Una ráfaga potente de felicidad y extrañamiento invade el cuerpo. Leandro Erlich tiene la singular capacidad de modificar el campo perceptivo del espectador hasta llevarlo a una escena inexplicable. Con sus eficaces artilugios hipnóticos, nos invita a jugar en un universo con otras reglas, donde, por ejemplo, es posible vencer la ley de la gravedad en La pileta que instaló en la planta baja de Liminal, su muestra en el Malba. Con un panel trasparente y una delgada capa de agua, en una piscina de tamaño natural, Erlich genera en el espectador la ilusión de ver a las personas caminar y hablar debajo del agua. Hay que zambullirse y experimentarlo.

Pero no se trata sólo de un engaño óptico, sino que también recurre a elementos disruptivos como el polémico cartel de venta que instaló en la fachada del Malba y que anuncia que se vende una excepcional propiedad de 7455 metros cuadrados (apto todo destino); con 3 salas de exhibición; 680 obras de arte (Tarsila, Frida, Diego, etc); cine, auditorio, biblioteca, tienda y bar. Tiene una terraza de 218 metros cuadrados y parking. Entre los amenities figura la piscina climatizada. “Esa situación distinta, que tu cabeza la ve y la piensa de otro modo, me parece interesante porque esa instancia es la que te hace pensar, rever y cuestionar las cosas”, dice el artista.

Nube, 2018. Impresión digital de tinta cerámica sobre vidrio extra claro, vitrina de madera y luces led.

Liminal, la primera exposición antológica de Erlich en el continente americano, incluye una selección de veintiuna instalaciones que demandaron más de una año de trabajo con un equipo de 150 personas y la curaduría de Dan Cameron. El ritmo de trabajo de Erlich es apasionado: tras inaugurar su muestra en el Malba, presentó el jueves pasado la exhibición The Confines of the Great Void en el CAFAM (Central Academy of Fine Arts Museum, Beijing), el museo más importante de China. Su vínculo con Oriente comenzó tras representar a nuestro país en la Bienal de Venecia (2001) con La pileta, que luego compró 21st Century Museum of Contemporary Art de Kanazawa (Japón) para que integrara su colección permanente. Además,  tan sólo en 4 meses, más de 600 mil personas visitaron su exhibición en el Museo Mori de Tokio, entre 2017 y 2018.  

Sus obras resultan inolvidables. Sorprendió cuando hizo “desaparecer” la punta del Obelisco y la trasladó a la explanada del Malba. En Bâtiment, una instalación tan fotografiable y viralizable como La pileta, desató uno de sus grandes artificios: invitó a que la gente se colgara de una cornisa y se quedara con una imagen convertida en recuerdo inalterable. En Buenos Aires, París, Linz (Austria) y Donetsk (Ucrania), entre otras ciudades, hizo diferentes versiones de la instalación inspiradas en la arquitectura del lugar. 

En Pulled by the Roots (Place Karlsruhe, en Alemania),  construyó una casa de tamaño real y la hizo levantar con una grúa para mostrar su base llena de raíces como evidencia de la comunión entre artificio y naturaleza. Maison Fond, que se presentó en la Gare du Nord como parte del festival Nuit Blanche, es una construcción de unos 7 metros de altura que está inclinada, derritiéndose: el derrumbe es inminente. El título es un juego de palabras que suena en francés como “Mes enfants” (mis hijos) y que alude al inquietante futuro que tendrán las próximas generaciones.

Erlich, que vive y trabaja entre Buenos Aires y Montevideo (tiene sus estudios en ambos sitios) y que es un artista consagrado en la escena  internacional, pone en jaque nuestra percepción de la realidad: nos lleva a un estado de asombro y perplejidad. La experiencia es única e irrepetible: la sensación de extrañeza invade. Hay en sus obras algo fabulosamente hipnótico y al tiempo alienante: ¿qué pasaría si a cada paso necesitáramos poner en duda nuestra percepción de la realidad?

Erlich explora y ausculta las posibilidades visuales y conceptuales de la paradoja y del reflejo –la distorsión de la propia imagen y los reflejos son temas claves en la historia del arte desde el siglo XV hasta hoy-. En la peluquería y  en el pequeño jardín que montó en el Malba, nuestra imagen se disuelve y nuestro reflejo es el de otra persona. Los ascensores no conducen a ningún sitio o paran y nos dejan ver escenas totalmente verosímiles al punto que dan ganas de subir, pero aquí no hay lugar para el espectador participante.

La pileta,1999. Estructura metálica, madera, plexiglás, agua y escalera metálica.

