En los noventa la respuesta al femicidio de María Soledad Morales fueron las marchas del silencio. El 3 de junio de 2015, el primer Ni Una Menos, se convirtió, en cambio, en la marcha de la palabra. Dejar de cerrar la boca y abrirla para decirlo todo y entre todas en conversaciones colectivas frente al Congeso. El grito de las jóvenes contra los abusos en el rock tuvieron como lema “No nos callamos más”, un cartel pintado, a mano, por primera vez, por Ariell Luján, y una metáfora y una realidad que se impuso como consigna y práctica. Dejar de callar lo que se había callado. Poder hablar lo que antes no se podía. El tiempo de decir es ahora. 

“Yo te creo hermana” como lema transportado en el brazo una de las manifestantes que llevaba en sus hombros la consigna de la sororidad y de una escucha que rompe el silencio como amenaza de los abusadores y como cápsula para detener los prejuicios de “por algo habrá sido”. 

El 8 de marzo, en el Paro Internacional de Mujeres, el verde de los pañuelos de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito brotó de los cuerpos como purpurina en los pómulos de las manifestantes que hicieron de la marcha un carnaval feminista. El 8M fue de las jóvenes brillando.  Las sub 21 tomaron un protagonismo en las lentejuelas sobre la piel: se maquilló una bandera impresa como fervor: no hay que pasar más inadvertidas, tener miedo, acorralarse, pedir perdón o permiso, no levantar polvareda, sino plantarse en el brillo de los ojos y de los cuerpos del orgullo. 

La purpurina es el efecto de la lucha del movimiento de mujeres, de las madres protectoras que escucharon y creyeron a sus hijxs, de las sobrevivientes de abuso sexual –como Rocío Girart y Mariana Gómez, contra la lesbofobia que criminalizó su beso en el subte de Constitución, con un cartel contra los pedófilos– y de quienes reclaman libertad para su cuerpo, sus movimientos y su goce. “Nos quitaron tanto que nos terminaron quitando el miedo”, profanaba otra consigna la cultura de la violación. Ya nada las detiene.

“Volviendo a casa quiero sentirme libre, no valiente”, se leyó como consigna replicada en carteles y remeras. La libertad no se pide, se toma. Y, además, se brilla en una marea imparable y feminista. La piel en tetas, pintadas con verde o violeta o multicolores imágenes de las chicas que ya no están –asesinadas por femicidios– para que estén en la piel de las otras y la piel en purpurina también, como bandera. 

La actriz Calu Rivero relató en una carta la falta de respeto sobre su cuerpo en la novela “Dulce amor”, de Telefé, hace cinco años. A quien le faltó el respeto lo llevaron a la mesa de Mirtha Legrand y a Showmatch, y lo pusieron como padre “responsable y paternal” en la novela Simona. Su respuesta fue la misma que la de los progenitores acusados de abuso, no casual, sino sistemática: la persecución judicial a las víctimas que denuncian. Calu decidió romper el silencio y, además, poner el cuerpo, con carteles pintados a mano por su papá Guillermo que decían “No es no y eso no me hace una chica complicada” “No es no. Te gustás vos. No tenés que gustarme a mí”, y llevada como GPS por el paso firme de su hermana mayor Marou, con la emoción y el orgullo de marchar con ella y sus amigas, que hable y que la hermandad sea una concepción que traspase la filialidad para volverse emblema real entre mujeres. Calu había ido a la marcha de mujeres en Nueva York, pero esta vez se mezclo entre la multitud que la alentaba al grito de “Las pibas estamos con vos” y le pedían selfies que terminaban con besos y abrazos. Las chicas buscaban en las fotos que lentificaban los pasos un espejo que rompa con el espejo que proponen los medios. “Ser una persona pública tiene una responsabilidad y si eso puede ayudar a sacar el miedo a otras chicas está bueno”, decía Calu. “El feminismo es un hogar”, sintió al terminar la marcha. Y en el Congreso las lágrimas se volvieron también una forma de brillo, sin alfombras rojas pero con la marea de la purpurina verde como respuesta a la prepotencia del Machowood de los señores de la televisión local.

“Te bancamos” se volvió un grito contra el abuso en un caso testigo de impunidad televisada. Y una respuesta de las jóvenes. Y el aliento a una, que es un aliento a muchas, vuelto aplauso, foto, abrazo, lágrimas, risas de alegría, sorpresa y marcha le propuso a ella una consigna definitiva. “No te dejes pisar”. Y ya sólo queda dar pasos hacia adelante. Pisadas, nunca más.