En la historia del cine, hay directores fundacionales, que han contribuido a configurar la identidad nacional de un país, a darle gran parte de su voz y de su imagen: John Ford en Estados Unidos, Jean Renoir en Francia, Theo Angelopoulos en Grecia, Im Kwon Taek en Corea, Leonardo Favio en Argentina. A esta lista, que está lejos de ser exhaustiva, hay que sumar al filipino Lav Diaz (Mindanao, 1958), de quien la plataforma online MUBI  propone su opera magna, A Lullaby to the Sorrowful Mystery (Una canción de cuna para el triste misterio), un film monumental, de más de ocho horas de duración, sobre el mito de origen de la revolución nacional que hacia fines del siglo XIX acabó con trescientos años de dominación española.

Por cierto, Lav Diaz no es un recién llegado. Su cine viene asomando en el circuito de festivales internacionales -Mar del Plata y el Bafici incluidos- desde hace tres lustros, con puntos altos en Evolution of a Filipino Family (2004), Melancholia (2008), Norte (2013) y Mula sa kung ano ang noon (Lo que viene antes), que ganó el Leopardo de Oro del Festival de Locarno 2014. La melancólica respiración del cine de Lav Diaz, de sus imperecederos planos secuencia y de las desafiantes duraciones de sus películas, que no suelen bajar de las seis horas (un récord que hasta ahora parecía ostentar solamente el húngaro Béla Tarr) tienen siempre un protagonista común: la clase trabajadora filipina. 

La exigencia de su cine es, por cierto, extraordinaria, pero como señaló alguna vez el crítico austríaco Christoph Huber esa exigencia “se ve recompensada por la experiencia física del tiempo y por un asombroso, singularmente concreto sentido del espacio y las emociones de los personajes”.

Y esta Canción de cuna para el triste misterio, ganadora del premio Alfred Bauer de la Berlinale 2016 e inédita en la Argentina, nunca exhibida siquiera en el Bafici o el festival de Mar del Plata, no es la excepción. Auténtico film-río, pleno de afluentes y efluentes, que van construyendo una suerte de gran delta cinematográfico, con multiplicidad de relatos que parecen islas (así como 7000 islas constituyen el gran archipiélago filipino), la de Diaz es, como muchas de sus anteriores, una película eminentemente coral. 

Y elusiva. Así como su film previo, premiado en Locarno, remitía a las consecuencias de la dictadura de Ferdinand Marcos sin necesidad de nombrarla, aquí la canción de cuna a la que alude el título es una canción revolucionaria que se convirtió en el himno de la independencia filipina y que sirve como lejano leitmotiv para varias de sus historias.

Historias que –como la de la mayoría de las independencias americanas– están hechas de avances y retrocesos, de lealtades y traiciones. Pero como siempre en el cine de Diaz, en Cuna no hay grandes héroes nacionales sino mitos y leyendas. Y personajes comunes, que luchan contra la miseria y la naturaleza, contra una selva impenetrable, fantasmal, en la que un grupo de hombres busca refugio y otro de mujeres va detrás de sus muertos, como unas Antígonas buscando sepulturas que no encuentran. 

La austera fotografía en blanco y negro no hace sino acentuar el carácter trágico de la película de Diaz, que con su final abierto parece decir que la lucha continúa, que la revolución es un sueño eterno y la auténtica independencia es la que Filipinas sigue buscando todavía hoy.

* La plataforma online MUBI (https://mubi.com/es/showing) está exclusivamente dedicada a cine de autor (de Jean-Luc Godard a David Lynch), organiza sus películas por ciclos y retrospectivas e incluye un blog (sólo en inglés) con artículos monográficos a cargo de críticos especializados. Su motto es “La vida es demasiado corta para películas malas”.