La política en nuestro país muchas veces se manejó con un esquema de diseño militar dando lugar al desarrollo de estrategias teñidas de ocultamiento. Los centros de poder mediático ayudaron a dibujar un clima de asfixia social que hizo que el escamoteo de la información produjera un relato construido sin sustento real y jamás desmentido, a la vez que estimulando sentimientos de odio y desprecio.

Es bien sabido que en la guerra la primera víctima es la verdad. Una vez que se lucha por el poder, no importan los métodos utilizados, tampoco importa cómo se establecen las reglas de la nueva etapa. Así, el poder vencedor quiere imponer privilegios al que la inmensa mayoría no podrá acceder.

La confianza se convierte en un presupuesto de las relaciones a diversos niveles. Este a priori no necesariamente funciona sin tropiezos. Las trampas urdidas a la sombra de un acuerdo emergen con frecuencia y en formas cada vez más sofisticadas. El Presidente proclama sin ninguna argumentación o plan que lo sustente que se conduele porque “el sinceramiento es doloroso” mientras inauditamente declama que su quimera de progreso se empieza a cumplir, porque ya estamos mejor que en 2015. Pero, como no le requieren confirmarlo, puede repetir ese slogan sin titubeos. 

Los presupuestos sobre los que se basan las opiniones respecto a países, personalidades y medios, tienen una historia tejida en parte sobre hechos a los que se han adosado suposiciones e interpretaciones intencionadas, ignorancia de ciertos sucesos, acentuación de situaciones menores, ininterrumpida presencia de personas o realidades que se quieran imponer. Este trasfondo que construido como realidad incontrastable se convierte en la principal materia prima para formar opiniones que, aunque alejadas de toda racionalidad o cuestionamiento, son la base de confianza con que cuentan los que deciden cuál es la verdadera historia. 

Las posibilidades tecnológicas han mostrado que pueden proveer una sólida base para manipular la comunicación. No necesitan hacer explícito su mensaje, sino llevarnos a aceptar su poder como una fuerza valiosa y la inevitabilidad por los efectos que puede producirnos. 

Los medios comerciales de comunicación están provocando, al menos, tres efectos principales. En primer lugar, tienden a reforzar la despolitización de la gente. Como alguna vez lo indicó G. Gerbner –uno de pioneros en el campo de la investigación en comunicación–  los conglomerados de medios “no tienen nada para decir, pero mucho para vender”. En segundo lugar, tienden a desmoralizar a la población convenciéndola de que es vana toda esperanza de cambio y que sólo resta aceptar la realidad tal cual la interpretan. El tercer efecto es la producción de realidades paradójicas. Por un lado, se verifica un mayor y creciente acceso a la recepción de medios y, al mismo tiempo, los medios están cada vez en menos manos. La influencia que ejercen las corporaciones globales se extiende a todas las esferas de la vida, mientras que se procura que el papel de los estados nacionales sea cada vez más irrelevante. Son los grandes medios los que exaltan la importancia de la libertad de expresión en la vida de la sociedad, especialmente porque son ellos los que poseen los mayores centros de información. La libertad de expresión se ha ido convirtiendo en la libertad comercial para conducirla. 

* Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas.