Como ocurría en la seminal novela infantil, escrita e ilustrada por la británica Beatrix Potter y publicada originalmente en 1902, Peter Rabbit –un conejo con rasgos antropomórficos y vestimenta a tono– sale de su guarida subterránea, atraviesa a los saltos algunos metros e ingresa ilegalmente en el huerto de su vecino humano, el señor McGregor. A diferencia de lo que ocurría en aquellas páginas, signadas por la delicadeza del texto y los dibujos, Las travesuras de Peter Rabbit deja de lado cualquier clase de sutilezas y apunta los cañones a una versión remozada del añejo slapstick, transformando al conejo titular y a sus amigos –tanto aquellos que comparten labio leporino como el resto de la fauna del lugar– en un grupo de animales revoltosos, dueños de una notable hiperactividad y un dejo importante de crueldad. No hay nada de malo en ello, al menos a priori: los clásicos están para ser respetados a rajatabla, destrozados y/o reinventados por completo o bien para hacer algo a mitad de camino entre ambas opciones.

Esto último es un poco lo que han construido el guionista y realizador Will Gluck (cuya filmografía incluye la comedia Amigos con beneficios y la versión 2014 de Annie) y el coguionista Rob Lieber: mantener algunas de las características de los relatos originales –y de las diversas adaptaciones animadas más o menos recientes– y sumarles varios aspectos considerados “modernos”: un ritmo frenético, algo de autoconciencia, la obsesión por la violencia física, cruzando la participación de actores de carne y hueso con personajes animados mediante técnicas digitales. El planteo/excusa es por demás sencillo: luego de la muerte del viejo McGregor (un Sam Neill irreconocible), su sobrino llega para hacerse cargo de la vieja casa rural. Previsiblemente, Thomas McGregor (Domhnall Gleeson, el chico pelirrojo de la saga Harry Potter) es un obsesivo del orden y la limpieza, un hombre afecto a los ataques de ira y, como su difunto tío, dueño de una clara aversión a los conejos. Las razones de la batalla están servidas en bandeja.

Por momentos, el grupo de animales se comporta como los Feebles, los peluches para adultos creados por Peter Jackson; claro que aquí no hay sexo, alcohol ni drogas, aunque el consumo excesivo de alimentos vegetales suele dejarlos en un estado cercano a la euforia. Eso y una fascinación por la destrucción, que ni siquiera la presencia de una bella vecina, amante de los animales (algo así como un alter ego ficcional de la propia Beatrix Potter), logra desbaratar salvo contadas excepciones. La versión 2018 de Peter Rabbit termina abrumando con su constante anhelo de ser ingeniosa y un pavor a dejar transcurrir algunos segundos sin alguna agitación en cuadro. A diferencia de los dos largometrajes recientes basados en el oso Paddington, este Peter Rabbit recargado termina pasándose de listo, generando un desbalanceo de tonos que termina por aniquilar los placeres de la película.