La tentación de darle un golpe grande a la mesa y hacer saltar todas las fichas, es casi irresistible. Fue decepcionante la producción de la Selección Argentina el sábado ante Colombia. Pero el bisturí no irá hasta el hueso. Lionel Scaloni no hará más de dos cambios en la formación que enfrentará a Paraguay en Belo Horizonte. De acuerdo con lo que viene trascendiendo desde la capital del estado de Minas Gerais, Milton Casco iría como lateral derecho en lugar del cuestionado Renzo Saravia, Rodrigo de Paul o Matías Suárez jugarían desde el arranque en lugar del inexpresivo Angel Di María. Todo en estricto modo potencial.

Pero los problemas argentinos van mucho más allá de los emparches circunstanciales. Porque hay una carencia preexistente: la falta de una idea clara de juego y de un funcionamiento que la sustente. Scaloni sigue haciendo pruebas como si estuviera atravesando una ventana más de amistosos en fecha FIFA y no, la más alta exigencia del año. Aquella en la que se juega su permanencia en el cargo. El técnico no tiene nada definido. Cambia y vuelve a cambiar, saca y pone como si el equipo aún no estuviera claro en su cabeza. Toma decisiones de las que inmediatamente se desdice. Jorge Sampaoli hizo lo mismo hace un año en el Mundial de Rusia. Y ya sabemos cuál fue el final de la aventura.

El partido del sábado remitió a aquellas imágenes de la Copa del Mundo que se creían sepultadas por los malos recuerdos. El juego pesado, espeso, lateral y sin sorpresa, la falta de solidez defensiva, los problemas para gestar fútbol de ataque desde cualquier sector de la cancha, los jugadores puestos en funciones ajenas a sus condiciones, los roles complementarios de Lionel Messi y Sergio Agüero y los espasmos individuales con los que en el segundo tiempo trataron de arreglarse los desaguisados del primero, fueron una ingrata continuidad de todo aquello que terminó de hacer agua en la eliminación ante Francia en Kazán, y que se creía superado. O por lo menos en tren de superación.

Y eso es lo que más inquieta. Que la crisis no se ha espantado, que los negros nubarrones siguen sobrevolando el cielo de la Selección, y que se ha consumido un año sin encontrar soluciones. Demasiado temprano, otra vez hay que salir a jugarse la ropa en la Copa América en condiciones de baja confiabilidad. El crédito se ha extinguido y aunque el mejor jugador del mundo está de nuestro lado, nada asegura que se le pueda dar adecuada resolución a los partidos contra Paraguay y Qatar, en los que estará en juego el pase a los cuartos de final. O una indigerible eliminación en primera fase.

 

 

Queda poco tiempo. Y pese a ello, Scaloni deberá encontrar la manera de sacar la pelota bien jugada desde el fondo y no a los bochazos, de darle salida a los laterales y no de encerrarlos como lo estuvieron en el primer tiempo con los colombianos, de que los volantes se atrevan a jugar al espacio y no se presten la pelota entre ellos, de que Lo Celso arranque desde la derecha y llegue a todas partes y no termine jugando de cuatro bis para tapar las subidas del lateral izquierdo rival, y de que el juego llegue arriba como para que Agüero, Lautaro Martínez o quienes terminen jugando como centrodelanteros, no terminen estrellándose contra los marcadores centrales adversarios. Sólo si esto se encamina, Messi podrá ponerse a brillar y hacer la diferencia. Si no, seguirá haciendo lo que viene haciendo hasta aquí: lo invadirá el desánimo. O tratará de resolver con los dientes apretados, lo que no puede componer con su fútbol.

Pero antes de todo esto, hay otro trabajo urgente que hacer. Y es el de definir una idea, un concepto, aquello que se pretende expresar dentro del campo de juego. En el último año, la Selección ha dado la impresión de no tener planes, de jugar lo que salga, de improvisar sin tener grandes solistas. No hay red que pueda sostener las bajas individualidades. Ni estas pueden compensar o disimular la falta de una sólida estructura colectiva.

Scaloni afirma pretender presión alta, verticalidad y ataques cortos. Pero ante los colombianos salió a esperar y apostó al contraataque sin tener jugadores dotados para ello. Y después cambió al comprobar que Messi y Agüero no se pasaron la pelota y sólo una vez se pudo entrar al área colombiana. Lo que podría elogiarse como versatilidad o flexibilidad, en la Selección Argentina da la impresión de ser improvisación o volantazo ante la primera dificultad o momento desfavorable. No es que la partitura está borroneada sino que el director la cambia a cada rato.

Hay un último dato contundente que ayuda a entender hasta qué punto se ha degradado la Selección: de los últimos 10 partidos oficiales (Eliminatorias, Mundial y Copa América), ganó apenas dos (Ecuador y Nigeria), empató 4 y perdió 4 con 10 goles a favor y 15 en contra. O sea que de los últimos 30 puntos que disputó, la Argentina apenas si logró 10. Una señal más que evidente de que ya no somos los que alguna vez fuimos ni tenemos lo que creíamos tener. Ya no en la elite del mundo, sino en Sudamérica, en el patio de nuestra propia casa. Allí donde antes se pisaba firme y ahora cualquiera nos moja la oreja.