Nelly Minyersky recuerda la dictadura, la militancia en derechos humanos que la llevó junto a su segunda pareja, el histórico abogado Alberto Pedroncini (miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, impulsor de los juicios por el robo de bebes y el Plan Cóndor), a viajar para denunciar la represión clandestina, la vida cotidiana bajo amenazas a las que no terminaban de tomar en serio aunque lo fueran. “Uno naturaliza. Cuando terminó la dictadura, nos dimos cuenta de que en todos esos años no habíamos comprado nada para la casa”, dice, para dar cuenta de qué tan precaria era la cotidianeidad acechada, en la que el ruido del ascensor podía ser siempre el anuncio de algo que cambiara la vida para siempre.

Se abre la puerta y aparece Marisa Graham, discípula primero y compañera de militancias jurídicas de Minyersky, y ex directora de la Secretaría Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia durante el kirchnerismo. Minyersky le pide que se siente, señala a la cronista y le explica: “Me dice que por qué hago las cosas. La verdad, no sé”. Luego, vira hacia lo jurídico. “Tuve la suerte de participar en la redacción del Código Civil, en la parte de Familia, en filiación y responsabilidad parental, que crea un nuevo modelo de familia”, recuerda también. Habla con orgullo porque la letra de la ley refiere un modelo familiar distinto, “mucho más democrático”, aunque algunas feministas la hayan criticado por eso.

–¿Por qué la criticaron?

–Porque sostienen que los hombres y los jueces usan lo de los cuidados compartidos para pagar menos alimentos, o lo usan para entregar la custodia compartida a violentos. Eso no hay que permitirlo, a un violento, ni compartida ni no compartida. Pero lo que hay que hacer es cambiar de mentalidad, y también hay que cambiar las cabezas de las mujeres, no solamente de los hombres. Los chicos son sujetos de derecho. Pero si sigo pensando en una de tus preguntas, mirá, creo que dos hechos a mí me hicieron cada vez más feminista: uno fue la militancia gremial. Fui la primera mujer presidenta de la Asociación de Abogados. Me eligieron porque les venía muy bien, podía nuclear a distintas facciones.

Marisa Graham:  Ecuménica.

Nelly Minyersky: Sí. Pero ¿qué sentí yo ahí, en mi presidencia? Que nunca logré entrar en la rosca masculina. Podía deberse a dos cosas: una, por características mías, pero creo que fundamentalmente porque era mujer, ¿y sabés qué creo que les molestaba mucho? Que yo, como mujer, podía ser presidenta de la AABA, seguir en la facultad y también seguir en el estudio. Los hombres tienen menos capacidad que nosotras para tener varias actividades al mismo tiempo.

–¿En qué notaba el rancho aparte?

–En que no era del palo político de nadie, pero pasaba otra cosa, que también sentí como tesorera y vicepresidenta del Colegio Público de Abogados, que tiene 70 mil afiliados. Me acuerdo que los lunes, por ejemplo, no existía en toda la sesión del Consejo porque sólo se hablaba de fútbol. Eso unía mucho más y había un entramado entre los hombres hablando de fútbol, algo más fuerte que cualquier bloque o grupo de la Asociación. Por eso festejo ahora como hechos sociales importantes los asados que hacemos ahora, como hicimos el otro día, de mujeres. Marisa hizo uno, la chica Carmen, mi nieta, hizo uno para sus amigas. Son hechos significativos. Antes, ¿a quién se le ocurría hacer un asado si no había un hombre?

M.G.: a principios de los 90, yo la acompañaba a Pila en ponencias donde pedíamos que se pagaran daños y perjuicios a la concubina o el concubino por la muerte del otro. ¿Se acuerda? Era una cosa revolucionaria. En los congresos formales, perdíamos las votaciones, ni las mujeres la acompañaban.

N.M.: ¿Sabés cómo me decían? Tipos que han sido camaristas, eh. “A ver, Pila y sus chicas”. Y yo no me levantaba para decirle por qué no te vas un poco lejos. ¡No podía! No lo decíamos.

M.G.: La ley de divorcio vincular también nos costó un montón.

N.M.: Eso mismo dije ayer en la radio. Conté una sentada que hicimos ante el Congreso, en la calle, paramos los autos.

M.G.: Otra cosa que hizo la doctora fue empezar a pedir las tenencias compartidas. No lo leas en el contexto de ahora, pensá en otra época. La madre no la tenía, no la compartía, era exclusiva del padre. Sería el año 85, y me acuerdo de un fallo en el que el juez hace lugar al acuerdo que presentamos, de patria potestad compartida. El defensor de Cámara se opuso y citó a San Pablo, y dijo “el hombre es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza de la Iglesia”.

N.M.: Si querés anécdotas, tengo muchas, pero te voy a dar tres maravillosas; podés poner que lo que me fue empujando al feminismo fue el ejercicio de la profesión. Una: yo fui con una chica a una audiencia de divorcio por presentación conjunta.

M.G.: El artículo 67 bis.

N.M.: El juez no la atendió porque ella había ido de pantalones. La chica tuvo que ir a la casa a cambiarse; año 70 y pico. Otra anécdota: voy con una señora con una panza así, embarazada, ella fue con su nueva pareja, de quien estaba embarazada. El juez, que era muy católico, le dice a la señora: “señora, ¿seguro que no se arrepiente? Su marido la va a perdonar”. Y la tercera, para que nos riamos. Tenía una cliente que era muy pulposa, un cuerpo así. El marido había pedido nulidad de matrimonio; ella viene y me cuenta “no sabe, me vuelve loca, pongo el jabón así y me exige que lo deje parado”. Viene el marido y me dice “usted sabe, yo le digo que ponga el jabón así…”.

M.G.: Ella contaba esas cosas y nosotras decíamos “qué exageración”. Pero era así. Y entonces Pila le dice “hagalé unos agujeritos a la jabonera, que venían de plástico en esa época, para que no se gaste el jabón”.

N.M.: Y el juez, al que convencí para que cambiara de nulidad de matrimonio a divorcio por presentación conjunta, después me hizo llamar por el secretario para pedirme el teléfono de la señora, porque le había gustado.