PáginaI12 En Francia

Desde París

¿Fin de todo? O apenas una estación más en el amplio movimiento de lucha de los pueblos contra el poder que los oprime, contra la injusticia y la desigualdad. El llamado quinto acto (manifestaciones durante el fin de semana) del movimiento de los chalecos amarillos parece anticipar una pausa en lo que fue la revuelta más poderosa que ha explotado en Francia en el último cuarto de siglo. Luego de que el gobierno cediera y retirara para 2019 las medidas fiscales sobre los combustibles que desencadenaron la revuelta, aplazara el aumento de la luz y el gas y, más tarde, según anunció el presidente Emmanuel Macron decidiera un aumento del salario mínimo, la pujanza de la insurgencia se diluyó sin apagarse por ello. Lejos de haberse aplacado, la rabia contra el jefe del Estado sigue presente. Un mes de bloqueos, violencia, manifestaciones y debates terminó por instalar en la sociedad temáticas centrales de la democracia: la ecológica, la que atañe al reparto del costo de la lucha contra el calentamiento climático, la que toca a la justicia fiscal, a la desigualdad y a la pérdida del poder adquisitivo. La mal llamada “Francia invisible” dejó al país lleno de brazas incandescentes. Este movimiento que surgió y se desplegó sin lideres y fuera de los partidos, los sindicatos y las organizaciones civiles sacó de las sombras lo que el consenso, los medios y las burguesías tecnológicas de las ciudades habían ocultado. Francia no será la misma y, tal vez, Europa y las democracias del mundo tampoco. Los chalecos amarillos hicieron retroceder al poder e inauguraron una forma de reflexión social donde la ecología y su relación con la justicia social ocupa uno de los varios centros de la crisis de las sociedades modernas. 

Ecología, democracia, oligarquías explotadoras  y justicia social son los temas que Hervé Kempf ha ido desarrollando en cada uno de sus libros. Desde el que lo hizo célebre como autor, Cómo los ricos destruyen el Planeta (Editorial Libros del Zorzal), pasando por Para salvar el planeta, salgan del capitalismo (Editorial Capital Intelectual) o sus libros aún no traducidos (L’oligarchie ça suffit, vive la démocratie,  

Fin de l’Occident, naissance du monde, Tout est prêt pour que tout empire, 12 leçons pour éviter le pire), Hervé Kempf trazó la ruta de una reflexión en la cual planteó que no existe reconstrucción de la democracia si no se integra la dimensión ecológica. 

En esta entrevista con PáginaI12, el autor francés que hoy dirige le portal ecológico Reporterre (https://reporterre.net/), analiza el movimiento de los chalecos amarillos. Kempf destaca que lejos de centrarse en una sola exigencia, la revuelta amarilla funcionó como un revelador de las grandes desigualdades mundiales y colocó a la ecología y su relación con la justicia social en el ojo del ciclón.  

–¿Qué fue realmente el movimiento amarillo? Una rebelión fiscal, ecológica, o mucho, mucho más. 

–Creo que se trata antes que nada de una revuelta popular. Es el pueblo quien se expresó. Y cuando se habla de pueblo se está mencionando a aquellos y a aquellas que no tienen acceso a la palabra en los medios. Fueron enfermeras, camioneros o desempleados quienes tomaron la palabra y ocuparon el terreno. En este sentido es una auténtica revuelta popular, muy impresionante, que también se manifestó mediante el hecho de que se ocuparon los barrios ricos de París. Por lo general, cuando hay manifestaciones o enfrentamientos, estos se producen en la Plaza de la República, en La Bastilla, en La Nación o en los barrios antiguamente populares de Paris. Esta vez las cosas ocurrieron en los Campos Elíseos, e incluso en la Avenida Foch, es decir, la avenida donde se concentran las riquezas más importantes de Francia y tal vez del mundo. En la Avenida Foch hubo barricadas y enfrentamientos. Se trató entonces de une revuelta popular muy fuerte, que afirmó a través de la violencia que las cosas no podían seguir así. Creo que hubo una focalización sobre París porque las imágenes de las barricadas en los Campos Elíseos impactaron mucho. Pero, en realidad, fue un movimiento muy profundo que, además de ocupar los centros de poder en París, se desplegó en toda Francia. Esa Francia es la que vive cada vez más precariamente, la que siente el debilitamiento de la solidaridad colectiva que marcó a Francia desde hace décadas, es la Francia que no llega a fin de mes, la Francia que ve que sus hijos no podrán realizar estudios de calidad. Esa Francia ve cómo, después de la presidencia de Nicolas Sarkozy y de François Hollande, el liberalismo continúa con más fuerza. Esa Francia ve cómo los antiguos mecanismos de solidaridad colectiva se debilitan, cómo todo es arrojado a un mercado que sólo beneficia a la gente de las ciudades y a los ricos. Es una Francia rural, de barrios populares. Esa Francia siente que los ricos los están abandonando. Los ricos, y no sólo en Francia, optaron colectivamente por abandonar al pueblo. Los ricos ya no tienen más el ideal liberal que, durante mucho tiempo, consistió en pensar que la sociedad debía estar unida, debía ser homogénea, que todo el mundo tenía derecho a la dignidad. Es una noción abandonada por las nuevas clases ricas en los últimos 15 años. Y eso, la gente lo comprendió muy bien. 

–La chispa que encendió el movimiento es una medida que figuraba en la plataforma electoral del presidente Emmanuel Macron. Equiparar el precio del gasoil con el del combustible común para financiar la transición ecológica, o sea, un programa de protección del medio ambiente. 

–Efectivamente todo partió contra ese impuesto. En su principio, ese gravamen era justo y bueno en lo que atañe la política ecológica. Sin embargo, la gente se dio cuenta enseguida de que ese impuesto recaía en la gente menos adinerada, en aquellos que, por ejemplo en la provincia, necesitan el auto para ir a trabajar. Al mismo tiempo, los ricos gozaban de una régimen fiscal muy ventajoso. Desde el inicio de su mandato, en 2017, el presidente Emmanuel Macron alivió la carga fiscal de los ricos cuando suprimió el impuesto aplicado a las grandes fortunas. Hubo una desigualdad patente: gravámenes que perjudicaban a todo el mundo e impuestos rebajados para los ricos. Esto generó un sentimiento de injusticia muy fuerte. Al final, esta revuelta fue contra la injusticia fiscal, pero no contra la ecología. Y a partir de allí fue también una revuelta contra las élites, es decir, contra las clases dirigentes que se dotan de privilegios exorbitantes. Por eso la represión fue tan brutal. Hubo cientos de heridos, la policía disparó con sus flash-ball a la cabeza de la gente. El gobierno pisoteó la libertades públicas cuando interpeló y arrestó a la gente antes de las manifestaciones. Esto significa que, para protegerse cuando está acorralado, el gobierno de los ricos está dispuesto a todo. La oligarquía se defiende con una fuerza extrema y está incluso dispuesta a abandonar las garantías de la libertad. 

–La cuestión ecológica tan central como mal tratada en las democracias modernas se deslizó por sí misma en esta insurgencia francesa. 

–Tal vez ese sea el punto más novedoso de lo ocurrido con los chalecos amarillos. Estamos aquí frente al movimiento popular más importante que se haya visto en Francia desde las huelgas de 1995 contra la reforma del sistema de jubilaciones. Y este movimiento que explotó ahora se enciende en torno al tema de la ecología y, a partir de allí, puso en tela de juicio todo el sistema político. La revuelta de los chalecos amarillos nos está diciendo que la temática ecológica se ubica en el centro de la política. Es precisamente a partir de la ecología que se podrá analizar y volver a pensar la temática política y democrática. 

–Tal vez sea imposible en el futuro hablar de democracia sin integrar a la ecología como valor de reestructuración de la democracia. 

–Esta revuelta nos muestra que no se puede llevar a cabo una política ecológica sin integrar una política de justicia social al mismo tiempo. Los esfuerzos tienen que estar compartidos equitativamente por el conjunto de la sociedad. Las clases más ricas son, además, la mas contaminantes, las que más emiten gases de efecto invernadero. La dominación que esas clases ejercen sobre la sociedad, la naturaleza misma de su poder oligárquico mediante el cual controlan la economía, los medios y la política, todo esto tiene una sola meta: conservar sus privilegios. En esto hay una gran contradicción: no se puede tener al mismo tiempo una política ultra liberal con grandes injusticias y desigualdades y, también, una política ecológica. Para contar con políticas ecológicas los esfuerzos deben repartirse entre todos para que la sociedad sienta que todos van hacia la misma dirección. Esto implica entonces una política de justicia social. Este es el nudo, la contradicción central entre las aspiraciones ecológicas de la política y la política hecha para los ricos. En Brasil, Bolsonaro aplicará una política liberal, la política de los ricos, la política del agro-negocio, y no piensa ocuparse de la ecología. Explotarán la Amazonía sin límite. Se trata de una contradicción mundial en cuyo centro está la oligarquía. El pueblo no es insensible a la temática ecológica. Los pueblos empiezan a entender que están concernidos por la cuestión ecológica, la cuestión climática. Pero la política neoliberal no asume esa meta. Creo que los chalecos amarillos le plantearon al mundo el alcance y la vigencia de esta contradicción. La articulación de la temática ecológica y la social es indispensable. 

–Esos temas estaban en las agendas, pero no parecían haber llegado al país profundo. Hubo una toma de conciencia global de muchas paradojas e injusticias con este levantamiento social. 

–Creo, también, que la gente tomó conciencia de la fuerza de la desigualdad y de la brutalidad de la política de las clases dominantes. Esto se difundió en toda la sociedad. La gente se da cuenta de que pierde su poder adquisitivo cuando en realidad las riquezas aumentan. Desde la crisis financiera de 2008, los ricos siguen el movimiento ascendente. A la vez, las clases medias vieron su nivel de vida congelado o degradado. Las clases más pobres de la sociedad pagan el precio de la crisis. El 30% de las personas más pobres vio sus ganancias disminuir. Ellos pagan la crisis financiera. La gente vive cada día de sus vidas bajo los efectos de esta brutalidad. Este movimiento puso también en la agenda el tema de la democracia. El debate que se abrió en Francia con esta revuelta implicó interrogantes múltiples: cómo tomar la palabra, cómo cambiar el gobierno, cómo llevar a cabo un referendo directo, cuál es el papel de un diputado. Y todas estas preguntas no las plantean hoy los intelectuales sino las clases populares. 

–¡Y encima está el tema de la justicia fiscal!

–Sí, tanto más cuanto que los franceses se quejan porque pagan muchos impuestos pero están muy apegados a los servicios públicos y al papel del Estado en la sociedad. El tema fiscal remite a una base fundamental que figura en la Declaración de los Derechos Humanos de 1789. La Declaración dice que la “contribución común es indispensable. Debe ser repartida entre todos los ciudadanos según sus facultades”. Este artículo rige la política francesa. Dice sí, hay que pagar impuestos, pero equitativamente. Ello remite a la temática democrática. Y eso lo que estuvo en juego a través de los chalecos amarillos.

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