En calle Corrientes hay una obra que rompe en cierto punto con el paradigma reinante en el teatro comercial: se trata de Todas las rayuelas, con dirección de Andrés Bazzalo y un elenco potente encabezado por Hugo Arana. Es la historia de Lisandro y es la del país, porque en el personaje aparecen dolores y desencuentros causados por la última dictadura cívico militar. Luego del exilio, Lisandro retorna a la Argentina con una valija cargada de ediciones de Rayuela, resulta sospechoso y es detenido. Entabla un vínculo con un policía y juntos se proponen encontrar a la hija de este escritor que se caracteriza por su irónico modo de ver el mundo. Y que, pese a su pesimismo, conserva las esperanzas.

La obra de Carlos La Casa resultó ganadora de la tercera edición del concurso Contar, que tiene el propósito de estimular la presencia de autores nacionales en la calle Corrientes y que organizan la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales, la Asociación Argentina de Actores y Argentores. Luego de su estreno en formato semimontado en el Picadero junto a otras preseleccionadas, Todas las rayuelas fue elegida por unanimidad por ocho productores: Sebastián Blutrach, Pablo Kompel, Mauricio Dayub, Nacho Laviaguerre, Carlos Rottemberg, Julio Gallo, Gustavo Ferrari y Roberto Bisogno (ver recuadro). 

  El mismo concurso dio origen a la exitosa Bajo terapia, estrenada en Buenos Aires en 2015 bajo la dirección de Daniel Veronese y representada en Madrid, Estados Unidos, Costa Rica, República Dominicana, Noruega, Colombia y Perú, próxima a verse en Brasil, México, Italia, Paraguay y Puerto Rico. Todas las rayuelas se presenta de miércoles a domingos en el Multiteatro (a las 20.30, y los sábados también a las 22, en Corrientes 1283) y cuenta con actuaciones de Esteban Meloni, Paula Ransenberg, Daniel Dibiase y Heidi Fauth. En la entrevista con PáginaI12, Bazzalo –que el 18 reestrenará Los sirvientes en el Teatro del Pueblo– y Arana –que espera el estreno de la película Delicia, con dirección de Marcelo Mangone– destacan la sencillez del espectáculo, además  de las posibilidades que habilitó el texto en términos de actuación.

–¿Qué es lo que principalmente les gustó de este material?

Andrés Bazzalo: –Es una obra muy sencilla, sin embargo es honda y permite referirse a una cantidad de cosas. Permite una actuación llena de sutilezas y, básicamente, es una comedia. Nos permite ponernos creativos y un trabajo de equipo que está muy presente. El carácter entrañable que tiene, tan cercano, nos aunó. La gente sale encantada, agradada y tranquila, a pesar de que la obra tiene su perfil dramático. Habla de nosotros y no elude la referencia a un pasado inquietante, siempre presente. Y no es admonitoria, no baja línea, los personajes son todos imperfectos. 

Hugo Arana: –Es una joya de obra. Pide la parte noble de uno. Uno siente que no tiene que lucirse, que no tiene que ser brillante ni inteligente. Que no tiene que sobreactuar ni subrayar. Porque la obra es de una claridad… tiene todo. Una ideología sin ningún panfleto de nada y un hecho dramático que es cercano a cualquier ser humano. Creo que es una obra para Rusia, China, cualquier lado. Y tiene humor sin chistes. 

–¿La risa, entonces, se desprende de las actuaciones?

H.  A.:  –No, pasa en la obra. Y repercute. Uno escucha las carcajadas. A la vez, tiene un grado de ternura... Es conmovedora. El llanto conmovido no tiene que ver con lo trágico, el dolor o el desgarro, sino con la unión con sentimientos muy profundos, que tienen que ver con la niñez, la memoria emotiva y emocional. Siento, además, que más de una vez uno lee una buena obra y dice “es para cierta clase de público”. Esta es para un peón albañil paraguayo, un neurólogo o un político.

A. B.: –A mí me parece preciosa, pero lo que puede producir tiene que ver con la actuación. La obra la permite; hay otras que limitan las posibilidades. Hay un equipo recontra talentoso, y Hugo a la cabeza tiene un personaje entrañable que él construyó. Esta obra se puede hacer de muchas maneras, como todas. Se puede hacer mucho más dramática. El humor está en la obra pero los actores lo profundizan. Efectivamente es un casamiento con la actuación. Es lo que he procurado: una especie de comprensión sensitiva e inteligente del material. El elenco, también, se encontró con el texto y percibió eso. Siempre les dije: “Muchachos, es comedia. No lo olvidemos”, porque es fácil caer en un ritmo muy dramático. 

