Durante el 2016, la denominada “Peak TV” (“Pico Televisivo”) sirvió de idea totalizadora para referirse a la vorágine de ficciones suplantando al de la “tercera era dorada” del medio. El término alude al salto cuantitativo (mucho más tangible que lo cualitativo) de horas producidas en diversos formatos y que –por lo pronto– no muestra intenciones de ceder en su escalada. Hay dos datos incontrastables. En lo que va de la década, la tevé estadounidense (gran proa de esta Industria Cultural global) ha duplicado la cantidad de series estrenadas y ha superado en inversión lo que Hollywood destina a sus películas. En este contexto las nuevas plataformas online, además de amplificar el mercado, cuentan con el expertise para analizar la data, moldear y escupir entregas en base a los “deseos” de sus usuarios. Claro que tal nivel de oferta es imposible de ser cubierta por un ser de esta tierra, a menos que uno sea un otaku encerrado en una neurosis compulsiva. Y ni siquiera así se lograría.  

El espectador actual, por tanto, es parte de diversos “nichos masivos” en simultáneo. Sean policiales de corte nórdico, universos distópicos, superhéroes de capa caída, historias de terror, relatos carcelarios, otros iniciáticos, dragones o dramones bajo el modelo de antología, misterios científicos, zombies, reconversiones literarias, o varias de esas convenciones juntas. Es de notar que entre las debutantes ninguna alcanzó el status monolítico como sucedió en 2014 con True Detective. Como contrapartida hubo un enorme caudal creativo que atropelló las retinas y los cerebros de una audiencia cada vez más atomizada. Sin ser las más convocantes o mencionadas en las redes sociales, cada semana aparece alguna jugada atractiva, llámese Midnight Dinner: Tokyo Stories (Netflix), Hap & Leonard (AMC), Son of Zorn (FOX), The Girlfriend Experience (FOX), High Maintenance (HBO), The Man in the High Castle (Amazon Prime), 11.22.63 (AMC y Hulu), por nombrar solo algunas. 

Encuentro con la retromanía 

Quizá lo más extraño de Stranger Things fue el modo en que armonizó el pastiche ochentoso, con una historia íntima y metatextual, sus personajes y la narrativa de relojería. Su mitología ofreció tantos puntos de abordaje que terminó convirtiéndose en la serie más comentada, viralizada y analizada del año. En el inicio hubo un chico desaparecido en un bosque. Para su pandilla, la aventura deparó momentos fantásticos, enigmas gubernamentales y bastante de angustia adolescente. La épica suburbana, además, contuvo algunas de las secuencias más pregnantes del 2016 (las lucecitas intermitentes, los raids en bicicleta, Barb al lado de la pileta). Sus creadores, Matt y Ross Duffer, fueron explícitos a la hora de citar influencias. “Tenemos tanto amor y nostalgia por esa época que realmente quisimos crear algo que fuera en la línea de lo que vimos nosotros al crecer: Steven Spielberg, John Carpenter, las novelas de Stephen King. Para nosotros lo que tienen de genial y resonante esas historias es que exploran el punto mágico donde lo ordinario se mezcla con lo extraordinario”, dijo Matt Duffer.

La serie de ocho episodios fue una clara declaración de amor a los clásicos de esa década con un relato entre iniciático y sobrenatural. La música jugó un rol atmosférico, evocando las composiciones sintéticas de Vangelis combinadas con temas de The Clash, Joy Division y Modern English. En los títulos de apertura hubo citas a la saga literaria Elige tu propia aventura.  Cada fotograma, en este sentido, fue una golosina de cultura pop. Falta mencionar a Eleven, sin dudas el personaje más entrañable del 2016 interpretado por Millie Bobby Brown. Una pequeña, al igual que la serie, enigmática, poderosa e inocente. Stranger Things, en definitiva, fue un hermoso aparato de manipulación emocional para la generación que creció con walkie talkies y viendo VHS, también para los que añoran esa época aunque no la hayan vivido, consumida con la misma voracidad por unos y otros.

