Fue una elección, eligió ser vendedor de globos, de distintos colores, distintos tamaños. Resultaban un medio útil para ilusionar a los demás, y una manera de ganar, de subir con flexibilidad. Apenas un globo llamaba la atención, lo inflaba más, aplicaba su boca a la de goma y soplaba hasta sentirlo tenso, crujiente bajo los dedos. Pensaba muy bien los momentos en que debía aparecer, se enfurecía si perdía los más oportunos, elegía con cuidado el marco, tanto podía ser una aglomeración como el timbre de una casa de familia para llamar y ofrecer el globo con la mejor sonrisa. Armaba grandes ramilletes y salía a la calle. Antes de venderlos les escribía felicidad con fibras de colores, sonriendo, no perdía oportunidad de sonreír, de agitar los brazos y las piernas alegremente para animar a los demás. Por su apego al globo, disfrutaba de su poder de expansión, y del gusto de la gente por comprar, percibía el interés rápido, el enganche que terminaba en compra; nunca pensaba en el reventón, en la explosión por no dar más de tan hinchado. Cuando el clima era bueno los inflaba directamente en la calle, cuanto más grandes y vistosos más compradores se juntaban a su alrededor.

Una vez, no hace tanto, sobrevoló Rosario en un globo aerostático, dio varias vueltas por el cielo. Fue el primero en bajar, con una mano saludaba a los chicos que lo esperaban y con la otra sostenía un ramo muy grande de sus conocidos globos de todos los tamaños.

Un poco extraviados en el enorme parque pegado al río, los chicos, lo esperaban aletargados por el frío, por la niebla de una mañana helada, entusiasmados con la posibilidad de navegar, de dar una vuelta por el río en la embarcación que el vendedor de globos les había prometido la última vez que estuvo en la ciudad.

El vendedor de globos se acercó sonriendo como de costumbre y dijo sentirse muy feliz, dijo que juntos cumplirían con el plan de navegar. Justo en ese momento un globo de goma de mascar le salió de la boca, hablaba y el globito se inflaba, con cada palabra que decía referida a la alegría de embarcarse con los chicos en un viaje por el río, el tamaño del globito crecía, las palabras parecían flotar dentro del globo, teñirlo de colores como si fueran figuritas.

"Hoy tenemos que sentirnos felices por el viaje que vamos a hacer. Pero tengo que decirles algo que me da mucha tristeza", anunció. Con voz dolida les dijo a los chicos que el barco inflable para navegar por el río, el que les había prometido para ir de pesca por el Paraná y de excursión a las islas, debía postergarse, que iba a dejarlo para más adelante. Los chicos que lo habían esperado ansiosos, querían el barco cuanto antes, se empecinaban: ¡Lo queremos ahora!

"No puede ser esta vez, va a ser la próxima -confirmó-. Y siento mucha tristeza", aseguró bajando la cabeza; en seguida se puso a repartir   globos de colores: "¡La próxima vez navegamos!"

--¡Miren ese globo, se infla! -un chico de la primera fila señaló un globo que se inflaba en el ramo del vendedor.

--Los globos me gustan bien inflados -dijo-. Me gusta todo tipo de globos, cualquier globo. Soplaba su goma de mascar, los globos salían de su boca cada vez más transparentes, eran tan frágiles que se pinchaban en seguida.

--La próxima vez también voy a traerles cañas de pescar.

--¿Cuándo? ¿Cuándo? ¡Diga cuándo! -los chicos lo apremiaban.

Sobre el Paraná sonó la sirena de un barco que avanzaba en el agua triunfando entre los remolinos. La gente que pasaba se paró a mirarlo. Los chicos corrieron por el parque hacia al río para verlo avanzar, para ver cómo maniobraba entre las aguas turbias con destreza. Dieron la espalda al vendedor de globos que ahora recogía los globos abandonados sobre el césped. Con el ramo nuevamente armado se encaminó a la primera calle paralela al río, empezó a ofrecerlos a los que pasaban, mientras, bailaba, bailaba la bamba, saludó y despegó en su globo aerostático, sin escuchar a los que gritaban que sus globos se desinflaban, que muchos estallaban, el vendedor de globos trepó por el aire y se perdió en el cielo azul.