–Pero chicos, ¿ustedes qué hacen?

–Tango electrónico.

–Uh.

A Pablo Recanatini y Nicolás Dworniczak los habían invitado a uno de los templos milongueros porteños. Una de esas pistas que supo ser de vanguardia y hoy es parte sólida del ecosistema tanguero. Pero incluso en estos lugares, poner un sintetizador y un sampler arriba del escenario es, cuanto menos, una rareza. Más en una época en que muchos se animan a declarar que “el tango electrónico está muerto”. Por eso el vigor que la dupla logra bajo el nombre de Calavera Acid Tango es una feliz rareza: aportan frescura al género y llenan las pistas, e incluso reciben invitaciones de lugares más refractarios a todo lo que se haya compuesto después de 1960. Los Calavera acaban de lanzar su primer disco, De la noche a la mañana, fruto de tres años de experimentación y búsqueda estilística.

“Cuando empezamos a tocar para ver qué salía nos dimos cuenta de que lo que hacíamos estaba bueno”, recuerda Dworniczak. El objetivo de base, advierte, siempre fue que su música funcionara mejor en una pista de milonga que en una rave. “El tango electrónico para la rave es interesante para escuchar, pero queríamos otra cosa”, plantea. Para su compañero, lo electrónico es una herramienta más. “Sirve para más que el dance o el punchi-punchi, la computadora como instrumento sirve para cualquier tipo de arte”, explica Recanatini. 

Cuando rememoran sus primeros años de melómanos, no resulta raro que en sus cabezas convivan la música ciudadana y lo digital: crecieron escuchando tangos en los vinilos de sus padres y con los videojuegos en la otra mano. “Nuestra cultura está influída más por los sonidos electrónicos, desde los videojuegos hasta un programa de tele, las películas, los comerciales”, analiza Recanatini.

A los compositores contemporáneos de tango es fácil identificarles su generación. Los del palo más rockero rondan los treintailargos o los cuarentipico. Son los que llegaron al género a fines de los 90 o comienzos del 2000. Los de menos de 30 eligieron el tango casi desde el primer momento. Y en este esquema, los Calavera tienen un recorrido que los desmarca: comenzaron haciendo música de videojuegos y para publicidades e infomerciales. Entre trabajo y trabajo, experimentaban para conocerse musicalmente. Hasta que un día, como una epifanía, se volcaron al tango. Y se tiraron de cabeza, casi vorazmente, a aprender los yeites de piano y la mugre del bandoneón mientras jugaban con bases de batería en las máquinas de su “laboratorio” en un entrepiso de una casa en San Telmo.

“Hacemos fusión y vemos en el momento qué está bueno para un tema”, cuenta Dworniczak. “Por ejemplo, descubrimos que la base de hip hop funciona muy bien en muchos tangos”, revela. Eso es lo que más se aleja del tango tradicional, aunque funciona perfectamente en los pies de los bailarines. El bandoneón y el piano, en cambio, son rigurosamente tangueros. Y aunque hay maestros para iniciarse en el tango del siglo XXI, la cosa se complica si se trata de electrotango. Así que los Calavera Acid experimentan todo el tiempo. Y hasta filman los lugares a los que van, buscando encontrar ahí las claves de qué funciona o falla en cada tema. “Nos pasó con una versión de ‘Oblivion’, de Piazzolla, le pusimos una base de hip hop muy buena, laburada no sé cuánto tiempo, pero la gente no se enganchaba y lo descartamos, hasta que escuchamos ‘Teardrop’, de Massive Attack y con unas máquinas viejas emulamos los mismos sonidos, la misma base rítmica: ahora la gente está bailando en la pista un tema de Piazzolla sobre una base de un grupo electrónico inglés, más cachivache que eso...”, elabora Recanatini.

“Esos experimentos significan no negar de dónde venimos. Yo no puedo salir a hacer tango peinado a la gomina o ponerme el funyi. No es natural para nosotros. O salir a recrear a las orquestas de antes. Por ahí nos gusta más De Caro, ahí donde nacen todos los ruidos. Pero no queremos recrear esa época, yo quiero que me entienda mi vecino”, propone el bandoneonista.

Aunque ya no está de moda, para estos muchachos sin gomina, el tango electrónico está lejos del certificado de defunción. “Nosotros podemos compartir escenario con una orquesta típica y no pasa nada porque tenemos muchas similitudes, no le escapamos al tango clásico, al contrario: tomamos muchas cosas de la época de oro. No podemos dar vuelta la página sin hacerle caso a eso”, reflexiona Dworniczak. En la “otra visión” propia, que plantea el pianista, al tango nuevo, rebozante de grupos y orquestas componiendo y releyendo los clásicos, le faltaba “una vuelta de tuerca”. “Todos los géneros evolucionaron con el paso del tiempo y durante mucho tiempo el mundo del tango fue muy reaccionario”, sostienen.

Quizás por eso, ambos se encuentran “obsesionados” con el mundo milonguero. Además de pisar cuanto recital pueden, aprendieron a bailar y trajinan pistas solos o con sus esposas. “Descubrimos todo ese entramado que para nosotros estaba oculto, que es la milonga, más allá de toda la parte musical, la poesía”, explica Recanatini. “Vas a una, vas a otra y tenés amigos en todos lados, ¡y no los tenés agendados en el celular! Sabés que a las once caen en tal lugar, eso es lo que queremos defender ahora y por eso nos encaprichamos en que lo que hacemos sea bailable, porque además sabemos que la electrónica es un nexo con otras generaciones y gente que está afuera del ámbito. Y queremos que vengan”.