Un Gauchito Gil de mirada amenazante acelera arriba de un viejo y desvencijado camión. A su lado, un perro lo mira expectante. En la caja del Mercedes Benz, los tres integrantes de Las Armas Bs. As. observan el camino que van dejando atrás, armados con una washboard –esas viejas tablas de lavar convertidas en instrumentos por los bluseros del sur de Estados Unidos– y un diddley bow –una suerte de guitarra casera de una sola cuerda, tensada con un palo de madera y una lata–. Debajo del Gauchito Gil y los músicos, estas dos imágenes que funcionan como tapa y contratapa de su nuevo disco, las chapas del camión anuncian lo que se esconde en su interior: El camino no elegido.

La frase título del disco, surgida de un poema de David Frost en el que se relata la pérdida intrínseca que conlleva cada elección, abre la puerta al recorrido de una banda que se va alejando de las melodías ruteras de su sanguíneo y potente Vol. I (2016) para internarse en la densidad de los sonidos que crecen en la ciudad. Sostenidas por una aguerrida base de blues y hard rock, van apareciendo entre las canciones texturas oníricas que por momentos viran hacia el pop y el soul, y funcionan como puente para narrar el enfrentamiento callejero entre perros y gatos, la sordidez de un caso de gatillo fácil, postales sobre las bondades y las privaciones de la soledad, historias de amores extraviados a lo largo de la Avenida Calchaquí y un futuro de emancipación femenina.

No fue algo premeditado. Las canciones giraron hacia cuestiones más urbanas y se alejaron un poco del aura mística del primer álbum. Hay más aire, más respiración. Ese cambio nos hizo dar cuenta de que ya había otro disco. El poema, cuando se comparte por internet, pareciera que está celebrando el camino que escogió, y no es tan así”, explica Ramiro García Morete, el Míster, cantante y guitarrista de Las Armas Bs. As. “Este disco oscila entre el camino elegido que a veces se asimila con orgullo y otras no; es un intento de discutir esa mirada binaria que se impone en nuestra sociedad”, dice en su casa de La Plata el ex Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete.

En el amplio ambiente donde Míster da precisiones sobre el funcionamiento de la banda, rodeado de vinilos de Bob Dylan, The Rolling Stones y Johnny Cash, y entre las pedaleras, los teclados y las guitarras que hay en el piso, Las Armas Bs. As. registró varios momentos de este disco, con una especie de sello distintivo de trabajo que viene desde Vol. I, que grabaron en parte a través de una netbook del plan Conectar Igualdad.

Desde el primer álbum están las bases para ver que no somos una banda vetusta de blues. Tocamos ese género porque creemos que está vivo en el siglo XXI en el sur de la provincia de Buenos Aires y con métodos digitales de grabación”, asegura García Morete, acompañado en el grupo por el baterista Joaquín “Pinky” Inza y el bajista Ezequiel “Longa” Gómez. “Creemos en la tradición como algo vivo, no como algo de museo. El modo en que encaramos esos sonidos tradicionales puede tener hasta un sentido pop del blues, con un estribillo, por ejemplo. Cambia todo el universo en esos mismos tres acordes sobre los que cantaba un negro cosechando algodón en Misisipi. Pero la señal está ahí, funciona como una especie de entelequia.”

Dentro de la ruta de Las Armas Bs. As., pertenecer a una escena parece más bien el riesgo de perder esa energía que obtienen en la mezcla constante de universos lejanos. Si bien podrían ser catalogados dentro de cualquier catálogo de bandas indie, en su ADN conviven Motörhead, Creedence Clearwater Revival, Curtis Mayfield, Elvis Presley y los elementos esenciales del hip hop. “Somos músicos que no provienen de lo virtuoso sino de la tradición oral; nos basamos en el groove más que en la armonía, cuidamos la palabra muchísimo, la rima. Y tenemos ataque –explica el Míster–. El blues no es la música de los esclavos: es una música liberadora y por eso la cantan los esclavos. Esos tres acordes son siempre los mismos, pero tenés que encontrar veinte mil posibilidades ahí, y eso está en cada uno.”

En el cruce de todas esas energías, lo que se esconde en la frescura de esta banda multidimensional es esa vieja pulsión de transformación en la que el rock pudo echar raíces para crecer, y que luego se fue diluyendo entre caminos al estrellato, megafestivales y sonidos que ya no luchaban por despertar a una sociedad sino por engrosar cuentas bancarias. “Creo que en esencia el rock sigue siendo transformador. Esa idea categórica de que ‘el rock ha muerto’ deja de funcionar cuando hay alguien que va por la calle con una guitarra y lo miran raro porque se dedica a eso. Más allá de las publicidades de celulares, las estrellitas al estilo Pomelo y las camperas prefabricadas, aún así genera incomodidad. Quizás no tenga el alcance masivo de sus comienzos, pero sigue siendo un grupo de amigos en un garage planeando algo y que salga otra cosa, y eso es decididamente liberador.”