Mauricio Macri llegó a la presidencia conformando un nuevo espacio político con el nombre de “Cambiemos”. Aunque su objetivo no es un cambio hacia delante para poner al país en la senda del desarrollo económico sino más bien, uno en reversa procurando recuperar nuevamente privilegios perdidos, o sea volver al pasado. Su presencia en el poder no es tampoco meramente coyuntural, sino que está ligada a la formación misma del país. No sólo abreva en el neoliberalismo o en los influyentes economistas que impusieron esa teoría en el mundo, sino también en la experiencia de importantes etapas de nuestra historia desde mediados del siglo XIX.

Lo que más teme el hombre es aquello que parece no dar la impresión de pertenecer a su propio cuerpo, aunque la vida se inicia con un nuevo ser diferente a sus progenitores, de allí el impacto terrorífico de Alien (que ahora denominan populismo). Pero no debemos trasladar mecánicamente esta experiencia, real o fantástica, con las fuerzas económicas que conforman el ámbito social en el que vivimos. Y de eso se trata cuando hablamos de la inflación y del dólar. No son parte de nuestra propia naturaleza sino de factores que irrumpieron en la economía como consecuencia de políticas creadas ex profeso. 

¿Cuánto de esta historia viene de aquellos que tienen en su mente un interés lucrativo con el tema e instalan una cultura en torno de él (el endeudamiento externo y la inflación primero, el dólar con fuga de divisas –en vez del riesgo de la inversión productiva– después).

¿Cuántos son los que defienden la extracción de ganancias fáciles a través de maxidevaluaciones que potencian los procesos inflacionarios en una dupla infernal? 

¿O los que terminan esa tarea con un simulacro de dolarización, la convertibilidad y el uno a uno, produciendo una profunda deflación causa principal de todas las crisis mundiales, en el 2001? ¿Son los mismos?

Crisis

Los economistas neoliberales -y el actual gobierno que los representa o los sigue (son como carne y uña)- creen a pie juntilla en el libre cambio, en la competencia, en la apertura de la economía, en las fuerzas del mercado. Pero no por eso siguen a Adam Smith. En la Teoría de los sentimientos morales de 1759, su primer libro, recuerda un economista francés Christian Chavagneux, se encuentra un empleo distinto del concepto de la “mano invisible” del que todos suponen. Es anterior al de La riqueza de las naciones. Allí el gran economista escocés explica que, “empleando un ejército de domésticos destinados a servir sus caprichos, los ricos propietarios rurales son conducidos por una mano invisible a redistribuir la riqueza en su favor”

En la Argentina, las crisis y los procesos inflacionarios no comenzaron con la industrialización, sino que estaban presentes en el siglo XIX, en el período plenamente agroexportador, con las crisis de 1873, 1885, 1890, y 1913 y su origen fue el endeudamiento externo. En los siglos XX y XXI las crisis de 1980, la hiperinflación de 1989-90, la crisis del 2001 y la crisis actual reprodujeron este esquema doloroso para la economía nacional.

Como lo expresa el polémico debate sobre la Ley de Aduanas de 1875-76, otro camino era posible.

Para hacer frente a la crisis de 1873, el presidente Nicolás Avellaneda había propuesto “ahorrar sobre la sed y el hambre del pueblo argentino”. Para ese fin ordenó enviar a Europa el encaje metálico de la moneda, paralizó las obras públicas, rebajó el sueldo de los empleados públicos y no atendió los consejos que se le dieron de establecer tarifas protectoras para la industria nacional. El servicio financiero del endeudamiento externo, especialmente en función de empréstitos tomados en el exterior por Mitre, que al principio sirvieron para financiar la construcción de ferrocarriles y obras públicas y atraer inmigrantes, se incrementó luego de manera formidable por la criminal guerra (como la llamó Alberdi) de la Triple Alianza que destruyó un país vecino, el Paraguay, a fin de abastecer las fuerzas militares.