MI PERSIANA AMERICANA

En El aula, vemos nuestra imagen en un espacio ficcional: sentados en pequeños pupitres de madera como los que usábamos en el colegio, frente a un pizarrón. Ese que vemos allí –que acaso sea uno mismo visto por el chico que alguna vez fuimos– deviene fantasmal, difuso, mortuorio. Ese viaje repentino al pasado se experimenta también en Próximamente, su muestra en la galería Ruth Benzacar pensada como una precuela de Limimal, donde volvió a la pintura (con afiches de películas jamás filmadas inspiradas en sus instalaciones) para montar un hall de cine exactamente igual a los que había antes en la calle Corrientes. No es casual la elección del sitio: el cine nos sumerge en otro espacio y en otro tiempo. A diferencia del teatro o de la pintura no requiere que el espectador asuma criterios de verosimilitud forzados. 

Liminal, que se prevé será un éxito de público, desata un aspecto emotivo que permanece a flor de piel después de ver la muestra. Con paneles de vidrio impreso en múltiples capas, Erlich crea nubes tan reales, esponjosas y bellas como las que vemos desde un avión. No hay truco ni ilusión: la exposición del mecanismo no opaca en lo más mínimo el efecto, sino que potencia la obra. Ocurre lo mismo con Vecinos, donde nos convertimos en fisgones agazapados tratando de averiguar qué hacen nuestros vecinos de palier; en La vista, donde podemos ver qué hay detrás de una persiana americana muy Soda, y en La vereda.

El enigma sigue en una videoinstalación de una sala vigilada por una veintena de cámaras de seguridad que nos ubica en el lugar del personal que controla ese sitio. Unas ventanillas de avión nos llevan a una vista similar a la que vemos de día cuando viajamos. “Se trata de una vista muy familiar para la gente que viaja mucho. Ese es el punto de referencia: no hay tierra, no hay agua, no hay mar, no hay edificios. Simplemente hay nubes y no sabés exactamente dónde estás: para mí esa es la definición de un espacio liminal: un espacio transitorio entre el origen y el destino”, dice Cameron. 

Con anclaje real, esas experiencias atrapan. “El misterio radica en que hay algo que no es explícito. Tiene que ver con no comprender del todo algo y que haya un espacio para que sea resuelto. Hay algo para conocer, para descubrir: este es un factor que aparece en todas las obras”, dice Erlich. Y agrega que quiere que el espectador “entre en este juego, se involucre con las obras y que, a través de su propia vivencia en la muestra, haga su interpretación acerca de qué significan la experiencia y las obras para ellos, más allá del aspecto lúdico y del juego de percepción”. 

LAS PUERTAS DE LA PERCEPCIÓN

En la explanada del Malba, está Window and Ladder- Invisible Billboard, una escalera de salvataje apoyada en una ventana, flotando en el aire: el único fragmento que queda de una casa destruida. Erlich creó la primera versión de esta instalación después del huracán Katrina. Para los habitantes de Nueva Orleans es un símbolo elocuente de la tragedia que vivieron: al punto que  decidieron comprar la instalación y mantenerla como monumento permanente en el Museum of Modern Art New Orleans. Ahora, en la explanada del Malba la obra adquiere un sentido muy diferente, en sintonía con House Attack, una típica casa de techo a dos aguas del reconocido artista austríaco Erwin Wurm dada vuelta y a punto de caer del Museo de Arquitectura y Diseño, que integra Bienalsur. Esa casa en equilibrio inestable desconcierta al espectador y pone en duda cualquier certeza: condensa tanto la posibilidad de una caída inminente como el anhelo inalcanzable de la casa propia. 

En Minimalismo, Posminimalismo y Conceptualismo norteamericano en los años 60 y 70, la magnífica exhibición en Proa que reúne obras de Dan Flavin, Sol LeWitt, Fred Sandback, Bruce Nauman y Dan Graham, un texto de Lewitt resulta iluminador para pensar, más allá del conceptualismo, la obra de Erlich. Entre los 35 puntos clave sobre el arte conceptual, consigna que “los juicios racionales repiten juicios racionales” y “los juicios irracionales conducen a nuevas experiencias”. 

La muestra en el Malba propone una experiencia liminal absolutamente personal. Es posible espiar por la mirilla, mirar por las ventanillas de un avión, animarnos a sentarnos en el pupitre de la escuela y ver ese reflejo –acaso ominoso–. Y zambullirnos en la pileta: nadar, nadar sin destino, huir del dolor hasta asomarnos a la superficie, desde esa frontera difusa entre realidad y ficción.

Liminal en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. Jueves a lunes de 12 a 20;  Miércoles de 12 a 21; martes cerrado. Entrada: $200.

Estudiantes, docentes y jubilados acreditados: $100. Hasta el 27 de octubre.

Próximamente en Ruth Benzacar Galería de Arte; Juan Ramírez de Velasco 1287. Martes a sábado de 14 a 19. Gratis. Hasta el 20 de julio.