El siglo dieciséis inventó el infinito. Sus filósofos lo pensaron, sus astrónomos lo miraron, sus artistas lo pintaron y sus misioneros lo inculcaron desde Europa hacia América. El pintor Diego Vergara trabaja en restauración en la biblioteca de la orden franciscana del Convento de San Lorenzo, ciudad donde nació en 1980. Expone por estos días una serie de lienzos más o menos monumentales en el relativamente pequeño espacio de la galería Gabelich Contemporáneo (Pueyrredón 611). La paradoja es deliberada. El montaje parece descuidado pero consiste en un andamiaje oculto de soportes que arman con las obras un gran retablo donde la mirada invita a sumergirse.

Porque el pintor Diego Vergara reinventó el infinito. Y lo hizo al modo del siglo veintiuno, incorporando las nuevas visiones astronómicas galácticas, lo fractal y algo muy de esta época que es lo real como representación de lo real. En su técnica superpone el agua y el aceite, no las mezcla. Usa la transparencia y trabaja en capas. Las primeras son de acrílico diluido al que deja librado a sus propias inercias. De esta forma logra que el agua represente agua, por ejemplo, y da a ver un caos originario, un paisaje primordial. Las segundas son de óleo minucioso. Allí se permite retazos de cielo barroco que parecen salidos de una bóveda religiosa. La abstracción biomórfica de Vergara lo emparienta al expresionismo abstracto de mediados del siglo veinte. Pero hay algo más, hay una idea o sensación de paisaje que es como una memoria de todos los paisajes, las capas y capas traslúcidas de paisajes contemplados a lo largo de la historia del arte en láminas impresas o en vivo, junto al Paraná.

En 2016, las obras Pintura evocativa #1 y Pintura evocativa #2, del artista sanlorencino nacido en 1980 se alzaron con los 90 mil pesos del Primer Premio adquisición del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe.