En su bulín de un piso once de Almagro –un teclado, una guitarra, libros y más libros, una laptop al lado de una Olivetti, la partitura de la milonga “Ocaso pampeano” de Patricio Ortellano desplegada en una mesa, una gata negra endemoniada llamada Lili, un metrónomo–, Nahuel Lobos cuenta un dramón con la parsimonia de quien sabe que no le va a alcanzar el resto de su vida para procesar tantos cabos sueltos. Antes de ser una de las buenas noticias del último Festival Cosquín (obtuvo el primer puesto en el rubro Espectáculos callejeros);  antes de la flamante edición de su tercer disco, Solo, con temas de Raúl Carnota, Peteco Carabajal, Néstor Garnica, Pitufo Lombardo, Hugo Giménez Agüero y otros; antes de devorar miles de kilómetros haciendo “la gran Yupanqui” –camino y piedra, guitarra y voz–, debió aprender a convivir con el dolor. En eso anda.

Nahuel nació en Luján y es hijo de Omar Lobos, un artista de cumbia. “En realidad se llama Osmar, con ‘s’. Mi viejo es muy importante para mí. Crecí con la cumbia, viendo cómo se manejaba en ese ambiente, tocándola. De chico me subí al escenario con él: tocaba el güiro, hacía coros. Ese mundo era fantástico para mí. La que no se lo bancó  fue mi mamá”.

¿Por qué?

–No pudo soportar la forma de vivir de mi viejo. Le agarraron  celos, de los enfermizos. Yo era muy chico, pero hubo un quilombo de engaño, fotos en celulares... En la cumbia hay una cultura machista muy fuerte. Se separaron, y todo derivó en una depresión profunda de mamá. Empezó a jugar, a perder dinero, a tomar psicofármacos, a tener brotes. La internaron en dos o tres oportunidades.

¿Vos cómo lo viviste?

–Como pude. Una vez que yo iba a ir a almorzar con ella a casa, agarró un bidón de nafta, roció todo, prendió fuego la casa y fue a hacer la denuncia a la policía acusando a mi viejo del incendio. La policía la llevó al psiquiátrico y a las cinco de la tarde murió de un paro cardíaco. Se llamaba Mónica. Era ama de casa y costurera. Por suerte le pude hacer una canción.

La canción se titula “Jhuguay yetapá”, nombre guaraní que recibe un pájaro que aquí se conoce como tijereta. En Paraguay existe una leyenda que dice que el jhuguay yetapá es la reencarnación de las costureras. “Cada vez que fallece una costurera, nace un pájaro. Ese pájaro tiene en su larga y hermosa cola la forma de una tijera, que es el elemento que les da de comer a las costureras”, cuenta Nahuel Lobos. “Jhuguay yetapá/ tijerita encordada/ Soltá con tu cantar esta muerte...”, dice el estribillo de la canción, un bailecito estremecedor que salió en su segundo disco, Tierra de pájaros.

Lobos alterna composiciones propias con temas ajenos, y esa decisión alberga un estado de ánimo. “Tengo períodos en que necesito dar a conocer mis temas; otros, me gusta hablar por las canciones de grandes autores. Ya tengo tres discos, el primero lo grabé en Luján, de manera muy caserita. Le puse Para verlo, y cantó ahí Ale Balbis. Me gusta mucho la música uruguaya... Mateo y Cabrera, ni hablar, pero también me interesa mucho el Zurdo Bessio y El Alemán”.

Largó con la guitarra bajo el ala de un profesor de barrio de Luján. A los 12 años tenía un dominio considerable del instrumento. “Me gustaba, como a todo pibe, la Sole y Luciano Pereyra, que fue novio de mi prima. Esa fue la música de mi infancia. Más lo que escuchaba mamá. Mi vieja era fan de Jorge Falcón: durante años yo cantaba esa canción terrible que hacía Falcón, ‘El amor desolado’. En el secundario mis amigos me empezaron a pasar otras músicas, de Carnota y Juan Falú a Silvio Rodríguez. 

¿Cuál creés que es tu estilo?

–Todavía lo tengo algo difuso. Estoy explorando.

Nahuel Lobos se debate –o camina por una delgada cuerda– entre el galancete melódico y el cantautor abigarrado, de textos poéticos y densos. Es entonado, maneja una expresividad justa y a los 30 años sólo él sabe dónde va a caer la bocha. “Ahora por ejemplo me puse más intérprete. No uso la viola, camino el escenario. Quiero aprender. La etapa de cantautor la veo como medio lúgubre, mucho contenido... Está en stand by. Pero está”.

Otra singularidad de Nahuel Lobos es que cursa tenazmente Filosofía y Letras en la UBA. Tiene adentro, dice, seis materias y cinco finales. “Me gusta ir a Puán, creo que me completa. Me nutre. Me interesó Filosofía Antigua, también la contemporánea con Nietzsche, Schopenhauer. Me encanta Preciado. También la Filosofía latinoamericana, que no se le da pelota en Puán, con tipos como Roig, Rodolfo Kusch... Pero cada vez me cuesta más”.

¿Por qué?

–Me cuesta conciliar con mi laburo. Le meto garra, pero ya no me interesa tanto recibirme. Hubo un momento en que la filosofía me llenó la cabeza de dudas... La duda te puede meter en el horno.

Musicaliza la Peña de Hipólito ubicada en Monserrat (Yrigoyen 786) y dice que ya están en venta las entradas para el concierto que va a dar en el Teatro Sony en noviembre. La gata exhibe una genética de pantera: ataca, trepa, se esconde. Lobos dice que juega al fútbol cada semana, con un grupo en el que está Homero, el hijo de Peteco Carabajal. Los libros también dicen lo suyo: colecciones del Siglo de oro español, Shakespeare, una antología de Letras Argentinas de Hoy 2007 donde coló un poema, El peón de la reina de Virginia Gamba, Tumba de jaguares de Angélica Gorodischer, el Fausto de Goethe. “No alcanza la vida para leer todo lo que quiero leer”.

¿Por qué le pusiste Solo a tu disco?

–Me inquieta la perspectiva de la soledad: el que se separa, el que va con la guitarra por los caminos del país. Son estados. Ahora estoy preguntándome por qué me ocurren cosas extrañas, locas.

¿Qué cosas te ocurren?

–La última fue en la segunda Peña de Hipólito que hice. Estaba con los chicos de mi banda, tranquilo, charlando. De pronto se sentó al lado una mujer idéntica a mi mamá. Me sorprendió. No podía dejar de mirarla. Imprevistamente, la mujer dio un salto y me empezó a ahorcar.

¿Qué hiciste?

–Le tomé fuerte los brazos y me la saqué de encima. No olvido más esa imagen. Por suerte tengo la música. Ahora me voy a La Pampa, a San Juan, a Tucumán, a Santa Fe… Me hace feliz cantar.

¿Hacés terapia?

–Sí. Terapia y canciones. Curan.