Una adolescente decidió ir sin corpiño a clases y la rectora, de una escuela pública porteña, la sancionó. No está escrito pero se nos impone desde que las hormonas empiezan a hacer ebullición en nuestros cuerpos, que esas partes, las tetas, deben estar cubiertas. El corpiño sostiene pero también tapa. Puede exaltar el tamaño de los pechos, sí, o cuando se prefiere, incluso, disimularlo –según gustos personales–, pero sobre todo cubre esa pequeña zona de nuestros cuerpos, que con el frío, pero también con el deseo –y qué paradoja, cuando hay un bebé para darle de alimentar–se eriza, se pone erecta y perturba. ¿Por qué no son iguales los pezones de los cuerpos feminizados que los de los varones si a la vista, son tan parecidos? Ellos los pueden mostrar, sin miradas censurantes.

Nos enseñaron que al pezón femenino hay que cubrirlo. Lo que censura Facebook no son los pechos de mujeres y trans: son los pezones. La red social reproduce esa lección, bien aprendida desde niñas, que nos inculca qué podemos y qué no podemos mostrar. No llevar corpiño es rebelarse a ese mandato social, pacato, que demoniza esa parte, pequeñita de nuestros cuerpos, en función de la mirada de lxs otrxs. En febrero del año pasado, en el Obelisco –y también en otras ciudades–, se hizo un “tetazo”, por la “soberanía de nuestros cuerpos”, en repudio al operativo policial que impidió que tres mujeres hicieran topless en Necochea. Un año antes, hubo otra protesta convocada por organizaciones feministas, luego de que dos mujeres de la policía no dejaran que una joven, de 22 años, amamantara a su bebé en una plaza de San Isidro. Los pezones molestan, incluso cuando se exhiben para cumplir con esa función primaria como es la de alimentar a un hijo. Hoy a las 17, Mumalá realizará una “suelta de corpiños” frente al Ministerio de Educación de la Nación en apoyo a la alumna sancionada. 

¿A quiénes incomodan nuestros pezones? ¿Por qué? Si se insinúan debajo de la ropa, nos acusan de provocadoras, busconas, calienta pijas y tantas otras formas de culpabilizarnos. Pareciera que ese es el único código. Pero las adolescentes, que están creciendo bajo la revolución que trajo el movimiento Ni Una menos, están rescribiendo las reglas, empujando los márgenes, mostrándonos, con notable claridad, que el vínculo de la sociedad con el cuerpo de las mujeres, lesbianas, travestis y trans, puede ser otro: bien distinto al que marcó, probablemente, la vida de la rectora. El corpiño encorseta, presiona, aprisiona, limita. Lo sabemos. Sacarse el corpiño, no usarlo, porque incomoda, pero también como símbolo de libertad, es un cambio de punto de vista para celebrar.