Polifacético creador que revolucionó el arte al punto de convertirlo en inmaterial, David Lamelas se define como un “escultor del espacio”. En su estudio en Belgrano, sobre una mesa blanca parecida a la que usan los arquitectos, su reloj pulsera marca la hora de dos países en simultáneo. A los 72 años, el pionero del arte conceptual viaja muchísimo, pero vive entre Buenos Aires (donde nació), Los Angeles y París, donde tiene residencia, casa y ropa preparada para aterrizar en cualquier momento.  

Organizada junto a University Art Museum de la Universidad Estatal de California, Long Beach, Con vida propia, la exposición monográfica de David Lamelas en el Malba, reúne esculturas tempranas realizadas por el artista, obras conceptuales, foto-secuencias, films y videoarte. 

Lamelas pintó las primeras obras que expuso –en la galería Lirolay– en la terraza de la casa de sus padres. En un cuarto que nadie usaba armó, desde adolescente, su taller. Inmigrantes españoles, sus padres tenían panadería en San Cristóbal. Al ver las tortas de boda de hasta siete pisos que con apenas un puñado de elementos levantaba su madre  –su gran amiga y confidente–, aprendió que “de la nada podía hacer algo maravilloso”. La segunda vez que Lamelas, a los 14 años, pidió permiso para ir al MNBA, su padre, artífice del pan en el local familiar, no entendió el por qué. “Para él, al museo se iba sólo una vez en la vida”, se ríe con cariño Lamelas. 

En 1966, Lamelas ganó el Premio especial Di Tella con Conexión de tres espacios (1966), un site specific que se recrea en el Malba. Con los 100 mil pesos del premio, ayudó a su familia y, al tiempo, obtuvo reconocimiento. “Mi padre no lo podía creer: él, en toda su vida no había podido ganar ese dinero”. Tras el premio, con veinte años, fue elegido para representar a nuestro país en la IX Bienal Internacional de San Pablo. “Eso fue un poco escandaloso: muchos artistas y críticos de arte se opusieron. Yo todavía era un pibito: mi mamá me preparaba la comida y me hacía poner corbata cuando iba al centro”. 

En Situación de tiempo, presentada en el Instituto Di Tella en Experiencias Visuales (1967), copó la sala más grande con 17 televisores última generación (pocos tenían uno en ese momento) que sólo transmitían el efecto lluvia por la ausencia de señal mientras emitían el correspondiente sonido alienante. “Quería evidenciar el grado cero de información”, cuenta el artista. “Para vivir la obra, tenías que estar en la sala ocho horas. El guardia de seguridad fue el único que tuvo esa experiencia. Eso me llevó a hacer una película en Londres sobre cómo el arte está jerarquizado a través de clases sociales”.

Durante el reportaje, Lamelas vuelve con pasión a sus primeros años en el arte: esa biografía personal revela búsquedas estéticas y aspectos que permanecían ocultos de sus obras. Algunos se iluminan por efecto del recuerdo, cuando Lamelas los vuelve palabras. Cuando salía de la Escuela Belgrano iba con sus compañeros a ver galerías en la calle Florida; luego al Bar Moderno (en Maipú y Paraguay), parada ineludible de grandes artistas. Se sentaba en las mesas de atrás para verlos de lejos; los popes ocupaban las mesas de la entrada, cerca de las ventanas. Cuando se cruzaba con los artistas que admiraba el corazón latía fuerte: sentía que se paralizaba. En el Moderno, cuenta, se reunían Rómulo Macció, Luis Felipe “Yuyo” Noé, Jorge de la Vega, Rubén Santantonín, Federico Peralta Ramos, Kenneth Kemble, Luis Wells, Pablo Suárez, Antonio Seguí, Gyula Kosice, Alberto Greco cuando visitaba Buenos Aires, Delia Cancela, Margarita Paksa, César Paternosto, entre muchos otros. Lamelas pasó a las primeras filas cuando Marta Minujín lo buscó de imprevisto en la galería Lirolay y lo llevó de la mano hasta su mesa. “Todos tomaban whisky. Las distintas tendencias artísticas no se mezclaban en las mesas; sí en la vida social. Estaba la mesa de los neofigurativos, la de los geométricos, y en el medio la de los pintores y escultores más figurativos con Alonso”, dice. Y añade: “Se debatía de arte: había grandes tensiones. Hasta llegó a haber trompadas entre los figurativos y los abstractos”.   

En Límite de una proyección (1967), Lamelas logró desmaterializar el arte. Apenas con un foco de luz cenital apuntando al suelo hizo una obra sin objeto: sólo luces proyectadas y sombra. A ritmo vertiginoso, al año siguiente fue invitado a participar en la Bienal de Venecia. Presentó la inolvidable Oficina de Información sobre la Guerra de Vietnam en tres niveles: imagen visual, texto y audio. “Me interesaba cómo se producía la información, el proceso de información nunca es auténtico, siempre tiene algo de fake”. Con el dinero que había ganado del premio Di Tella, Lamelas viajó a Roma unos meses antes de la Bienal. Se contactó con la agencia italiana de noticias ANSA, les contó su proyecto y pusieron manos a la obra. La agencia le dio un télex para habilitar el acceso a los cables de la cobertura de la guerra de Vietnam. En una cabina vidriada, una “secretaria” leía esa información pura y dura, sin editar, antes de que la publiquen los medios. “El proceso informativo estaba alejado del público: no podían entrar al sitio del télex”, señala. En el contexto glamoroso de la Bienal, los visitantes se topaban con la información atroz de la guerra.  

Lamelas no duda: “La vida es inseparable del arte”. Cuenta que durante esta entrevista, al recordar su biografía, las imágenes se suceden con potencia inusitada: son tan intensas que por momentos lo dejan exhausto. Siente que a su lado están Romero Brest y Samuel Paz –mano derecha de Brest–, que le pide más responsabilidad a la hora de rendir el examen de la beca del British Council. Está con su madre en la escalera del Prado, cuando visitaron la tierra en la que ella nació. Se lo ve feliz en la foto que le tomó allí un fotógrafo callejero. El niño Lamelas de 7 años le pidió a su madre ir: fue la primera vez para ambos en el museo.

Con vida propia de David Lamelas se puede ver en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, de jueves a lunes de 12 a 20; miércoles de 12 a 21.