De picoteo en picoteo, al menos así se proponen los días que te dejan sin novia y con ganas de olvidar los últimos mensajes donde el listado de cosas a devolver que quedaron en las respectivas casas es la radiografía del caos que dos lesbianas pueden armar en tan sólo unas pocas semanas. Claro está, en esas semanas tampoco se han de abandonar los “coqueteos” con aquella que alguna vez nos cruzamos en una fiesta o marcha, que es amiga de una amiga de la ex de tu ex. Esa a la que le pispeás las redes y algunas muy poquitas veces le metes un me gusta. A ésa justamente la encontrás la tarde que –entre el almuerzo que te cayó pesado y tu amiga que se va a Uruguay con su nueva novia ( porque Uruguay es el nuevo Tigre)– te metés en Happn. Sos nueva en la red y parece que tenés que likear a gente con la que de alguna manera te has cruzado pero no notaste su presencia: no son muchas, una cantante de una banda (no, no pensás que sea la onda) una enfermera del hospital que está al lado de tu oficina (necesaria, pero de qué hablaríamos) y finalmente, ella. Con S. hablaste por Facebook (te recomendó a una masajista), por Instagram (se habían celebrado fotos mutuamente) por Twitter (se habían faveado ocurrencias políticas) y cuando las dos se pusieron el corazoncito tan esperado te mandó un emoji con un monito tapándose los ojos. Ya hablamos por todas las redes sociales le dijiste. Nos falta WhatsApp respondió y se pasaron los números de teléfono. La conversación era ocurrente y divertida, a veces hasta ingeniosa: chistes sobre series, gustos musicales en común, la serie de cosas que quizás sin mucho fundamento te hacen pensar que todo va a estar bien. Me hacés reír, te dijo una noche mientras charlaban por mensajes de audio. El entusiasmo asomó rápidamente, a vos, que por lo general no te sentís linda, te encanta que te encuentren ingeniosa. Tomemos un vino, propuso. Claro, cuando quieras. Quedaron para el miércoles próximo pero a confirmar, porque sobre seguro no se pisa jamás. Los días pasaron, era miércoles al mediodía y ni noticias de S. En ninguna red. El debate interno de si le escribo o no le escribo lo cortó un mensaje de audio a eso de las 14.30. Viste el nombre de S. saltar en la pantalla y ya calculaste la guita, la ropa que te ibas a poner, te miraste el pelo en el espejo del baño del laburo y te revisaste la bombacha. Cuando empezaste a leer el mensaje sentiste algo medio frío, como agarrar la taza del microondas y saber de inmediato que  el café con leche sigue tibio. S. no empezaba con una ocurrencia ni con  un chiste. ¿Escuchaste lo del eclipse, no? Y vos respondes que no mientras escribís en ese mismo instante eclipse en Google y pensás de qué carajo me disfrazo ahora, yo que de planetas no sé nada. No, ni idea, decís fingiendo liviandad. Pero ella sí. Resulta que los días del eclipse no había que hacer nada, nada de nada digamos. No mover ninguna ficha importante ya que mientras sucede el eclipse lunar, las cosas se interponen entre las personas, no dejan que la energía o el karma o el destino fluya, algo así, se interponen, te dijo, igual que la Tierra se interpone entre la luna y el sol. Escuchaste su  mensaje como si te estuviera explicando la teoría de cuerdas, confundida y con el entusiasmo decreciente de un Big Bang que no llega. Con paciencia didáctica te explicó que conviene entonces quedarse quieta, quieta como estabas después del almuerzo pesado, como antes de que tu amiga se vaya a Uruguay que es el nuevo Tigre, antes de que S. se riera de tus ocurrencias, quieta un poco como cuando pensás en la lista de cosas que todavía tenés que ir a buscar a una casa ahora ajena pero no podés, quieta, que no es lo mismo que mansa, S. quería quedarse quieta y vos ya estabas para salir arando. Creo que fue el eclipse que se interpuso entre ella y yo. O el mal día elegido por un destino que no rigen ni la luz ni la luna, ni IG o Happn.