La llegada de la primavera va despejando sigilosamente los anuncios que ofrecen refugios a las "personas en situación de calle". Si la crudeza del invierno trae consigo un cúmulo de datos punzantes como la intemperie (389 personas durmiendo en la vía pública), de consignas que recuerdan la presencia creciente de indigencia estructural ("La calle no es un lugar para vivir"), de imágenes que podrían ser de una fragilidad de guerra (veteranos de Malvinas sirviendo un plato caliente entre colchones y cartones en la Plaza San Martín) y acciones solidarias transversales a la sociedad (apertura de refugios de noche, clubes, colectas), el calorcito primaveral empieza a diluir todo aquello que aloja, incomoda, angustia y anima ciertas preguntas.

El enunciado "personas en situación de calle" es un modo específico a partir del cual pensar ciertos temas y pensarnos a nosotrxs mismxs como sociedad. Una situación que opera con la densidad de un síntoma, donde se aglutinan situaciones desesperantes y dolorosas que consiguen una interpelación profunda de los funcionamientos sociales, sobre la trama general de un problema estructural que produce nuestra sociedad. Con el oído sobre este síntoma como Norte, vemos necesario apostar por correr las fronteras con que viene dado aquello que se presenta como evidente, estable o coherente para pasar a conectarlo con procesos más generales que, por su naturalización, escapan a nuestros olfatos de vecinxs preocupadxs.

En principio, no es posible comprender la situación de las miles de personas que duermen y viven en la calle en nuestro país sin poner en primera plana la debacle económica y social a la que estamos asistiendo en estos años y que resulta particularmente notoria en las grandes ciudades de nuestro país. Los resultados del proceso de expulsión social, laboral y económico se encarnan en personas despojadas de prácticamente todo, sin lugar a donde ir, sin familia que pueda alojar, sin cajones donde guardar fotos, documentos o papeles. Intentan inútilmente llevar su casa a cuestas como el caracol y, también como él, en la intemperie son acechados por el frío y la oscuridad como verdugos. O, más bien, armas de los verdugos. Esta situación de desesperación silenciosa crece sostenidamente al compás del desagrado de algunxs, de la tolerancia de otrxs y de la resignación de tantxs frente al dolor ajeno.

El aumento de la población en situación de calle se conecta intrínsecamente con la dinámica que asume el mercado inmobiliario. Sobre este punto, la sátira de Guillermo Aquino, Palermo Indie, es interesante. El video pone en primer plano la figura de un corredor que asume de manera liviana y cool la promoción de una vivienda que no es otra cosa que un pedacito de la vereda pública. Al mirarlo se vuelve sensato pensar que alquilar dos metros cuadrados de vereda también puede ser otra distopía del hambre de ganancia. Al enumerar los requisitos que solicitan las inmobiliarias, Aquino desenmascara la falsa ilusión de elegir dónde vivir y el yugo al que muchas veces nos arroja el "si no te interesa, alquilale a otrx". Expone, además, la fantasía del capital de alambrarlo todo, de convertir hasta el último rincón común en una propiedad privada, en una mercancía, empujándonos a vivir en condiciones cada vez peores, a cielo abierto en la calle, en viviendas precarias o hacinados en micro-departamentos. Aquino consigue localizar la herida social y drenar momentáneamente algo de su pus pestilente con humor. En este sentido, el rechazo del Senado al tratamiento de la Ley de Alquileres confirma las garantías otorgadas a los corredores inmobiliarios sobre la sacralidad aun resguardada en un Código Civil patrimonialista, liberal y por demás conservador del statu quo. Hacen gárgaras con el pus.

Las acciones gubernamentales de la Alianza Cambiemos aportan lo suyo, remercantilizando la orientación de la política habitacional. En el primer período de su gestión, no sólo el gasto destinado al área disminuyó, sino también el monto presupuestado y ejecutado. Los créditos UVA indexados por inflación condenaron a miles de familias a endeudarse largos años y a pagar precios finales exorbitantes por el acceso a la tan deseada "casa propia". Los programas federales con participación de las organizaciones sociales que daban un fuerte impulso a la creación de cooperativas de trabajo fueron eliminados, creando en contrapartida nuevas condiciones jurídicas favorables a las asociaciones público-privadas (con la Ley de Participación Público-Privada sancionada en 2016), que ampliaron la participación del capital financiero e inmobiliario en el tratamiento del problema habitacional de la mayor parte de los estratos sociales. Los tarifazos, finalmente, con incrementos acumulados promedio del 2.057% en gas natural, del 1.491% en energía eléctrica y de casi un 1.000% en el servicio de agua potable (sólo hasta 2018), golpearon profundamente a la sociedad en general viéndose perjudicados, fundamentalmente, los sectores sociales de menor poder adquisitivo que, para evitar los cortes y pagar las facturas, se volcaron a los microcréditos usureros brindados por la ANSES. Los niveles de saqueo son altísimos. Los de perversidad, también.

Esta desigualdad en la vida social, la de poder tener un lugar donde hospedar la vida o no, viene de larga data. Hace décadas que la construcción de inmuebles se transformó en nuestro país en un lugar de especulación. Valorizar el dinero, valorizar el valor. La construcción inmobiliaria se utiliza como un lugar de ahorro para quienes controlan mucho excedente. Cuando un gran caudal de dinero es movilizado hacia esos bienes, los mismos aumentan de precios, lo cual los vuelve más atractivos para quienes mucho tienen pues ahí pueden "conservar" sus ganancias acumuladas en forma de ladrillos. Entonces es la enorme desigualdad de ingresos entre quienes más ganan y quienes menos la que amplifica la desigualdad. La desigualdad gesta como dinámica económica el aumento de la desigualdad. Nunca hay derrame.

En este contexto, sorprende que parte de nuestra sociedad pueda vivir como si estuviera expulsada de la misma sin estarlo. Sorprende también que haya personas que mueren en las calles por este abandono como su olvido primaveral. Resta recordar que la vida en la calle no se debe a una elección individual, no es una situación natural, ni necesaria. Tampoco se resuelve sólo con mayor solidaridad social. En todo caso, recuperando la voz de Armando Tejada, lxs "accionistas" de la población en situación de calle están más que a la vista. Las propuestas para frenar la especulación en un área de nuestra vida tan vital como el acceso a una vivienda digna, deberían estarlo también. Y no sólo en los meses de invierno.

 

*PEGUES/ Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. [email protected]