Estos empréstitos no estaban ya de acuerdo con la capacidad económica del país y consumieron una parte sustancial de su renta. A esto se sumó el saldo negativo del balance de pagos debido a la caída de los precios de los productos de exportación de la época, carnes saladas, cueros, y el cese de la exportación de lana cruda a los Estados Unidos por la ley proteccionista norteamericana de 1867, que prohibía su entrada. El Banco de la Provincia se encontró con una suma enorme de créditos concedidos para pagar las deudas asumidas por el gobierno argentino. Sólo entonces en 1875, por razones puramente fiscales el gobierno llevó al Congreso la discusión de una nueva ley de Aduanas que produjo un intenso debate entre sus ideas librecambistas, que sólo querían salir del paso con nuevos impuestos y las propuestas de varios diputados que levantaron posturas proteccionistas tendientes a construir una verdadera industria nacional.

Capital y trabajo

En ese debate, hace ya 150 años, el entonces joven diputado, Vicente Fidel López, hijo de Vicente López y Planes, autor del himno nacional, decía en contraposición con lo que expresaba el secretario de Hacienda del gobierno Norberto de la Riestra, un reconocido liberal, que presidía la sesión:

La verdadera enfermedad de que está aquejado nuestro país, Sr. presidente, es la falta de capital y espero que el Sr. ministro de Hacienda no se escandalizará cuando le diga que para mí no hay más riqueza sólida verdadera que la que está representada por el oro ganado, acumulando en un país dado. El ejemplo de la Inglaterra lo prueba. La Inglaterra es rica porque tiene oro ganado por ella para dar al extranjero, porque tiene oro propio bien adquirido por su trabajo para fomentar en provecho de su industria y de capital todas las fuentes ajenas. Por eso vive próspera y rica sobre todas las otras naciones de la tierra. Sin oro ganado y aclimatado por el trabajo industrial no hay riqueza verdadera. Pero es preciso, repito, que el trabajo haya formado y aumentado el capital del país y que el fruto de ese trabajo quede depositado en el mismo país y representado en oro. Un país que siente la falta de capital para poder explotar sus fuentes de producción es un país que está siempre expuesto a la crisis, a perder su riqueza y hasta su independencia, según la enérgica fórmula de Carey. […] Pero los librecambistas a todo trance no se preocupan sino de lo que tienen, de los que no tienen no se preocupan; los que tienen pueden naturalmente comprar más barato, y esto es su objeto natural; en todos los países del mundo generalmente son rentistas […] Llamo la atención de los señores diputados sobre la situación difícil en que se encuentra nuestro país. Nuestro país se encuentra hoy en las mismas condiciones en que se encuentra Arabia […] en las condiciones de todos los países, no diré bárbaros, pero sin industria, ni trabajo, ¿y por qué? Y esto es así porque no sabe manufacturar las materias primas que produce”.

Las posiciones de López, que parecen tener un poder clarividente que llega hasta nuestros días, fueron en aquella oportunidad derrotadas. Se aceptaron algunos impuestos pero no para construir una industria nacional sino para pagar las viejas deudas. Hoy, el gobierno de Macri es el resultado histórico de esa derrota. Un país que terminó siendo una “granja de las naciones manufactureras” como predijo Carlos Pellegrini, joven diputado que apoyó a López en aquella sesión.

Dueños de la tierra

Si esos empréstitos ayudaron -en alguna medida- a transformar el desierto en un vergel que permitió exportar nuestros productos agrarios, beneficiaron ante todo a una parte reducida de la población que hacia 1880 se había apropiado de las mejores tierras mediante herencias coloniales, ley de Enfiteusis, campañas del desierto, arrendamiento y compra de grandes extensiones. Fueron las bases que posibilitaron la formación de la llamada oligarquía terrateniente (que incluyó grandes comerciantes y sectores de poder de Buenos Aires y el interior) y financió sus actividades aprovechando en su favor ese endeudamiento. El gran problema de la Argentina, no fue el vacío del desierto del que se hablaba en aquel entonces, sino la enorme riqueza de recursos naturales del que se apropiaron unos pocos.

De allí surgieron los dos pilares del tipo de desarrollo económico que tuvo la Argentina: los dueños de la tierra y el capital financiero internacional, aunque los nombres de sus protagonistas sean distintos a los originales. El sector industrial local quedó al margen como un acompañante no demasiado deseado; las manufacturas y bienes de capital necesario provenían sobre todo del comercio exterior y su correlato financiero y esporádicamente de algunas inversiones extranjeras directas.

La inestabilidad crónica del país, el famoso péndulo económico e institucional del que siempre se habló, fue en verdad provocado por la oposición a toda política industrial y social (correlativa a aquella), que no entra en los marcos de la civilización que pretende la elite tradicional ligada al capital extranjero y al FMI. Ellos quieren que los beneficios del financiamiento externo abarquen como máximo al 20 por ciento de la población, no desean desarrollar el mercado interior ni la industrialización, prefieren volver al gobierno de las vacas (hoy de la soja) y de los palacetes que tenían a principios de siglo ahora establecidos en countries, departamentos suntuosos y barrios privilegiados, y a través de ese endeudamiento fugar sus ganancias y descapitalizar el país. 

Como ya se demostraba a fines del siglo XIX y en el siglo XX (Estados Unidos, y Alemania son el ejemplo) es la actividad industrial la que dio lugar a la transformación económica de los países que hoy están a la cabeza de la economía mundial. Según afirma el economista coreano Ha-Joon Chang, “el desarrollo económico ha sido alcanzado a través de la industrialización, o, más en concreto, del desarrollo del sector manufacturero”.

Gobiernos conservadores

Ahora se padece una grave crisis económica. Por un lado, procesos inflacionarios incontenibles, un gran endeudamiento externo y una subordinación a los intereses de las potencias dominantes y el gran capital internacional. Por otro, como consecuencia de ello, mayor desempleo, empobrecimiento de la población y la quiebra de numerosas industrias y comercios. El gobierno de Macri repite y acentúa las fórmulas de otros gobiernos liberales y conservadores del pasado maquilladas por las teorías económicas y políticas predominantes hoy. El ideal de ese sector después de la crisis mundial del 2008 es fuertemente cuestionando en el mundo. En el orden local, es rechazado por la mayoría de la población y las fuerzas sociales que reclaman sus derechos y se oponen a las políticas de ajuste.

En un mundo donde la globalización ha mostrado sus límites, marcado por constantes crisis, hasta llegar a la actual guerra comercial entre Estados Unidos y China , su última expresión, los productos agropecuarios encuentran grandes restricciones en los mercados de las naciones industrializadas.

Los modelos que nos muestran las grandes potencias actuales son muy diferentes. Estos protegen sus sectores menos competitivos, como el agrario y nos presionan para que les compremos sus productos industriales a cambio de un endeudamiento creciente. Podríamos haber seguido el ejemplo de otros países que partieron casi como nosotros y hoy pesan en la civilización moderna, por supuesto con muchos de sus traumas, porque el paraíso no existe salvo los fiscales. Tenemos así los casos de Australia y Canadá, donde no hubo un monopolio de la tierra, se establecieron sistemas tributarios más progresivos y se dio un impulso a las industrias nacientes. China se industrializó y ya es una de las principales potencias económicas del mundo.

¿Y que es lo que ha marchado en esos países? El rol del Estado. No uno colonizado como el nuestro por grupos dominantes internos y externos, sino mediante un funcionamiento, que procura regular la actividad pública y privada en función de intereses comunes. Esto implica tener en cuenta el mercado interno, impulsar nuevas tecnologías, aprovechar la inversión externa e interna productiva con controles adecuados y exportar productos industriales, incluso agroindustriales, no sólo primarios. No son los cerebros de millones de vacas lo que van a posibilitarlo, pero si el de nuestros científicos y universitarios especializados, antes que después de formarlos durante años, se nos fuguen como los dólares.

* Profesor Emérito de la UBA y del ISEN. Este artículo forma parte de su nuevo libro próximo a publicarse Se me hace cuento que la Argentina aun existe.