“Llegó la hora de mandar a todos al carajo” reza el afiche, la frase escrita sobre placas multicolor justo arriba de una Natalia Oreiro a media sonrisa y haciendo el tradicional gestito del dedo del medio. Y vaya que se putea en Re loca, a tal punto que la metralleta de malas palabras puede ser considerada como una de las estrategias centrales para general las carcajadas de la audiencia. Los modismos del español argentino (en su variante porteña) señalan una de las diferencias esenciales entre el largometraje del debutante Martino Zaidelis (ganador de un Martín Fierro por la dirección de la serie El hombre tu vida) y la película original en la cual se basa, la chilena Sin filtro. O bien con cualquiera de sus primas cercanas, las remakes mexicana Una mujer sin filtro y la española Sin rodeos, dirigida por Santiago Segura y estrenada en la Argentina hace algunas semanas con el título Sin filtros, en plural. El casillero de arranque es idéntico en todos los casos y las tres reversiones pueden entenderse como variaciones tópicas y localistas de la original sin excesivos desvíos creativos, como si se tratara de puestas teatrales simultáneas de una misma y exitosa pieza.

Una mujer que está a punto de cruzar el umbral de los cuarenta abriles, en este caso llamada Pilar, cansada del maltrato en el trabajo, el hogar e incluso durante el camino entre un lugar y otro -usualmente a manos de una serie de hombres, pero no exclusivamente- decide someterse a una terapia particular (ésta varía de film en film; en Re loca incluye el consumo de un par de líquidos poco apetitosos) que termina transformándola en una máquina de decir lo que realmente piensa y hacer lo que desea en todo momento, sin ningún tipo de criba, caiga quien caiga. El viejo truco del cambio total de personalidad/actitud/físico, todo un clásico en la comedia cinematográfica. Es en este punto en el que debe afirmarse que las dotes actorales y carismáticas de Oreiro son las que sostienen en gran medida el interés por la historia una vez pasado el punto de no retorno, ya que la repetición con variaciones de la misma situación -el enfrentamiento con la pareja, el jefe, la mejor amiga, la hermana, el exnovio, un taxista, etcétera- comienza a resultar cómicamente irrelevante más temprano que tarde. Como también ocurre en las otras tres versiones de la historia, por otro lado.

El empoderamiento, esa palabrita tomada del inglés que llegó para quedarse, está a la orden del día, al menos nominalmente. Al fin y al cabo, el escueto arco dramático llevará a Pilar a enemistarse con su nueva condición súper poderosa y a considerar algo así como una hibridación que contemple lo mejor de dos mundos. La risa estentórea y algo publicitaria de Oreiro en la escena final, mientras canta a dúo con Celeste Carballo “Me vuelvo cada día más loca”, parece ir en ese sentido: un poquito loca, pero en el fondo sensata. No como la nueva mujer de su ex (Gimena Accardi), que incluso durante el casamiento continúa disminuyendo y humillando a su marido (Diego Torres). De impronta televisiva y un acabado profesional que ya es la norma de estos tiempos, Re loca es un típico y apenas digno exponente de la comedia mainstream argentina, elevado un par de escalones por la explosiva presencia de Oreiro. Más que una buena opción de casting, una excelente decisión conceptual.