Alberto Fernández protagonizó el acto del miércoles en Rosario re-poniendo en escena el verdadero comienzo de su campaña: la ampliación del Frente por Todos (FT) sumando a la mayoría del peronismo con poder territorial. Gobernadores en ejercicio, casi todos no kirchneristas, varios reelegidos hasta 2023. Gobernadores recién electos, todos no kirchneristas.
La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner honró el protocolo de los actos: el principal protagonista es el que cierra, en este caso el presidenciable.
Se firmó un compromiso federal, una plataforma sencilla, que será leída por contadas personas del común e interpretada por muchos decisores. Organizaciones sociales, gremiales y una muchedumbre dieron el marco, embellecido por el Monumento a la Bandera. Un mensaje rico, polisémico a su modo, propio de una fuerza nacional-popular. Se ahorraron gritos, estridencias, exabruptos.
El Decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo, que fue a presenciarlo, se atrevió a pintarlo como un acto “socialdemócrata con base y banda de sonido peronista”. Exageraba, quizás porque es un recién llegado y también porque se dejó envolver por la alegría de la asistencia.
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Vallas adonde vayas: El presidente Mauricio Macri escogió un formato distinto: un acto de Cámara con invitaciones personalizadas en vez de un recital. Dirigentes, militantes y tuiteros peronistas se extasiaron con las diferencias tal vez subestimando que el macrismo no quiere hacer actos masivos, de ordinario. Por ahí es más preciso apuntar que quiere no hacer actos masivos. No son su fuerte, ni siquiera un recurso importante… no los precisó para vencer en 2015 o 2017.
Una concurrencia cómplice, con acceso celosamente custodiado. El oficialismo se ha convertido en especialista en vallas y trabas al contacto cuerpo a cuerpo. El jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, convirtió a la Plaza de Mayo en un laberinto de fierros que desfiguran su condición de espacio público. Guardaespaldas y “servicios” entornan a Macri y a la gobernadora María Eugenia Vidal sin conseguir evitar que ciudadanos de a pie los interpelen o que Greenpeace despliegue carteles en la Exposición Rural donde el Gobierno de clase ejerce la localía. Todo escapa a la perspicacia de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI): el libro de Cristina, la candidatura de Alberto Fernández, la vistosa y pacífica protesta ambiental en medio de la oda a los patrones de estancia, a los ganados, a las mieses y a la clase dominante.
De cualquier forma, el macrismo sabe hacer campaña, mejor que gobernar. Sus decisiones podrán ser erradas (solo se sabrá cuando se conozcan los resultados) pero jamás producto de la improvisación. El distingo abarca al atípico pedido de Macri por tuit: digan que nos apoyan, no hace falta argumentar. Casi expresando: ni se les ocurra argumentar. Sus adversarios leen una confesión de debilidad o de impotencia discursiva. Podrá existir, en el fondo, pero la sugerencia-reclamo contiene un designio. Sin precedentes accesibles, el cronista confiesa no entender cuál, pero sabe que los operadores macristas son racionales y premeditan las movidas.
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Duranbarbistas y 67ochistas somos todes: Todo se segmenta en esta vida, entre otras variables el interés fervoroso en las campañas. Atraen a una intensa minoría politizada, interactiva y discutidora. Los debates escalan, son tan raros como encendidos, polarizados a más no poder. Sin embargo, quienes comparten una subcultura comparten perspectivas, criterios, influencias de la época. En la nueva Argentina “todes” son un poco 67ochistas, macristas o kirchneristas. Se sospecha de los emisores mediáticos, se les atribuye seriedad o parcialidad de modo tajante, se acusa a algunos, se endiosa a otros.
En paralelo, duranbarbistas son todes. El consultor-estrella tiene un abanico de admiradores que se expande a gentes que lo detestan. A veces se le atribuye una infalibilidad de la que carece, como cualquier ser humano o profesional de la política. Cunde, intuye este cronista, una exagerada valoración de la publicidad, las tretas informativas, la manipulación mediática. A menudo, el “reconocimiento” arriesga contener desdén por la capacidad para decodificar de los receptores de info o de propaganda: el público, la ciudadanía, caramba.
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Entre el diálogo y la iracundia del carajo: Fernández “centreó” tratando de lijar aristas y podar espinas del kirchnerismo. Corrió una maratón mediática departiendo o polemizando con periodistas críticos, hostiles o aviesos. Persiguió un doble objetivo: hacerse más conocido y mostrar un perfil abierto a la conversación y el debate.
Macri, Vidal y Rodríguez Larreta se manejaron en el ancho mundo del periodismo oficialista de modo abierto o disimulado. El Presidente sin hacer ninguna excepción.
Este escriba interpreta que la campaña del Gobierno procuró polarizar, sacar de escena a las terceras fuerzas y fidelizar votos propios. Destinó poca energía para seducir a los inseguros o indecisos, fundándose solo en el odio y en el miedo. Tras cuatro años de gestión sin un logro tangible, la capacidad de prometer se devaluó como el peso o los sueldos.
Un oficialismo de derecha promete mano dura, injuria a los adversarios, se permite toques xenófobos. La iracundia de Macri, sus desbordes gestuales comenzaron el primero de marzo en la Asamblea Legislativa… no son, entonces, casualidad. Las espeta a propósito lo que, de nuevo, no significa que dé en el blanco. Tal vez la subjetividad lo traicione, agregue violencia a la convicción que quiere sobreactuar.
Una ventaja, pongalé cualitativa, lleva Macri contra Fernández. Este se presenta como un dirigente que sabe discutir con los propios, con Cristina nada menos. En el FT conviven distintas posturas, se remacha. Es interesante como proyecto, funciona como autocrítica en acción aunque la palabra no se pronuncie. Ofrece el flanco de sugerir divisiones en vez de pluralismo.
Macri es gutural, maneja un vocabulario pobre, simplifica hasta el delirio. Como dirigente o gobernante su discurso deja mucho que desear. Empero, ser panfletario y aún rústico pude funcionar bien en campaña, máxime si sus aliados le hacen eco. Hay un relato tan monocorde cuan afiatado… puede traducirse “somos equipo” una de las metáforas más socorridas del ex presidente de Boca.
Ganoso de no ser demasiado duranbarbista uno intuye que el pueblo soberano ha macerado su decisión durante años, que la publicidad y los frenéticos días de cierre constituyen, ni más ni menos, una parte del trayecto. Las Primarias Abiertas (PASO) del domingo serán otro, darán inicio a una nueva campaña en pos del veredicto final.
A título de opinión supeditada a hechos futuros: los intercambios filosos o furibundos, las chicanas, hasta los bolazos y carajeadas forman parte de las campañas. No hay motivo para escandalizarse. Sí es preocupante la vocación macrista de criminalizar a la oposición, de judicializar un comentario de Alberto Fernández o de procesar a los integrantes de Greenpeace. El desapego legal engloba al manejo de la transmisión de datos el domingo (el affaire SmartMatic) donde el Ejecutivo desacató lo establecido por la Cámara Nacional Electoral. Fea y hasta temible esa actitud que coincide con la praxis desplegada desde diciembre de 2015.