La certeza es la de filmar, como sea. A contracorriente, con poca plata, como acto estético y de resistencia. Es la impresión que ha arrojado el panel “Producir y Dirigir Cine, Aquí y Ahora”, desarrollado el sábado pasado con organización de Bafici Rosario (Calanda Producciones), en el Cairo Cine Público. Alrededor de la premisa del título, se dieron cita articulada comentarios vertidos por los directores Hernán Rosselli (Mauro, Casa del Teatro), Martín Benchimol (La gente del río, El espanto), la productora Mayra Bottero (El espanto), la realizadora y productora local María Langhi (Ni una menos en Santa Fe), junto al realizador y organizador de Bafici Rosario, Rubén Plataneo (El gran río, Triple crimen).

La situación cinematográfica actual tuvo un análisis de vertiente doble pero convergente. Por un lado, lo expuesto por quienes viven la realidad audiovisual en Buenos Aires; por otro, a través de una mirada más cercana, por quienes resisten el embate desde el ámbito regional. Fue convergente porque la problemática, aun con sus diferencias de procedencia, no deja de ser la misma; en todo caso, de lo que se trata es de reconocer las dificultades de manera coincidente, compartida. La crisis golpea al cine, y éste no se manifiesta desde otro lugar que no sea la sociedad misma. Es por ello que su respirar enojoso es síntoma de expresión social exasperada, embroncada. Ahora bien, el cine es hecho colectivo, fenómeno político, mirada artística. Pensarlo, hacerlo, mirarlo, es desafío. Hacia ese punto de encuentro se arribó durante el diálogo.

El realizador Martin Benchimol argumentó alrededor del “gran problema de acceder a subsidios o créditos a través del Incaa, que es el soporte de la mayoría de las películas; pero a la vez se está generando un nuevo lenguaje de resistencia por parte de las películas, que se están acomodando a esta nueva problemática. Han surgido uniones, como el Colectivo de Cineastas, para intentar frenar este ataque por parte de la gestión”. Desde esta línea, al destacar las alternativas que surgen, el director Hernán Rosselli señaló que “más allá del fomento del Incaa, las películas son también el resultado de ciertos avances tecnológicos de los últimos años, de cierto abaratamiento en los costos de producción. Es importante que los cineastas independientes nos juntemos, porque hay cambios generacionales y porque las formas de producir se van renovando”.

La productora María Langhi (vicepresidenta de la Cámara de Empresas Productoras de la Industria Audiovisual de Rosario, Cepiar) aportó datos concretos sobre lo acontecido en la región: “De dos años a esta parte, y siempre hablando de películas subvencionadas por el Incaa, en Rosario solamente se filmaron una ópera prima, una película de audiencia media, tres documentales digitales, un corto, dos series web, una serie de televisión, y se ganaron dos desarrollos de series web. Son malas noticias, porque apuntan al achicamiento del estado nacional, que si se siente en Buenos Aires mucho más se siente en el interior. Veníamos produciendo bien con la rama abierta para la televisión digital, se abrieron muchas productoras, pero todo se cayó cuando el Incaa dejó de tener esa área. La televisión desde el Incaa nos daba una entrada a quienes no podemos sumar puntos y una serie de cosas que no nos permiten más que poder presentarnos a la vía digital, es decir, a los premios más chicos. A ello se suma una política del estado provincial que suma diez años de Premio Estímulo (Espacio Santafesino), que ya obliga a pasar a otro escalón, como han hecho en Córdoba con la Ley de Cine”.

En cuanto a cifras, Langhi también expuso de modo contundente. “Según el Incaa, el costo medio actual de una película nacional es de 12 millones, cuando la DAC (Directores Argentinos Cinematográficos) mostró que son 25 millones. Si lo comparamos con el total de premios de la convocatoria 2018 de Espacio Santafesino, para 13 categorías -11 millones de pesos-, con ese monto no llegaríamos a filmar siquiera un largometraje anual según el costo medio que argumenta el Incaa”.

Productora y realizadora, Mayra Bottero fue clara en la necesaria y compleja imbricación entre la industria, la experimentación formal, y la participación del estado. “Se necesita de la industria para que podamos vivir como trabajadores de cine, pero creo también que el lenguaje necesita de la experimentación constante, y eso, cuando tenés que responder a parámetros industriales, no siempre se puede, porque como productores necesitamos recuperar costos, hay muchos recursos puestos en juego, aun cuando no se sabe qué es lo que el público argentino quiere ver. Mi pelea con el cine independiente es mi pelea con el cine industrial, porque el cine es una industria en principio de manufactura privada, pero que necesita del estado. No hay industria en nuestro país que se mantenga sin dinero del estado. Dinero del estado que después explotarán empresas privadas”.

El actual Régimen General de Fomento del Incaa privilegia sus montos de acuerdo con la audiencia a alcanzar, en este sentido, Bottero agrega que “el éxito tendría que ver con el número y cifras de espectadores, así que hemos quedado en el medio muchos de los que por esta posibilidad de producir habíamos conseguido encontrar un rinconcito en lo que no estaba destinado para nosotros. Sin el Incaa nunca podríamos habernos dedicado al cine. Lo que pasa ahora y quienes más difícil la tienen son quienes quieren ingresar a la industria, es por esto que hay que hermanarnos. De acuerdo con las exigencias actuales, hoy no tengo con qué sostener que puedo producir una película como la que acabo de estrenar (El espanto) o como la que comienzo a filmar dentro de un mes; como productora, no podría producir, es rarísimo”, agrega Bottero.

De acuerdo con el análisis de Rubén Plataneo, el Incaa sufre “una intervención. Para mí fue intervenido sórdidamente. La crisis en la situación económica del Incaa venía ocurriendo desde antes del cambio de gobierno, pero en los últimos dos años se comenzó a restringir el flujo de dinero concreto. Hay una intervención directa sobre la administración del Incaa, que bloquea el acceso. De hecho, a los comités en funcionamiento se los comenzó a demorar, se los apretó para que no definieran la cantidad de películas, o para que el dinero no se entregara. Hace dos años que estamos denunciando la subejecución del presupuesto. El dinero que tiene el Incaa, ente que es autárquico y que no saca del bolsillo de la gente absolutamente nada, empezó a ser utilizado para otros destinos. De los 800 millones del año pasado, 500 no fueron a las películas. Estamos viviendo situaciones encubiertas que son demasiado gruesas para ocultarlas”.

Como corolario, vale destacar la “pulsión” –término que sobrevoló el diálogo de modo reiterado- por hacer cine, dado su cariz irrefrenable y su llamamiento a la organización. “Hay un cine que es realmente marginal y se produce por afuera, pero todo país tiene que tener su cine e industria de cine, eso es así, toda la cinematografía del mundo tiene una industria apoyada por el estado”, comenta Rosselli. Y agrega: “la realidad es que se pueden hacer películas de muchas maneras, en Mauro éramos dos personas detrás de cámara; el artesanato y hacer varias cosas a la vez para mí es muy importante, porque es lo que me permite tener una idea de totalidad sobre lo que es una obra de arte, uno no tiene que perder esa idea”. De misma manera, Benchimol comenta que “varios nos animamos a agarrar la cámara, y en un punto no hay nada que perder, eso no nos lo saca nadie, ningún gobierno, así que ¿por qué no hacer una película? Hay que hacerla para no depositar en un organismo del estado la pulsión de hacer cine, porque eso lo tenemos nosotros”.