¡A deconstruir, a deconstruir! La alternativa de la hora marca los debates académicos y los griteríos televisivos sobre lenguaje inclusivo, los planteos cotidianos, las fórmulas electorales. Y también los espectáculos para chicos y chicas dedicados al amplio segmento progre y citadino. En forma de libros llegó hace tiempo, por ejemplo, con los de la muy vendida Colección Antiprincesas (que de la mano de hits como el de Juana Azurduy logró pasar cierta franja de nicho para abrirse a otros públicos, también con la venta en kioscos). Y en estas vacaciones llegó también al teatro, en obras que la tematizan específicamente y que allí ponen el foco explicativo. Presentada como “un musical infantil con perspectiva de género”, Había una vez una bruja, en (La Pausa) Teatral es una de ellas. También está Les payases, “una obra en deconstrucción para todes les niñes”, que va en El Método Kairós.

Lo explicado, se sabe, es enemigo de lo artístico. Algo de eso podría decirse de Había una vez una bruja, la obra de Vanesa German Rieber y Sebastián Kirszner, tal como está planteada su estructura y su declarado objetivo “en deconstrucción”. Había una vez una princesa llamada Bella, que no quería ser princesa. En el pantano conoce a una bruja, Rosa, que ha sido confinada al bosque con sus pociones naturales curativas, sus tejidos, sus recursos “tribales”. Mientras tanto Barbie, la lobotomizada niñera de Bella, tratará de que ella siga el “manual de instrucciones para la princesa”, y que no se desvíe del camino que tenía reservado para ella el cuento clásico, o el patriarcado.

Tres personajes icónicos del mundo infantil son así “deconstruidos”, desde todos los clishés que marcaron infancias. Las princesas que nacieron para esperar a ser rescatadas y conquistadas por el Príncipe Azul, siempre sumisas, buenas, inocentes, débiles, dependientes. Las espléndidas Barbies, siempre flaquísimas y lights, aunque cueste el vómito. Las brujas hechiceras con sus calderos, siempre come niños, feas, peligrosas.

La obra no deja margen de duda ni segundas lecturas ni capa de sentido alguna en el afán de “deconstrucción”. Con recursos simples, se sustenta sin embargo en un gran pilar: las muy sólidas actuaciones de las intérpretes, Evelina Bubillo, Maqui Figueroa y Claudia Rocha. Esta última como la Barbie, sobre todo, sorprende con sus movimientos articulados, su histrionismo y repentismo, su expresividad muy clownesca, con un justísimo fisique du rol, además. Y entre tanta explicación, aparecen momentos teatrales y gags graciosos para los chicos, además de los guiños a los grandes. La música de Sebastián Aldea --“hip hop medieval”--, con canciones interpretadas en vivo, también se destaca.

La “obra en deconstrucción” Les payases parte de una toma de postura política desde el arte: “las infancias libres de estereotipos, discriminación y violencia se construyen”. Sus seis muy jóvenes protagonistas –les seis payases— sostienen el lenguaje inclusivo a lo largo de todo el musical, y en sus cuadros y canciones postulan dejar de lado el celular y salir a jugar, instan a explorar, a atreverse a la aventura, subrayan el valor del juego y la amistad. “Las emociones no son emoticones, el color de la vida es lindo, no hace falta un filtro”, dicen, cantando y bailando muy bien, y con ritmos “de acá” como la chacarera. En este caso el contenido aparece menos explicado y más expresado en cuestiones y relaciones simples, cotidianas. Allí donde transcurre el patriarcado.

Había una vez una bruja
Viernes y sábados a las 17
(La Pausa) Teatral, Av. Corrientes 4521
Entradas $ 300, abuelos $ 250, menores de 3, gratis.

 

Les Payases
Jueves a domingos a las 15
Teatro El Método Kairós, El Salvador 4530
Entradas $ 350