El negro del alma blanca

Página/12, 10 de octubre de 1993 

Michael Jordan suele contar que cuando tenía quince años y después de ver por TV la serie Raíces tardó un año en superar su odio profundo hacia los blancos. Resulta curioso que, a más de treinta años del fin de la segregación en los lugares públicos, él aún hoy se vea obligado a ingresar a un restaurante o a una peluquería por la puerta de servicio y cuando el local ya está cerrado. Lo hace para evitar la idolatría de los blancos. El niño que aparece bebiendo Gatorade por TV no deja dudas: “Yo quiero ser como Mike”, dice.

¿Pero cuál es verdadero Mike? ¿El que regala secretamente entradas para sus partidos a jóvenes inválidos y complicó su vida porque es realmente una buena persona y está condenado a recitar siempre ese papel, según lo describió el periodista Bob Greene en el libro biográfico Cuando el tiempo no importa? ¿El “egoísta, uránico, soberbio e hiriente” que pintó Sam Smith en su libro Las reglas de Jordan? ¿O es aquel que por las noches se reúne con gángsters y narcotraficantes apostando fortunas y endeudándose con el póker, acaso porque tal vez no acepta perder a nada, como contó su amigo Richard Esquinas en otro libro, Michael y yo: nuestra adicción al juego y las apuestas?

Charles Barkley, su colega, también negro de Alabama, hizo una propaganda de la Nike por TV para decir solamente que él era “un jugador de básquetbol, no un modelo a seguir”. Jordan no. Vendió su imagen a Nike, Gatorade, McDonald’s y mucho más a cambio de la “felicidad eterna”. Lejos de un Mike Tyson, pero también lejos de un Muhammad Ali o un Arthur Ashe o de los atletas Tommy Smith y John Carlos que hace veinticinco años exactos conmovieron al mundo levantando el puño negro desde un podio de los Juegos Olímpicos de México 68.

Cuando hace un tiempo se produjeron las revueltas raciales por Rodney King, el negro apaleado por la policía de Los Angeles, Jordan intentó tranquilizar los ánimos. “Los chicos negros ya no te sienten propio. Vives como un blanco”, lo acallaron varios referentes de la comunidad negra. Fue el boxeador George Foreman quien una vez recordó sus años de pobre. “Cuando era negro”, dijo Jordan; el artista que saltando con su lengua afuera jamás logró explicarse cómo se burlaba de la física suspendiendo en el aire su 1,98 metro y sus 89 kilos seguramente es consciente de que él no es un rico. Es un pobre con mucho dinero.


Senna es un negocio formidable

Página/12, abril de 1995

La tumba 11 de la cuadra 15, sector 7, del Cementerio de Morumbí guarda uno de los cadáveres más llorados en la historia de Brasil. Está cubierta de flores y una placa que dice: “Ayrton Senna da Silva, 21/3/1960-1/5/1994. Nada pode me separar do amor de Deus”. El comercio de souvenirs a sus alrededores es constante. Desde banderines a miniaturas de Williams. Ya fue visitada por más de medio millar de turistas japoneses, parte del Tour Senna, que incluye una recorrida por la casa de la infancia del campeón y por Interlagos, a 4500 dólares el paquete. Todo forma parte de la Fundación Senna, que en nueve meses acumuló más de 3 millones de dólares. Su primer destino fue alimentar y educar a quinientos chicos pobres de Brasil.

Senna, y su mito, sobreviven además en por lo menos seis libros que aparecieron después de su muerte. El más promocionado fue Caminho das Borboletas (Camino de las Mariposas), en el que la modelo Adriana Galistcu cuenta cómo fueron sus 405 días de amor con Senna. La top model Carol Alt confesó hace poco que fue amante de Senna durante cuatro años, a escondidas de todos. Su colega brasileña Marcella Prado fue aún más lejos. Aseguró que el padre de su hija Victoria es, obviamente, Ayrton Senna.

Por el tricampeón, dijeron las crónicas de mayo del ‘94, se suicidó con un tiro en la cabeza Zuleika da Costa Rosa, una estudiante del Colegio Bom Pastor, de Curitiba, que dejó un mensaje a sus padres: “Fui al encuentro de Ayrton Senna”.

Pero el corredor también dio vida: un joven italiano despertó de su coma después de escuchar un mensaje grabado que le envió su ídolo. “San Ayrton”, eso sí, no tiene todavía sucesor. Emerson Fittipaldi, el hombre que a los 22 años metió a Brasil en la F1 en 1969, corre y gana hoy a los 48 pero en la F-Indy de Estados Unidos, cuyos índices de audiencia ya casi igualan hoy en Brasil a los de la F1, retransmitida por la cadena SBI del popular Silvio Santos. Además de Fittipaldi, otros cinco brasileños corren en la F-Indy. En la F1, el nuevo brasileño, Pedro Paulo Diniz, corre allí solo gracias a los millones de su papá, dueño del poderoso grupo Pan de Azúcar. Rubens Barrichello está abrumado desde que lo señalaron a él como el sucesor. Su gran rival, Alain Prost, lo recuerda con una definición perfecta: “Eramos enemigos inseparables”.