En un mundo ideal, el paciente entraría al consultorio, se sentaría y el médico preguntaría: “¿Qué le pasa?”. “Me siento mal.” “Muy bien, tome esta pastilla y para mañana va a estar curado.” Pero la medicina dista de funcionar así y la relación médico-paciente no es ni por asomo tan ajena a las dificultades.

“En realidad, todos pretendemos lo mismo, tanto los médicos como los pacientes. Pero con expectativas tan altas, es lógico que todos se frustren. El médico debe aprender a convivir con su frustración (no lo sabe todo y no puede curarlo todo) y el paciente debe saber qué puede esperar y qué no de un médico”, explica el neurólogo Pablo Ioli, docente universitario y médico del Hospital Privado de Comunidad, de Mar del Plata.

En su libro ¿Qué espera usted de la medicina? Hasta dónde puede llegar la medicina y cuánto (no) hay de ciencia en diagnosticar, pronosticar, tratar y comunicar, Ioli parte de la premisa de un renombrado médico inglés del siglo XIX, Sir William Osler: “La medicina es la ciencia de la incertidumbre y el arte de la probabilidad”.

Lo primero que plantea Ioli es la diferencia fundamental entre posible y probable. La diferencia entre ambos conceptos es que la posibilidad es binaria (es por sí o por no) y en cambio para la probabilidad hay un continuo entre los dos límites. “Si nos moviéramos sólo en el marco de lo posible, todo sería más fácil, se respondería con ‘sí’ o ‘no’, sin esos odiosos ‘vamos a ver’, ‘esperemos a ver la evolución’. Pero como no es el caso, si el paciente pregunta ‘¿Es posible que tenga otro infarto?’, la respuesta será sí, porque no es imposible. Pero para la pregunta ‘¿Voy a tener otro infarto?’, que es lo que realmente le interesa al paciente, la respuesta ya no es tan categórica –explica Ioli–. Dependerá de si sigue o no el tratamiento, modifica conductas inapropiadas y de un montón de otras cosas. Pero lo fundamental es que ningún médico puede tener la certeza.” 

Por eso en medicina se habla de “factores de riesgo”, un conjunto de características o situaciones que favorecen el desarrollo de una enfermedad, sin que impliquen necesariamente que alguien se enferme. “Los médicos decimos que el tabaquismo es un ‘factor de riesgo’ para los problemas cardiovasculares, pero no decimos que todos los fumadores van a tener un infarto o un ACV. Por eso no tiene sentido intentar refutar lo que decimos con un ‘mi abuelo fumó toda su vida y murió a los 100 años por un accidente en la calle’”, asegura Ioli. Y tanto en la conversación con PáginaI12 cuanto en el libro, desarrolla prolijamente la cuestión del valor relativo de estos factores: “No todos tienen el peso, la incidencia de algunos es infinitamente mayor que la de otros, aunque todos puedan contribuir al desenlace. Pensémoslo así: puede decirse que conducir un auto con los vidrios sucios, al disminuir la visibilidad, aumenta la posibilidad de chocar. Eso es cierto, pero hay que tener en cuenta otros aspectos para ver qué valor tiene esta afirmación. Por ejemplo, aumentan mucho más los riesgos si los frenos no funcionan y las gomas están lisas. No se puede poner al mismo nivel la suciedad de los vidrios, el problema de los frenos y lo liso de las cubiertas”.

Otro de los aspectos que el neurólogo desarrolla es el del auge del “periodismo de salud”. “En los últimos veinte años creció exponencialmente la cantidad de textos publicados por los médicos. Y también los artículos sobre temas médicos. Por un lado, tiene que ver con que para conseguir prestigio y subsidios, hay que publicar en las revistas médicas. Y por otro lado, con el doctor Google y la doctora Wikipedia, hay un acceso masivo a la información, aunque sin controlar, sin que sea fácil discriminar entre sitios serios y otros que no lo son. Antes, las comunicaciones científicas llegaban a los médicos mucho antes de llegar al público en general. Era muy común que los pacientes comentaran como novedad algo que habían leído y los médicos lo sabían desde diez años antes. Ahora, muchas investigaciones se divulgan en general antes de ser presentada en los congresos”, reflexiona Ioli. 

Esta facilidad de acceso a la información tiene sus desventajas. “Acceder a la información no es lo mismo que acceder al conocimiento. Hay que saber analizar los datos, poder calibrar su importancia, ponerlos en correlación con otros datos... Gran parte de la información médica que circula tiene bajo nivel de evidencia, no fue confirmada, los datos empíricos la desmienten... A veces, para despertar más interés o por desconocimiento, se difunden falsedades”, asegura Ioli. En su libro, ejemplifica esta situación así: “Buscando en Internet, encontré un artículo de un sitio peruano que se titulaba ‘El tamaño de tu falda puede aumentar el riesgo de cáncer de seno’ y hacía referencia a un estudio publicado en la British Medical Journal, cuyo título es, traducido al castellano, ‘Asociación entre el tamaño de la falda y el riesgo del cáncer de mama en mujeres posmenopáusicas’. El encabezado de la nota periodística del sitio web sugiere que el uso de polleras más cortas o largas (mostrar más o menos piernas) puede cambiar el riesgo de padecer cáncer de mama, cuando en realidad el estudio original se refiere al tamaño de la cintura de la falda como medida indirecta de la acumulación de grasa abdominal”.

Y como conclusión, el neurólogo reflexionó: “El diagnóstico es como un rompecabezas en el que no sabemos cuál es la imagen que tenemos que formar. A partir de lo que cuenta el paciente, el médico establece una hipótesis acerca de lo que le pasa. La certeza absoluta no la tiene o sólo puede obtenerla más tarde. Por ejemplo, un paciente describe un dolor abdominal, el médico busca signos de apendicitis y decide ordenar la extirpación. La certeza de la infección del apéndice sólo aparece cuando al paciente lo operan y le sacan, efectivamente, el apéndice infectado. El médico actuó en base a sus conocimientos, a lo que describía el paciente y, sobre todo, balanceando los riesgos entre operar sin la certeza y el riesgo de esperar hasta estar más seguro y arriesgar a una peritonitis”.