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Viernes, 12 de junio de 2009

PD

Momias, modernos y “anormales”

cartas a [email protected]

Estuve leyendo las cartas anteriores donde un gay y un queer discutían animadamente, y de alguna manera me asombra y me asusta el peligro de caer en una nueva normalización de nuestro deseo.

Me parece importante señalar haciendo un poco de historia: el movimiento queer en los ’90 surge en Estados Unidos y en Europa como una manera de dar visibilidad y voz a diferentes sujetxs silenciadxs por el monopolio de la representación, llevado a cabo por gays-varones-blancos y de clase media, de esta manera trans, lesbianas, latinos, afros, seropositivos, etc. empiezan a expresar sus demandas específicas que, de alguna manera, habían sido silenciadas.

Entiendo que las teorías toman distintos matices de acuerdo con sus contextos de recepción y con cómo se articulan sus supuestos en la búsqueda de un discurso y una práctica política contrahegemónica, emancipadora. Entiendo que en la Argentina esta teoría sirvió para poder visualizar que el colectivo era un poco más que gays y lesbianas políticamente correctxs, que lo que entendemos como diversidad sexual o disidencia sexual era un territorio más amplio y frondoso.

No debemos olvidar nunca que uno de los preceptos que la teoría queer toma es que lxs diversxs son diversxs porque escapan de una norma implícita e implacable: la heterosexualidad reproductiva y obligatoria; esto nos muestra que son muchxs más de los que nosotrxs creíamos quienes quedan excluidos y pasan a ser ciudadanos de segunda; esto también abre la posibilidad de articular políticamente con otrxs para lograr el mundo que nosotrxs queremos, un mundo donde quepan muchos mundos.

Debemos tener cuidado de no caer en nuevas formas “correctas” de ser diversx. Masculinxs, femeninxs, chongos, locas, vainillas, camioneras, activxs, pasivxs, por el culo o por el dedo gordo: que cada unx pueda conectarse con su deseo y que cada unx pueda encontrar el punto máximo de su goce, como decía Néstor Perlongher.

Comparto con Modarelli que más allá de nuestras denominaciones al homófobo, al lesbofóbico, al transfóbico, en definitiva al normalizador, poco le importara cómo nos guste nombrarnos, si usamos su lenguaje o el nuestro, a la hora de perseguirnos, de invisibilizarnos, de eliminarnos. Por esto creo que no tenemos que caer en discusiones que sólo buscan darnos legitimidad dentro del colectivo y tenemos que apuntar a la articulación política para que nuestra realidad cambie.

Derrida decía que “lo único revolucionario es el deseo”. Tengámoslo en cuenta a la hora de derribar esta normalidad que se nos muestra como inmodificable, eterna y que nos oprime diariamente.

Saludos desde Mendoza.

Mario Vargas
Activista de la Agrupación
Vanguardia Queer
[email protected]

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