemplo, lo cuenta él, fumaba en clase. Lo primero que hizo cuando fue por primera vez a la sala de filosofía fue autorizar a los alumnos a fumar, cuando fumar estaba prohibido en los colegios. Ahora, te imaginas, todo se plantea bajo el signo de la autoridad médica. Hay toda una serie de perversiones, transformaciones, muy difíciles de ser analizadas, expresadas de una manera simplificada, en particular en estas relaciones que no son codificables, que son simples, que son elementales y que, de golpe, son objeto de una verdadera jurisprudencia. Fumar era un acto de libertad en el liceo y, en la actualidad, que un profesor fume o invite a sus alumnos a fumar sería inconcebible y además iría preso. Hay modificaciones que son irrepresentables.

Muchas de sus críticas a la educación formal en La pedagogía pervertida parecen muy vigentes.

–Tuve que releerlo para su reedición hace algunos años, pienso que es un libro muy interesante y muy divertido de leer al día de hoy. Es un libro que en su momento se tomó con una seriedad y una pontificación terrible, pero se trata de un libro más bien cómico, una especie de ligera sátira a propósito de los usos y costumbres de la sociedad actual. Hay una censura tal de la imagen que mi libro El Album sistemático de la infancia no se puede re editar porque contiene imágenes que representan niños desnudos, no muchas, sólo algunas, no es reeditable. Pena porque contiene análisis muy interesantes y que no debería haber sido tomado al pie de la letra en su época, pero que dadas las repercusiones en ciertas fracciones de la población que se dedican por entero a la denuncia y al furor, a la histeria completa, cierta cantidad de hombres y mujeres que están consagrados únicamente a eso, cuando uno escribe en la primera línea “El niño está hecho para ser raptado” se dirá que nosotros hacemos una apología del secuestro, del rapto de niños, lo que es muy estúpido, no fue tomado en el sentido humorístico y distanciado en el que lo habíamos tomado nosotros.

¿A quiénes se refiere cuando dice “hombres y mujeres consagrados únicamente a eso”?

–Hay una especie de conformación (no en las maneras de pensar en general, pero sin embargo se observa) una transformación de las actitudes, no al azar, sino bajo la presión reiterada de cierta cantidad de grupos que no son necesariamente de izquierda ni de derecha ni de extrema derecha pero que codificaron la vida privada, la vida sexual, como lo vemos hoy por ejemplo respecto de la prostitución. La prostitución formaba parte de los usos y costumbres y los comportamientos, y puede ser analizada desde diferentes puntos de vista, con muchos matices. Pero ahora debe entrar en categorías precisas en las que se la aprueba o desaprueba y si se la desaprueba hay que erradicarla. No solamente hay quienes recomiendan penalizar a los clientes de la prostitución, sino que además piden que sea un crimen imprescriptible, de manera que se vuelva imposible argumentar nada. Son posiciones totalmente extremas, como ocurre con los niños.

¿Existe una opción de escuela que no se base en la vigilancia?

–Los niños, en efecto, deben ir a la escuela y ser vigilados, eso es totalmente indiscutible, pero eso se transforma enseguida en una serie de codificaciones tan precisas, que vuelven la vida completamente imposible. Lo que escribí fue precisamente desde las márgenes, desde latitudes que dejaban la posibilidad, en aquella época, de escribir de una manera bastante libre, con ironía. Uno podía reírse de un niño que se hace la paja, por ejemplo. Ahora si uno escribe sobre eso, enseguida es considerado como pedófilo digno de prisión de por vida, e incluso digno de la imprescriptibilidad de lo que uno dijo. Lo he visto con respecto a la prostitución, Lo único de lo que estoy contento, una de las cosas esenciales de las que estoy contento, es de haber podido en cierto momento, un momento en el que hubo cierta libertad de expresión, escribir cosas sin maldad, que no son para nada terribles, pero que introducen una cierta libertad, un cierto humor para abordar temas que hoy se vuelven imposibles de sostener. Desde ese punto de vista, defiendo por un lado la identidad de mi comportamiento en aquella época y por otro veo las diferencias que intervinieron.

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