A Soema Montenegro se le viene a la cabeza una imagen de su niñez: casas bajas, una zona semirural y una mesa grande con muchos tíos, primas, abuelos y familiares riendo, bailando y contando historias sobre el monte profundo. “Toda mi familia es del Litoral. La familia de mi mamá proviene de la zona de frontera entre Paraguay y Brasil. Y mi papá nació sobre el Paraná, en Corrientes”, precisa Montenegro, quien nació en territorio porteño pero se crió en el oeste bonaerense, “cuando era campo”, entre el límite de González Catán y Laferrere. “Mi infancia transcurrió en un ámbito bien familiero: los domingos los pasábamos todos juntos comiendo platos típicos del Litoral y escuchando polkas, chotis y chamamé; absorbí una forma de hablar y de ver el mundo”, señala esta cantora, intérprete y compositora bonaerense con raíces guaraníes, quien acaba de publicar en plataformas digitales su cuarto disco solista, Camino a la templanza.

El disco, que presentará hoy a las 21 en Usina del Arte (Caffarena 1, gratis), está compuesto por siete canciones sólidas “inspiradas en la cosmovisión de los pueblos originarios americanos”. Un viaje por la música ancestral, la música folklórica latinoamericana y la improvisación vocal, con un abordaje urbano y actual. Ella sostiene que siempre hay fluidez entre pasado, presente y futuro. En el disco, por ejemplo, dialogan la electrónica “Unión de los amantes” (con Kevin Johansen), la andina y festiva “Despierta Amaru” y la templada “Quién soy” (un dúo vocal precioso con Sara Mamani). Pero todo suena orgánico. “Yo me siento bastante hereje porque no sigo una forma estipulada tanto en la canción como en la música folklórica; exploro con las formas. La instrumentación se fue construyendo entre lo acústico y lo enchufado. Y creo que el sonido se fue dando de manera natural”, entiende Montenegro, dueña de una voz llena de matices y colores.

“En este trabajo juego con el concepto de la templanza, que es una carta del tarot”, explica. “Tiene que ver con los contrastantes: tenés temas que son con banda, re fuertes y con mucha información. Y otros que son súper despojados, a guitarra y voz, o voces solas El tema ‘Semilla’, por ejemplo, lo grabamos solo con voces de mujeres, es otra dimensión para mí”, resalta. “Tenía una imagen muy presente para este disco: poder plasmar en la música elementos de poder simbólicos del mundo latinoamericano en su juego de mixturas. No somos ciento por ciento pueblos originarios, ni tampoco afros ni europeos. Y todo ese mestizaje es cultural y está en nuestro cuerpo. El camino a la templanza nivela esos órdenes, esas fuerzas. En el tarot la templanza es un ser que tiene dos cuencos, uno de plata y otro de oro, y va haciendo circular las aguas entre el uno y el otro, al infinito. Tiene un pie en la tierra y el otro en el agua. Y la simbología es la búsqueda del equilibrio, como un juego entre las fuerzas oscuras y luminosas. Y este ser elige el camino del medio, que es el camino del corazón. Llegar a ése lugar me parece un estado óptimo”.

En esta sintonía, la cantora se lució con su voz profunda en dos canciones del disco colectivo El Camino de Leda, que homenajea a Valladares a través del folklore digital. “Creo que incursionaría más en ese mundo, porque me gusta mucho”, dice sobre su participación en compañía de Tremor. “Cada música tiene su manera de manifestarse. Hay un punto en el que lo ancestral y lo tecnológico están en un mismo lugar. La sustentabilidad es actual pero a la vez es un concepto milenario, que todos los pueblos originarios ya lo tenían. Me interesa pensar el futuro en relación al pasado. Es parte de la armonía de la tierra, lo cíclico, lo continuo”, entiende. “Siempre me interesó la música ancestral: los guaraníes, los tobas, los cantos de la Amazonía –cuenta–. Y también tuve la oportunidad de conocer a un grupo de mujeres en Tucumán, que investigaban el canto con caja. Como mi familia es del Litoral, mis raíces son guaraníes, entonces yo me sentía un poco hereje cantando con la caja. Pero con las copleras me animé y me di cuenta que el canto es una liberación”.

–¿Y cómo encontró su voz?

–Yo diría que es un proceso casi de toda la vida. Empecé a cantar y hacer canciones cuando tenía diez años. Creo que el desarrollo de la voz tiene que ver con lo que me interesa expresar y también pienso que la voz no tiene límites. Hace mucho que vengo investigando sobre la voz folklórica y popular. Estamos trabajando con la investigadora, música y filósofa Carolina Tapia sobre la “reconceptualización” de muchas ideas y preconceptos que existen sobre la voz. Y lo más fuerte que existe en la voz latinoamericana tiene que ver con que los que cantamos. Los que trabajamos con el sonido no tenemos conciencia real de que nuestro cuerpo fue colonizado también en un momento de la historia. Entonces, hay muchísimo para explorar y recuperar en nuestro sonido. Empecé a componer en función de la voz. Y eso te permite trabajar con otros parámetros. Se juega con lo mágico. Muchas músicas uno las termina de entender cuando comprende que la voz y el sonido no están separados del paisaje, de la geografía, de la historia, de la cultura. La academia es algo técnico y está buenísimo, pero no es realmente todo.