La aventura de Octavio, el buscador de tesoros, empieza en una laguna de Puán, cuando pesca algo de otro siglo en uno de los anzuelos: la carta del cacique Juan Calfucurá al entonces presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza. La tentación inmediata de encontrar unos 100.000 pesos en monedas de oro crecerá como el sol en un horizonte sin nubes. Hacia el final de la travesía lo acompañará Obdulio, un viejo matricero metalúrgico que fue una especie de “actor de reparto” en las revoluciones cubana y nicaragüense y que será testigo de la metamorfosis del héroe, condensada en una frase-obsesión: “No debemos perder Carhué”. En Un hombre llamado PiedraAzul (Vinciguerra), una gran primera novela que publica Carlos Hugo Sánchez, la trama pondera la importancia que tuvo Calfucurá (“piedra azul” en mapudungun), líder de una dinastía que unió durante casi medio siglo a comunidades mapuches y de otros pueblos originarios en una vasta región en parte de Neuquén, Río Negro, La Pampa, el sur de Buenos Aires, de Córdoba y de San Luis, que se conoció como Confederación de Salinas Grandes.

Sánchez (Buenos Aires, 1954) está en el bar Roma, en la esquina de San Luis y Anchorena. Ese lugar en el mundo es como la extensión de la palma de su mano; pero en Roma no puede escribir una línea –aclara- por la amistad que tiene con Jesús, el entrañable dueño de este querido bar del Abasto, que pronto cambiará de manos. “Mi amor por la literatura es como lector y escritor. Soy un tipo común, no muy relacionado con otras escritoras y escritores, que le dedica muchas horas del día a un negocio de herrajes, cerraduras y copias de llave. No me desagrada hacerlo, pero esta dedicación explica que haya publicado recién ahora, aunque escribo desde los 19 años”, cuenta el escritor que estudió Ingeniería en la Universidad de Buenos Aires, carrera que abandonó “al enterarse de que era imprescindible dominar el cálculo de derivadas e integrales”. Su relación intensa con la escritura comenzó cuando asistió por primera vez a un taller literario de la Sociedad Argentina de Escritores, coordinado por Eduardo Gudiño Kieffer. Aunque estudió el Profesorado en Castellano, Literatura y Latín, ejerció la docencia durante poco tiempo. Escribió más de sesenta cuentos y tres novelas. Un hombre llamado PiedraAzul ganó el accésit del XXVII Premio de Novela Corta Gabriel Sijé. El cuento “El tren detenido” obtuvo el Premio Salón del Libro Iberoamericano del Concurso Internacional de cuentos Juan Rulfo (R.F.I, París). En 2001 recibió una mención honorífica del Premio Casa de las Américas (Cuba) por su colección de cuentos Consideraciones acerca del monólogo interior y otros ensayos.

“Mi familia es de La Pampa y allá íbamos en tren con mis padres todos los años”, recuerda Sánchez y cuenta que en 1999 escribió el cuento “El tren detenido”, que magnificaba una detención del tren por una inundación. A alguien se le ocurrió que la aparición de unos fuegos podían ser de la tribu de Calfucurá. “En esa época empecé a interesarme por el General Roca y su campaña al desierto. Por otro lado, soy muy aficionado a la pesca y conozco muy bien esa laguna en Puán donde Octavio ‘pesca’ la carta que le cambiaría la vida. Yo quería hablar de Calfucurá, pero no en una novela histórica sino en un relato ambientado en nuestros días, por eso el recurso ‘mágico’ de la metamorfosis, a partir de la contemplación del ídolo que representaba al dios Elal –explica el escritor-. Leí muchos libros de antropología que daban cuenta de la complejidad étnica de los indios pampas y creo que pude plasmar algo de ese conocimiento en palabras del cura Balderrama. No soy muy consciente de cómo se me ocurren los argumentos, pero sí sé que no me conforma el realismo puro y que me permito dar algún paso hacia lo fantástico, sin demasiadas transiciones. Tal vez tenga que ver mi afición por (Franz) Kafka y (Julio) Cortázar”.

Que la mayor parte de su obra permanezca aún inédita no es tanto una “distracción” del autor como una responsabilidad de los editores y sus prejuicios hacia aquellos que no pertenecen al ambiente de la literatura. “Mi forma natural de expresarme es a través de la escritura –reconoce Sánchez-. Me gusta lo que contesta no sé qué escritor cuando le preguntan por qué escribe: ‘yo escribo porque la vida no alcanza’”.