¿Recuerdan ese conocido diálogo entre Alicia y Humpty Dumpty en Alicia en el país de las maravillas? Cuando uso una palabra – dijo Humpty Dumpty, en un tono más bien despectivo– significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos.

El problema estriba, dijo Alicia, en saber hasta qué punto tú puedes conseguir que las palabras lleguen a significar tantas y tan distintas cosas. El problema estriba, dijo Humpty Dumpty, en saber quién es el amo, eso es todo.

Cuando las palabras son prisioneras del poder, la mentira tiene piedra libre. Mentir se ha naturalizado de tal manera que nos hemos acostumbrado que no importa lo que se prometa ya se sabe no se va a cumplir. Las promesas mentirosas se transforman en un juego al que somos movidos a aceptar.

La enorme cantidad de mentiras que hemos ido recibiendo en estos últimos años han sido sacadas a luz y denunciadas, pero sus autores no se dan por enterados. Mentiras sobre lo malo que han sido los del gobierno anterior y los milagros que iban a producirse, ha resultado hoy en creciente desempleo, insoportable pobreza.

En la Argentina de Macri, el cerebro gris de la propaganda estatal, ha repetido como en la antigua Alemania, que decir una mentira debe ser siempre enorme y repetida una y otra vez, hasta que se convierta en cosa cierta. Ahora, cuando esta mentira provoca miedo, entonces tiene muchas posibilidades de ser aceptada como verdadera. Por eso son tan peligrosos los modernos Humpty Dumpty, porque no tienen límites. Creen que poseen un poder que pueden usar sin límites para sus intereses.

En este nuevo país de las maravillas, se ha instalado como inamovible una nueva deidad que es la que tiene que regir la vida de todos, y debe ser venerada como ella lo requiere. Su nombre es Mercado. No tiene forma humana, es una realidad que existe más allá. El editorial de un reconocido diario la ha definido “como una potencia abstracta, inodora, incolora e insípida”. Lo explica de esta manera. Tiene una fuerza tal que puede expandir economías como deprimirlas. Por eso se recomienda conocer su teología para poder beneficiarse de ella. Como es impersonal se la tilda de inhumana, lo cual se considera correcto. Porque, lo más probable es que desconozca la historia, los símbolos nacionales –como en los nuevos billetes– y los ideales colectivos, porque los valores se compran y se venden. No se le puede pedir un rostro humano. El Estado solo podrá repartir cuando el mercado ofrezca sus bendiciones. Porque “la ética solidaria pertenece a la esfera de las decisiones personales”, y se podrá ejercer con el servicio que ofrece el mercado proveyendo trabajo, porque de otra manera solo se compartirá la pobreza.

Hacer depender la vida de la comunidad toda de realidades extrasensoriales es parte de la fantasía que los dioses del poder pregonan con estridencia. Es por eso que predican un mundo donde la política es un mal que hay que superar y todo depende del esfuerzo personal. El desamparo y la pobreza no son una realidad creada sino la expresión de una falta cometida contra la deidad mercado, que castiga y no perdona. Todo debe estar organizado de tal manera que el Estado debe estar estructurado para servirle, nada de retenciones con un sistema bancario especulativo y demás. 

Las expectativas para el año próximo no vislumbran un reconocimiento a la deuda con el pueblo, sino con los especuladores insaciables. Hay que prepararse para ofrecer mejores tributos a la deidad mercado.

¿Hasta dónde el pueblo podrá seguir soportando este culto idolátrico que tiende a paralizar cualquier reacción? El tiempo ha llegado para que se le diga al Humpty Dumpty local que el poder se le acaba y nuevos significados empiezan a aflorar en el pueblo para decir su palabra.

* Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas.