Al escribir sobre una obra lo hago como dibujo, pienso las obras cada vez que dibujo, casi reinaugurándolas, volviendo a leerlas y a enunciarlas.
Hacia el 2002 era yo un estudiante secundario con bastantes dificultades para concentrarme y muy poca voluntad para el cumplimiento curricular. Mi escape lúdico era hacer dibujos sobre partes de cuerpos que recordaba de pinturas renacentistas. Miguel Ángel era mi favorito. Básicamente emulaba cosas vistas en obras que me impresionaban. Volvía cotidianamente sobre esos cuerpos huesudos, de enorme potencia, capacidad muscular y tendones fuertes cuya voluntad apolínea vencía el flujo del tiempo. Todas representaciones lejanas a la de mi condición adolescente cuya práctica principal era la de espectador de largas horas de TV en la cama acompañado por chizitos y Coca-Cola. 

Por esa época, estando en la actitud recién descripta, vi a través de la tele, el dibujo de una pierna. Rápidamente leí, en las gráficas que acompañaban la imagen en pantalla, que se trataba de un grabado. Y todo lo que se mostraba era el anuncio sobre la llegada de varias piezas de Rembrandt al MNBA. Esa pierna, que pasó ante mi mirada por menos de un segundo, me quedó, valga la redundancia, grabada por lo distinta a aquellas que yo dibujaba/pensaba cotidianamente en mis escapes de la escuela. Era de hecho apenas más sólida que el vientre fláccido o los senos de la mujer retratada. Veía carne y piel cuyo fundamento no era la estructura y proporción del dibujo, sino los accidentes de la superficie emergiendo a partir de la luz. Recuerdo mi extrañamiento ante los pliegues de piel entre las extremidades flexionadas. Importaban los espacios mínimos y accidentes como la celulitis. Estos daban lugar a la gravedad en la carne que caía. Asistía a una representación de cuerpo distinta, nada platónica, incluso más parecida a la de alguien que podría estar frente a una tele haciendo zapping a años luz de la potencia y la fuerza moral de las representaciones arquetípicas de raíz griega. Un cuerpo perpetuamente en el tiempo, materia en transición, no heroico ni marmóreo, para nada atlético. Uno que, como el de cualquiera, se encuentra en ciclos vitales que incluyen el descenso. A eso, se le sumaban la profundidad del claroscuro, la intimidad, la miniatura y el erotismo.

Abandoné mi cama y fui a la muestra. Naturalmente fue una maravilla. Mi metodología de dibujo casi no cambió con respecto a esa época. Sigo dibujando/escribiendo las obras a través de la emulación y el juego de memoria de lo que me afecta (o se me graba). Rembrandt, con quién inicié vínculo en esa experiencia, me siguió acompañando como alguien con quién dialogar a través de la empatía de quienes enuncian desde “el más acá” en perpetua transición postergando y revisando, al menos por un momento, los lugares en donde se “debería” estar. Hoy vuelvo sobre las formas en ciclos de emergencia y descenso de cuerpos que se vacían, ceden y son envueltos o atravesados por el tiempo, gravedad y espacio.

En Rembrandt encontré una empatía en el erotismo de un cuerpo que está aquí y que da licencia al estar. Qué se permite caer y ser acompañado para, probablemente, emerger luego. Veo esto en tantas otras obras del mismo autor, por ejemplo: El descendimiento de la cruz de 1633/34 en sus versiones de grabado y pintura. El cuerpo que desciende es casi invertebrado si lo comparamos con el de mis primeros afectos renacentistas. Es una carne sin vida y sin voluntad, blanda como los mantos que la acompañan, toma la forma de aquello que la envuelve y se dispone de manera dócil a la recepción de las voluntades que la esperan debajo de la cruz.

Vuelvo ahora al presente y me apropio -seguramente con un sentido diferente al de la enunciadora original- de las palabras de la artista Lula Mari, en esta pequeña experiencia de cuerpos y seres que yacen, emergen, caen y empatizan a través de tiempo y espacio. En Junio de este año ella compartió en su instagram una historia con la imagen de un aguafuerte de Rembrandt desde Londres: Adán y Eva (1638). Nuevamente eran esos cuerpos de carne y formas yacientes en tránsito, en este caso, como el relato indica, a punto de descender al más acá. Reacciono a esa historia diciendo “es uno de mis preferidos de toda la vida. Fue una inyección de estímulo hace como 15 años. Lo amo”. A esto ella contesta: “Es muy amigo tuyo”. Hace ya tanto, de alguna manera, Rembrandt descendió ahí, donde yo estaba y me guió con esas piernas. Hoy, mi relación con la voluntad y el levantarme se modificó, pero en los días de junio necesité nuevamente esa reafirmación de amistad con él.

Por último lo siguiente: En cuanto a lo creativo entiendo que el enunciar es un ejercicio a través del cual me aproximo a algunas cosas acerca de mí, del material que me constituye y de lo mucho que soy depósito de lo otro para dar algo de luz sobre el suelo que habito. La empatía de Rembrandt se refleja en lo legítimo de cada uno de sus gestos: Mas allá de las condiciones sociales en que produjo su obra y lo mucho que habilitaban a lo individual, creo en la posibilidad de sus gestos. Su técnica de dibujo y sus formas de representación de los cuerpos estuvieron, para mi hace años, llenos de licencias y abrieron ese agujero muy humano a través del cual se puede cultivar continuamente la enunciación propia. Vuelvo a recorrer a través de mi dibujo/ pensamiento/ escritura formas germinales de aquella miniatura erótica y de ahí rescato cierto sentido del estar para luego continuar desarrollando una voluntad algo más ajustada a las condiciones de lo cercano e inmediato. También más elaborada a la hora de adscribir o rechazar las formas discursivas de las grandes subjetividades que me rodean en la actualidad. El dibujo como escritura y pensamiento ha sido acompañante y recurso para habitar.

Autorretrato de Rembrandt a los 63 años

Julián de la Mota nació en Buenos Aires en 1984, y es Licenciado en Artes Visuales de la UNA. Desde el 2009 realiza muestras colectivas e individuales en diversidad de espacios. Ha participado y obtenido reconocimientos, premios y menciones en salones y concursos de dibujo, pintura y arte contemporáneo entre los cuales destacan el SNAV, ITAU, UADE y FNA entre otros. Ha realizado la beca ABC de arte contemporáneo (2017). Actualmente se encuentra desarrollando un proyecto de ilustración editorial para una nueva traducción del Infierno de Dante Alighieri al español.