Drama nocturno y robots

La miniserie The Night of (HBO) expuso cómo se pueden utilizar todas las herramientas de un género para adentrarse en un auténtico drama humano. A partir de un caso de aparente fácil resolución, se profundizó el lado menos “sexy” del policial. La miniserie presentó un whodunit como trampolín para embarcarse en una noche mucho más larga que la del título, relacionada con la deriva del acusado de un crimen –un universitario de origen musulmán– a través de todo el sistema penal. John Turturro interpretó al abogado defensor y fue uno de los puntos más altos de la entrega. ¿Otros atractivos? La estética de Nueva York grisácea y vaporosa. Steven Zaillian, su creador, explicó cuál fue su intención. “Es una historia policial, una historia que involucra a la Justicia y a cárceles. Si hacés una historia sobre todo eso con honestidad, será naturalmente una historia social. Pero nada de eso será interesante si no es contado por personajes interesantes (…). Lo que hacen es reaccionar e interactuar naturalmente con las situaciones que surgen, sin sentimentalismo, y al hacerlo muestran quiénes son y yo espero que así se entienda quiénes son”. The Night Of se ganó el aval unánime de la crítica como el año pasado sucediera con Show me a hero de la misma señal. Y no es fortuito porque las dos miniseries tiene un swing similar.  Dilemas humanos, sujetos cruzados por instituciones y una solidez inquebrantable.

Westworld, por su parte, tuvo su desembarco hacia mitad de año también por HBO. La serie, que cuenta con Jonathan Nolan como showrunner y lleva el sello de J.J. Abrams, logró cumplir con las altísimas expectativas que había despertado. Se trata de una remake del film de culto de los 70 sobre un resort con robots que les permiten a los humanos dar rienda suelta a sus instintos más bajos.  El propósito, según dijo Nolan, fue reconvertir la película original de adentro hacia afuera, poniendo el foco sobre los droides y planteando la historia desde su perspectiva. Principalmente desde los ojos de Dolores (Evan Rachel Wood), la anfitriona más antigua del lugar. Y como es esperable, ella y los de su especie se alzarán contra sus creadores.

Proyecto grandilocuente desde lo visual, impactante en su nivel técnico  y excesivo en su espíritu (aquí también se tocan grandes temas) pero que, al fin de cuentas, funciona como un gran pasatiempo. Producto afecto a los ganchos, vueltas de tuerca, y que cuenta con notables interpretaciones de Wood, Ed Harris –como el pistolero/mesías– y Anthony Hopkins con su mejor papel en años. El británico interpreta al director creativo del parque que vive recluido en plan Gepeto y prefiere charlar con los robots a tratar a los humanos. Más allá de sus pretensiones, su estructura compleja y espíritu oscuro, la serie (concebida para durar un lustro) sabe y conoce su juego. A eso apuestan desde HBO. Tras la decepción de Vinyl se especula con que este tanque sea el reemplazo de Game of Thrones a nivel de fenómeno cultural. Lo de la serie producida por Martin Scorsese y Mick Jagger, por su parte, no fue un fracaso en términos de calidad. Su levantamiento obedeció a la cuasi demodé falta de repercusión. 

Historias en blanco y negro

La ficción estadounidense asumió el compromiso de contar historias que metiesen el dedo en la llaga sobre la cuestión afroamericana. Es imposible no asociar la brutalidad policial, las muertes de negros y las manifestaciones de    la población con ciertas entregas. En este sentido, American Crime Story: The People v. O.J. Simpson (FOX) fue la serie más premiada y aún sigue de racha. La dramatización contó el trasfondo del juicio contra el deportista estrella por el asesinato de su esposa hacia comienzos de los 90. Queda claro que la polémica racial y mediática que despertó el caso sigue teniendo resonancias en la sociedad estadounidense, lo mismo vale para la remake Raíces exhibida por History. En este contexto apareció una gema como Atlanta, escrita y protagonizada por Donald Glover (Community). Se trata de un comedia agria que, según su creador, intenta mostrar lo que se siente ser un joven negro en los Estados Unidos de hoy. Relató la vida de dos primos que buscan abrirse camino en la escena musical de la ciudad del título. Así de simple, sin subrayados pero con conciencia de clase. Sorprende su materia, junto con la estética medida. Bajo la fachada de humor, Atlanta muestra la vida en esa urbe, la música que los guía, y sus ambiciones personales. “Quería que el programa tuviera un gusto particular, que enseñara mi punto de vista sobre algo; tiene un tono en la composición que es importante para mí”, planteó Glover. En ese sentido, la serie es comparable a The Getdown, la carísima entrega de Netflix que cuenta el nacimiento de la cultura hip hop en la Nueva York de finales de los 70, pero en otra ciudad, otro contexto y un perfil más personal: como si fuera el diario íntimo de Glover, mezclando las subidas y los porrazos de su criatura. “Acá hay personajes a los que van a balear, alguno se va a morir, te vas a preocupar por ellos”, dijo el intérprete. 

Lo nórdico cruza fronteras

El policial se mantiene como uno de los géneros más vibrantes y explotados. Más que el caso a resolver el interés del espectador es compadecerse de los detectives. Hombres y mujeres grises, que a duras penas pueden mantenerse en pie, lo único que les da un motivo para seguir vivos es resolver esos malditos casos que han caído sobre sus escritorios. El noir nórdico ha filtrado en el policial de un modo que su estilo ya es casi una norma. Ahí destacó la extraordinaria River (Netflix), protagonizada por el sueco Stellan Skarsgård, que contó el calvario de un agente acechado por sus propios fantasmas bajo el contexto de una Londres cosmopolita, multirracial y nocturna. Y esto es literal. Porque por ahí anda, alucinando y hablando con los tipos a los que apresó y mató, y también con su ex compañera de armas. Policial acongojado pero que ofreció, sin duda alguna, el gran momento musical de la temporada. El pulso disco de “I Love to love” de Tina Charles extrañamente funcionó como una coda para el tortuoso universo presentado. 

La miniserie The Night Manager (AMC), dirigida por la danesa Susanne Brier, resultó una meritoria adaptación de una obra de John Le Carré. Es decir, espías con dilemas existenciales y conflictos políticos bajo un marco eurocéntrico. Contó con las actuaciones de Tom Hiddleston y Hugh Laurie que brindaron performances sutiles, gélidas y competitivas como en una partida de ajedrez. Otra clave fue su pulido estético aprovechando al máximo los paisajes de diversas latitudes. The Night Manager fue un logrado mix de pretensión artie con producción a gran escala. 

Exorcismos y superhéroes 

Con el arribo de Outcast y El Exorcista, el terror mostró buena forma y una cuota alta de posesiones infernales. En el terreno de los superhéroes, la abundancia de personajes con poderes especiales llegó al nivel de la saturación. Lo demuestra el reciente crossover que ligó cuatro series diferentes del sello DC vía Warner Channel, y la inacabable exploración de Marvel en Netflix (este año contó con la novedad Luke Cage). También se sumaron los paladines del conurbano con Nafta Súper (Space). El universo creado por el escritor Leonardo Oyola para la novela Kryptonita, dirigido por Nicanor Loreti, entregó su versión lúdica y salvaje con unos titanes de La Matanza. En esta nueva travesía hubo tiempo hasta para que Carozo y Narizota fuesen secuestrados por la banda del Pini.   

Todo pareció posible. Hasta que Louis C.K. sacudiera la industria al lanzar Horace & Pete. Lo más interesante del envite fue que el comediante, autor y responsable de cada área de sus productos la dispusiera en su web (Louisck.net), donde pudo ser adquirida por cinco dólares sin intermediarios. No se sabía demasiado sobre el proyecto, y de buenas a primeras aparecieron sus golpes de humor incómodo acompañado por Steve Buscemi, Alan Alda y Jessica Lange. El modelo de lanzamiento sin previo aviso puede llegar a ser uno de los nuevos chiches de un medio que se reinventa constantemente.  

Entre las entregas con más rodaje, vale celebrar la locura animada e insondable de BoJack Horseman y Rick and Morty (Netflix) junto a la consistencia de Vikings (FOX). Los hacedores de Game of Thrones  y The Walking Dead volvieron a demostrar que manejan mejor que nadie los cliffhangers. Jon Snow volvió a la vida y pudo ser parte de la “Batalla de los Bastardos” sobre el cierre de la sexta temporada. Tal despliegue épico será recordado como uno de los hitos de esta era televisiva. La (ex) serie zombie giró en derredor de otro gran enigma. Recién a fin de año se pudo saber que el temible Negan se cargó a dos personajes con Lucille, su bate de béisbol envuelto en alambre de púas. Uno de ellos había acompañado a Rick Grimes desde los primeros días de los “walkers”. La jugada por mantener el suspenso no le salió del todo bien a sus productores y hasta Scott Gimple, su showrunner, reclamó el beneficio de la duda. Lo cual no deja de suscitar reflexiones sobre la autoría intelectual de las ficciones por estos días. ¿Cuán legítimo o aceptable es cambiar el modelo narrativo de una serie?  ¿Hasta dónde les atañe a sus realizadores? ¿Cuánta incidencia tiene el público en el desarrollo de las mismas? En el 2017, público y creadores seguirán dando respuestas, más preguntas y, sobre todo, más programas.