–¿Qué opina de esto, Arana?

H. A.: –Hamlet hace 500 años que se hace. ¿Por qué? Porque siempre hay una mirada, se pone el acento en algún aspecto. No digo que esta obra sea Hamlet… Lo que siento es que pide de uno un lugar sensible, alegre, feliz, de búsqueda de armonía. Uno de verdad se ocupa del profundo placer de actuar. Por eso se habla de actuar con el público y no para él. Insisto: es un material que permite que uno se luzca solo. No hay que marcar nada. Si bien la lucha es conseguir eso. No es que uno dice “ya está”. No está nunca. Cada día es nuevo, tiene que ser fresco, verdadero. Uno sabe lo que le pasa al personaje, pero él no. Tiene que estar vivo, receptivo. 

A. B.: –Hugo es muy modesto. Porque uno de los atractivos de esta puesta es su trabajo. He escuchado a muchos compañeros y espectadores decir: “Hay que venir a ver a Hugo que no hace ningún esfuerzo por actuar, es la actuación viva y auténtica”. Y vos, Hugo, se lo atribuís al texto. Hay que atribuírselo a un gran actor. Que sólo es. Sin ningún esfuerzo, sin empujar nada desde lo dramático. Es una clase de actuación. Una actuación orgánica, absoluta, donde se deja ser. Es infrecuente. No tiene artificio.

H. A.: –Esto ha tenido que ver con los entrenamientos de memoria emotiva y sensorial. Siempre me pregunté cómo se hace con los miedos y la vanidad. La vanidad y el miedo existen, la tarea es qué hago con ellos. “No, no hay que tener miedo”: esa sentencia parece de Lisandro. “Nunca es tarde. De sólo desearlo, el universo se moverá para dártelo”, son las ironías que dice el personaje. Mi vanidad está, como en cualquiera. Cada tanto le doy unos caramelos para que no me convierta en un imbécil. No quiero que me lleve de las narices. Pero está, entonces trato de ponerla en la tarea. Que me digan “che, qué buen laburo”: ésa es mi vanidad. Además, amo mi profesión. Permitirme seguir jugando como un niño es extraordinario.

–El Contar responde a un desequilibrio en la cartelera comercial entre autores nacionales e internacionales. ¿A qué atribuyen este desequilibrio?

A. B.: –Qué difícil responder eso. Nosotros tenemos una muy potente producción de materiales dramatúrgicos en el off, muy interesantes y de consumo en otros países. A su vez tenemos muchas veces en el teatro comercial obras extranjeras que no son atractivas necesariamente, convertidas en algo atractivo por el equipo artístico. A lo mejor hay una cierta dramaturgia un poco prejuiciosa. Por ejemplo, Carlitos La Casa dice que él admira a autores como Neil Simon, un autor comercial norteamericano, súper eficaz y popular. A lo mejor hay un tránsito para hacer entre una producción muy sesuda, intelectual, poco condescendiente, hacia posibilidades más populares. A lo mejor hay que unir esos espacios. Indudablemente, la escena comercial tiene determinadas exigencias. Necesita de una asistencia masiva de público. Tal vez estos sean los inicios de la posibilidad de generar una dramaturgia nacional que atienda a las necesidades del teatro comercial. 

H. A.: –Un día agarré una revista griega y encontré un artículo de un politólogo que arrancaba diciendo: “La nona, ese cuentito de la abuelita que come, come, come, va destruyendo todo, una familia, bla bla”. Hacía todo un prólogo para ponerse a hablar de la realidad en Grecia. ¡Me agarró un orgullo! Pero no porque estaba ensayando La nona... sino por decir “carajo, una obra argentina es un símbolo universal”. La nona es lo que quieras: los fondos buitre, el fascismo… estrenó en el ‘77. Y los milicos no se dieron cuenta de qué era. Creo que hay una cultura Mc Donald’s. En cinco minutos tenés un platito de comida, comelo todos los días, alimentate de eso, ya vas a ver lo que te pasa. Libre competencia, le llaman. Un director francés de cine escribió una carta a los productores de Hollywood y les dijo: “elegimos los mismos sueños, transitamos los mismos caminos, soñamos las mismas utopías; por favor, no nos maten”. La carta de una figura mundial. O sea: hay un supermercado. 

–¿Es diferente trabajar con un texto nacional de hacerlo con uno extranjero?

A. B.: –El teatro es un medio de comunicación y una forma de buscar empatía con el otro. La búsqueda está allí. Lo que más pesa, para mí, es el estilo, la propuesta poética. Uno elige, en general, materiales con los que se identifica y cree que puede buscar la identificación del otro, aunque sean de Shakespeare. Luego, lo que plantea incógnitas, soluciones a buscar, es el estilo.

H. A.: –Depende del cuento. Gracias a Dios, el teatro es un lenguaje universal. Pero no hay dudas de que uno quiere hacer teatro nacional. En las giras de Mineros, en muchos lados nos convocaban a conferencias de prensa. En Mendoza, Rosario, Tucumán. Venían alumnos de teatro. Yo agarré un tema con el que insistía. La respuesta era “ustedes en Buenos Aires tienen todo, Dios atiende en la capital”. Yo decía: “Muchachos, no puede haber nadie más sabio que un santiagueño para hablar de Santiago. Un cortometraje vale dos pesos hoy en día. Unanse, reúnanse, agarren autores santiagueños. Cuenten su propia historia, dejen de mirar a Buenos Aires como un faro. Es una luz alta en el camino y te manda a la banquina. Te encandila. Hagan su historia”. Yo le digo que Dios atiende en Los Angeles. Entonces, ¿qué hago? ¿Empiezo a estudiar inglés, voy allá y me mato diez años? Si sos del interior, vení a Buenos Aires y en televisión vas a hacer de mozo, portero o mecánico, porque tenés acento norteño. Yo nací acá, en la Capital, es mi aldea. Si hubiera nacido en un pueblito de Corrientes capaz que estoy acá, tratando de hacer televisión. Pero... claro que uno quiere hacer teatro argentino. Habla de tu aldea y enseñarás más que cien libros.

–¿Cómo piensan que la obra dialoga con el contexto político, por ejemplo con las declaraciones de Gómez Centurión?

H. A.: –Le corta los tobillos a Centurión. No es que la historia está siempre presente en la obra, que tiene conflictos personales de los personajes ajenos a esa situación. La transita de una manera... ¡estoy tan encantado!

A. B.: –Le corta los talones a Centurión de una forma tan sencilla, porque es inevitable. Es nuestra historia. Está ahí. La obra no dice nada. Pero está ahí. Todos tenemos atrás nuestra historia. Nosotros pasamos, los padres de los más jóvenes pasaron... todos pasamos por eso, en distintos lugares y bandos. Pero está presente la historia. Siempre latente. No se borra.


El molde de los productores

“Estoy más contento con esta obra que con Bajo terapia”, admite, muy sincero, Mauricio Dayub, uno de los ocho productores que eligió a Todas las rayuelas como favorita del Contar3, después de que se presentara en formato semimontado en el Picadero, con las otras obras preseleccionadas por un jurado. Los productores tienen la última palabra: son quienes definen cuál hace su pasaje a la calle Corrientes. “Este es un paso de Aadet (la Asociación de Empresarios Teatrales), porque nos hemos salido del molde con esta obra”, asegura Dayub.

–¿Por qué han elegido producir Todas las rayuelas?

–Cuando terminó la presentación de las obras en el Picadero, el interés de los productores fue unánime. Particularmente sentí que era especial, dentro de lo que se busca habitualmente en una obra de teatro comercial. Se alejaba de lo que hay en cartel, porque no era sólo una comedia con humor, además tiene emotividad. Es un color distinto. Y me parece bárbaro que este tipo de espectáculos sea apoyado por los productores. No es, claramente, producir más de lo mismo: es aportar a un teatro que no está dentro de los cánones del comercial. Que sí, que va para la calle Corrientes, pero no es la típica comedia sólo divertida.

–¿Qué pasó con el Contar2? ¿No se llegó a estrenar ninguna obra?

–No se eligió ninguna. Puede pasar que los productores no vean posibilidades a las obras que elige el jurado. 

–¿Considera que esta obra cumple mejor con el objetivo del Contar que la primera de las elegidas?

–Es un paso. Nos hemos salido del molde. Nosotros elegimos en función de lo que selecciona el jurado. No hay desde la producción ninguna inclinación particular por cómo tiene que ser la obra. En este caso está bueno resaltar que no es la obra típica del teatro comercial. Bajo terapia también fue una elección acertada: 16 países compraron los derechos. Y es un éxito en Barcelona y en Madrid, o sea que demostró los valores que tenía. Nos va a costar llevar público a Todas las rayuelas, porque está eligiendo otro tipo de espectáculos. Pero estoy más contento que con Bajo terapia. Creo que es una obra especial.