DEPORTES › CRONICA DEL CLASICO DESDE LA TRIBUNA DEL MONUMENTAL

Al final, los sonidos del silencio

 Por Ariel Greco

Lejos de la tumultuosa llegada de los jugadores de River a la Bombonera, la semana pasada, el arrribo de los futbolistas de Boca al Monumental resultó bastante tranquilo. Poco contacto con los hinchas, algún que otro insulto a la pasada, pero nada grave. Como si se tratara de una excursión a una cancha extranjera, el plantel visitante salió a reconocer el césped con casi dos horas de antelación al partido. Allí sí sintió la hostilidad, aunque sólo estuvo limitada a los gritos, silbidos e insultos. Incluso, en ese momento surgió el hit-amenaza que más se escuchó en la espera. “Hay que saltar/ él que no salta/ va al hospital...” Obedientes, riverplatenses confiados y boquenses infiltrados saltaron todos al ritmo de la música.
Llegó el tiempo de la acción. Acompañado por un decorado impresionante de papelitos, bengalas y bombas de estruendo, apareció River. Vivo, Bianchi mandó a los suyos al terreno en medio de la euforia de los hinchas locales. Encabezados por su capitán, Diego Cagna, los jugadores de Boca también quisieron diferenciarse de sus colegas y rivales: ronda en el círculo central, brazos arriba, saludo al palco oficial y giro hacia el resto de la cancha. Muy distinto a lo que había ocurrido con River una semana atrás.
Ya en el partido, el buen arranque de River motivó el acompañamiento de los cantos y los aplausos por parte de la gente. Sin embargo, como el esperado gol no aparecía, esa euforia se fue transformando en murmullos. Y a los 38 minutos del primer tiempo entró en escena, por primera vez en la noche, el imperativo “hay que poner más huevos” y el “esta noche cueste lo que cueste...”.
Así se llegó al final de la primera etapa. El clima tenso del entretiempo, con caras de preocupación y nerviosismo, cambió casi como por arte de magia en el comienzo del segundo tiempo. La expulsión de Vargas y, sobre todo, el golazo de Lucho González levantaron a un Monumental que hasta ese momento lucía apagado. Ahí fue otra historia, ya se asemejaba a una caldera. ¿Había algún hincha de Boca? Puede ser, pero en ese pasaje seguro que lo disimuló muy bien. Hasta que llegaron las emociones del cierre. El (grito de) gol de Tevez fue lo más paradójico de una noche de locos: el silencio de las tribunas se oía sólo cortado por la corrida desenfrenada y los gritos de los jugadores y el banco de Boca.
No obstante, el clásico tenía reservada una sorpresa porque el gol de Nasuti le devolvió el alma y la vida a 65 mil riverplatenses. En los penales otra vez se repitió la historia, el no-grito de Villarreal, tal vez una de las mayores alegrías para cualquier simpatizante de Boca, sólo se festejó en silencio y a lo lejos. La despedida con aplausos de los hinchas locales fue una muestra de respeto hacía un River que estuvo muy cerca de la gloria.

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