Scott 2 1968

El segundo disco solista de Scott Walker combinaba composiciones propias (firmadas con su nombre verdadero, Noel Scott Engel), con las de su maestro de aquellos años, Jacques Brel. A pesar de ser pop barroco, orquestal y expresivo, mucho más cerca de la música pop europea que de la psicodelia inglesa, en el espíritu crooner y la prolijidad de su asombrosa voz aparecen temas oscuros y retorcidos, en muchos casos tomados del humor negro de Brel y en muchos otros de la imaginación tenebrosa propia. “The Girls From The Streets”, por ejemplo: una hermosa canción que retrata la decadencia nocturna, con personajes que apestan a brandy, bailan en cuartos de paredes rojas y sonríen con dientes de oro. Algo de cabaret, algo de Weimar. “Plastic Palace People”, también de Walker, es de las más arriesgadas: con arreglos en cascada,  resulta más inquietante que luminosa, con sus referencias a un posible suicidio y a gente que canta “canciones silenciosas, y duerme demasiado”. Scott 2 es muy accesible y muy extraño, al mismo tiempo.  


Scott 4 1969

Su quinto disco solista, editado en 1969 (a pesar de la numeración, el verdadero cuarto album fue una colección de canciones grabadas para la BBC), fue un desastre comercial algo buscado. Decidió editarlo con su nombre propio, no llegó a los charts. Todas las canciones son propias y las influencias van desde Morricone al rock psicodélico e incluso la música country, pero ya es un disco completamente Walker, reconocible de inmediato. Abre con un clásico oscuro, “The Seventh Seeal”, una referencia a Bergman; aquí está la etérea “Boy Child”, donde se lo escucha vulnerable. El disco tenía, además, dos épicas políticas: “Hero of the War”, sobre Vietnam y “Old Man’s Back Again (Dedicated to the Neo-Stalinist Regime)”, sobre la Unión Soviética: “Vi a una mujer, parada en la nieve/ Estaba en silencio, mirando cómo se llevaban a su nombre”. La mejor, sin embargo, es una canción de amor, “Duchess”, sin paralelo en su exquisita dulzura, algo raro en un autor que entonces, en general, escribía sobre las mujeres con ambivalencia y cierta oscuridad. 


Nite Flights 1978

Este es un disco de The Walker Brothers, el último del trío, grabado después de varios años de separación. Está dividido en tres partes, y todos escriben canciones. Y todas son buenas, pero las de Scott Walker son increíbles. Este es el disco que guarda una de sus piezas centrales, de las más hermosas e enigmáticas, “The Electrician”. La letra describe la actividad de un torturador de la CIA: la canción comienza con una terrorífica disonancia, que influenció al pop de sintetizadores de los ‘80, y a artistas tan diferentes como Laurie Anderson (que grabó una versión en 2009) o los australianos The Triffids. Cuando, después del horror, la canción rompe hacia un momento radiante, no quedan ya dudas que ésta es la firma de Walker: orquesta, terror, guitarras españolas y, finalmente, desconcierto. Sus otras tres canciones, especialmente “Night Flights”, están muy bien, pero nada se compara a este siniestro y maravilloso electricista. 


Tilt 1995

Después de una década en silencio, Scott Walker volvió decidido y peligroso, con su camino totalmente definido, y en una liga propia. “Farmer in the City”, la primera canción de este disco, no es de las más hostiles aquí grabadas, pero en nada se parece a su trabajo de los ‘60 y sí a esa fusión de espanto y belleza anunciada en “The Electrician”: se trata sobre la vida y la muerte de Pier Paolo Pasolini, uno de sus héroes, e incluye fragmentos del poema “Uno dei Tanti Epiloghi”, escrito para Ninetto Davoli, actor fetiche de Pasolini, descubierto cuando tenía 15 años. El mejor ejemplo de la intersección espanto-belleza es “The Cockfight”: comienza con sonidos delicados y secretos, alguien murmura, algo raspa, y de pronto la canción se rompe en una violencia sonora heterogénea, con trompetas, crescendos límpidos, y una letra que toma referencias del juicio a Adolf Eichmann. Cada canción tiene su atmósfera propia, generada por la técnica de grabación de Walker en este disco: todo se hizo en vivo. “Por eso tiene una cualidad febril”, dijo. “Quiero que la orquesta respire y use el espacio”. La voz, también, la grabó una sola vez (o dos, pero en pocas oportunidades). “La quería lo más fresca y tensa posible. Cantar me da terror y quería que ese terror estuviese en el disco”. Está claro en “Bouncer see Bouncer”, donde se lo escucha al borde un pánico contenido. No hay mucho más que decir de Tilt: es el disco más perturbador e inteligente de los ‘90.


The Drift 2006

Después de once años sin grabar un disco bajo su nombre (hay que destacar, durante ese periodo, la banda de sonido de Pola X, la película de Leos Carax con el trágico Guillaume Depardieu, en 1999) regresó con el que, para muchos, es su mejor disco. Sin duda, es el más exigente. Quizá una de las anécdotas más celebres de Walker sea que grabó puñetazos a una res de carne para lograr un sonido en especial. Esos golpes están en “Clara”, una demencia de doce minutos capaz de ponerle los pelos de punta al más experimentado de los buceadores en la música oscura. Con referencias a los ataques el 11 de septiembre en Nueva York, va mucho más lejos y se interna en secciones que suenan igual a estar perdido en una tormenta. Y ésa es sólo una de las canciones de un disco agobiante que sólo da tregua en la balada “A Lover Loves” que, de todos modos, es rarísima (los “psst psst” que escupe Walker a intervalos son tan incomprensibles como rupturistas). ¿Una pesadilla fascinante? Algo así.