En la arenosa región norte de Francia donde nació y en la que filmó prácticamente toda su obra, Bruno Dumont volvió a rodar la que puede llegar a ser –lo que no es decir poco– su película más controvertida, Jeannette, la infancia de Juana de Arco, presentada en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes del año pasado y presente ahora en la sección Trayectorias del Bafici. Todos sabemos cómo terminó la vida de Juana de Arco, consumida por las llamas, pero poco y nada se sabe de su infancia y primera juventud, antes de que encabezara el ejército francés que hacia 1430 logró expulsar a los invasores británicos. Ese despertar místico, mientras la niña Jeannette llevaba a pastar a sus ovejas, es el que ahora cuenta Dumont, pero lo hace de un modo tan original como irreverente y a la vez genuino: como un musical. Claro, tratándose de Dumont no es un musical cualquiera, por más que sea all singin’ all dancin’. Empezando por el hecho de que el director de Flandres La humanidad convocó a gente común, niñas y jóvenes esencialmente, que no son actores, ni cantantes, ni bailarines… 

El resultado es la vez sorprendente, gracioso y por momentos también conmovedor. Y para algunos franceses, quizás sacrílego, considerando el carácter de santa de esta figura, uno de los pilares de la identidad nacional. Sin embargo, nada más lejos de la idea de herejía que esta Jeannette, concebida con la misma austeridad de un retablo medieval, sin otra escenografía que la naturaleza misma, y con un espíritu ingenuo que le aporta mucha de su verdad. Lo que no quiere decir que Jeannette no sea una película furiosamente contemporánea: lo es, entre otras razones, porque la música de un tal Igorrr (así, con tres erres) abarca un espectro tan amplio que es capaz de ir de Scarlatti al death metal y al rap en una misma canción. (Hoy viernes 13 a las 15 horas en el Village Caballito 7 y el viernes 20 a las 13 en el Village Recoleta 4).