En todo sistema de vida humana, en sentido lato, se  necesita de lo íntimo para generarse y regenerarse. Para no caer en la vaciedad. Es la zona profunda de libertad total de cada persona. Geografía que no tiene que rendir cuentas a la sociedad ni al espacio ni al tiempo. Es la zona que debe ser indemne a la mirada ajena. Sólo a sí mismo. Hay que tener mucho valor para empoderarse de intimidad. En esta neomodernidad, la intimidad se ha diasporado y mutado en entera publicidad por medio de las redes. Era impensable hace un tiempo ver  que lo cotidiano íntimo de cada uno iba ser objeto de escrutación visual continua en internet. Actividad realizada por nosotros mismos y por otros en la vidriera de las redes.

La ecointimidad es la necesaria tregua social, ética y estética de toda persona para estar en sociedad. Es una necesidad devenida en libertad ecológica. Zona de la individuación, no del individualismo. Porque me constituyo en tanto constituido en mi esfera propia y no compartida de vivencia. Dónde no debe intervenir ni el Estado ni la sociedad. Es sólo la persona en sí y para sí. En definitiva, es la ecología imprescindible del individuo para convivir dentro de un sistema social. Así como las células tienen sus propios mecanismos de metabolización, nosotros necesitamos nuestros propios y no compartidos espacios de libertad soberana. Es así que la ecointimidad viene a reclamar desde el futuro el espacio ecológico que necesitan las personas para desarrollarse.

Se calcula que 4.000 millones de personas en el mundo están conectadas de diversas maneras en internet. La tecnología es necesaria, importante y útil. No así la pérdida del equilibrio ecológico de la intimidad. Esta no es una opción, es una necesidad de desarrollo personal.

La intimidad fue una conquista de la segunda modernidad. Conquista  profunda, radical y  libertaria de las personas en clave de   resistencia a la dominancia sistémica. Es la ecología conductual  plebeya e insolente frente al control social en su etapa del poder sistémico antiguo y luego por la actual digitalización de las relaciones. Ya no sólo a nivel de la producción sino en nuestra zona de constitución personal.

El derecho a la intimidad no existió siempre. Fue una construcción social. En la esclavitud, el esclavo era subsumido por el amo. Lo mismo en el feudalismo, el ciervo de la gleba seguía apropiado en su totalidad por el señor feudal. Aún en los inicios de la revolución industrial, el trabajador no pudo constituir su intimidad por las  condiciones laborales deplorables en que se encontraba, con jornadas de trabajo de 12 a 16 horas diarias.

La sustentabilidad de la intimidad requiere de libertad con justicia social y ambiental. Es incompatible la misma con el neoliberalismo.  La intimidad resulta perdidosa frente a la desigualdad, la pobreza y la miseria.

El derecho a la intimidad se constituyó con relevancia en la Revolución Francesa. En nuestro país, en la Constitución Nacional de 1853, en su artículo 19 y con la reforma de 1994, hay que concatenarlo con el artículo 41, que es el derecho a un ambiente sano.

Durante el siglo XX numerosas legislaciones desarrollaron su protección. Pero la insuficiencia está dada en que no la percibe como requerimiento para un ambientalismo sano. Es decir que el derecho a la intimidad ya no es sólo necesario solamente para el hombre, sino que es constituyente y es requerido para una ecología equilibrada. Hete aquí, en nuestra legislación, su conexión con el artículo 41 de nuestra Carta Magna.

Como vemos, hay un confuso proceso de feudalización que generan las redes. Que contribuimos todos a producirla, una de ellas es la ruptura de la intimidad, otra es que la denuncia viralizada contra una persona se transforma automáticamente en condena. Así, toda denuncia es una sentencia inapelable, tal como sucedía en la Edad Media. Esta paradoja cultural y temporal, nos llama a una reflexión hasta dónde es todos y hasta dónde uno. Hasta dónde me diasporizo en las redes y hasta donde me quedo en mí.

Debemos tener cada vez más conciencia de la necesidad de abordar esta problemática desde el ambientalismo inclusivo. Es decir, cómo afecta al ecosistema la pérdida de la intimidad de las personas dentro del biocentrismo. Es desde allí lo novedoso de la ecointimidad. Que  demanda protección para lo más profundo de la cotidianeidad de la gente, su libertad soberana. La zona libre del escrutinio de la sociedad y del Estado. Libre de la mirada ajena. Estas serán las tensiones culturales, más que legales, que diseñarán conductas y reformas en la libertad de cuerpos.

La tarea será reformar para transformar las culturas que nos dan aparentemente más, pero que en definitiva nos quitan muchas libertades.

(*) Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales, magíster en Ambiente y Desarrollo Sustentable. Licenciado en Ciencias Sociales. Especialista en Ambiente y Desarrollo  Sustentable. Docente de la UNR.