“Recordar era, de algún modo, soñar despierto”, dice el narrador de La parte recordada (Literatura Random House), el cierre del monumental y genial tríptico de Rodrigo Fresán de más de 2500 páginas sobre un Escritor que pasó a ser un Excritor, alguien que ya no puede escribir, pero tampoco puede dejar de leerse y de releerse. La alegría de la escritura -que en el caso de algunos adopta la forma de la desmesura- está en el principio y en el fondo de esta máquina narrativa que atrapa a los lectores por el modo en que desencadena una galaxia atípica que contiene el universo de la creación. Como un Big bang literario de alta densidad y temperatura que se expande ante lectoras y lectores que se preguntan cómo hizo para ocultarse a la vista de todos detrás de los demás, a la manera de Jay Gatsby. En la biblioteca del Malba, el miércoles por la tarde, Daniel Guebel presentó la novela y dialogó con Fresán.

“La idea secreta de la literatura es la ilegibilidad y no la comunicación, el monumento inhabitable, la forma; no el que escribe sino lo que escribe –planteó Guebel-. Al mismo tiempo, hay una pasión que es la ofrenda de esa palabra, el encuentro con el otro, con lo ajeno”. Para el autor de El absoluto, el libro de Fresán “es la clase de monumento que tiene la condición fluida, la forma oceánica”. “Las tres partes son un verdadero inventario de pasiones no compartidas entre él y yo –reconoció Guebel-. No conozco a casi ninguno de los autores que cita, no escucho a los Beatles y tampoco sé quiénes son aquellos que menciona o a los que alude, suponiendo él que el hecho de mencionarlos los convierte en objeto de interés común. Rodrigo logra la no muy común proeza de que uno se pregunte qué mundo se pierde por no conocerlos”.

El autor del tríptico La parte contada –compuesto por La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada- comentó que cuando publicó La velocidad de las cosas, Guebel, que había leído el libro, pasó entonces por la redacción de Página/12 y le dijo: “Te volviste loco”. Al “loco” Fresán le pareció un elogio genial poder alcanzar una forma de locura con la escritura de un libro. “Hay un cierto infantilismo, en el buen sentido de la palabra, porque en nuestra generación descubrimos que queríamos ser escritores jóvenes. Yo no tengo una vocación alternativa, no recuerdo haber querido ser Batman o jugador de fútbol. Más allá del hecho fundante de la publicación, todos habíamos decidido que íbamos a ser escritores mucho tiempo antes de serlo. Y eso tiene que ver con los libros que finalmente producimos en la adultez, que siempre están imbuidos de una cierta alegría infantil”, explicó el escritor, que vive en Barcelona desde 1999, y admitió que se sorprendió mucho cuando después de la crisis de 2001 empezó a surgir una literatura muy testimonial. “La literatura argentina nunca fue realista; es la única literatura del mundo en el que el 99,99 por ciento de los escritores totémicos frecuentó el fantástico o el cuento extraño. Todos en nuestra generación, de algún modo u otro, lo hicimos”.

Guebel encontró en el tríptico una lección sobre la felicidad de la escritura cuyo origen está de Tristram Shandy de Laurence Sterne. “Tristram Shandy es un libro vanguardista cuando todavía no existía la noción de vanguardia, como el Quijote; pero que devienen vanguardistas después de las vanguardias”, reflexionó Fresán y ponderó la alegría de Vladimir Nabokov y Adolfo Bioy Casares: “¿Qué es lo que distingue a Pálido fuego de muchos de los grandes gestos vanguardistas? Que tiene mucho humor, que es muy gracioso”. El autor de Historia argentina y Vida de santos, entre otros libros, se refirió al trabajo de despojamiento en La parte recordada. “El personaje se va volviendo cada vez más irritante, más miserable, más cretino. Me interesaba explorar ese costado porque me gusta mucho toda esa tradición judeo norteamericana del canalla heroico. Me gusta la idea de la peripecia super cargada y el viaje con muchísimos acontecimientos para llegar al final en un estado de liviandad y poder asumir lo que está más allá de la literatura, que es el presente. El personaje del libro está todo el tiempo inventando, soñando y recordando, que son como los tres combustibles de cualquier tipo de gesto literario. Las últimas cuatro páginas están más allá de la literatura y se concentran en un hecho muy cotidiano y muy poco literario. El personaje descubre que tal vez la realidad era esa”.

Fresán admitió que necesita desintoxicarse de esa tercera persona narradora que parece en primera y que atraviesa el tríptico. “Muchísima gente me dice que está escrito en primera persona y yo les digo que está escrito en tercera persona y me dicen: ‘no, te equivocás’. Es una decisión muy estética que tomé –aclaró el escritor que ganó el premio Best Translated Book Award en 2018 por La parte inventada-. Una cosa que me ayudó a entender lo que había hecho la leí en una entrevista a Joan Didion. En un momento le preguntan por qué no usa la primera persona y ella dice que le interesa una tercera persona que no es el narrador omnisciente, sino una tercera persona como posada sobre la mente de los personajes. Estoy orgulloso de haber generado esa especie de personaje que está hablando como si se mirara desde afuera; es como si el personaje se mirara en tercera persona”.

En estos tres libros, para Guebel, hay una suerte de mesa de disección de la mente de un escritor que no es autoficción. “La percepción que tengo de todos mis libros es que son como diferentes habitaciones de una casa en donde voy prendiendo y apagando la luz”, comparó Fresán y recordó que en un fragmento de Matadero cinco de Kurt Vonnegut para los habitantes de Tralfamadore los libros no tienen principio ni final ni moraleja; son una sucesión de momentos maravillosos contados todos en el mismo instante. “Mi objetivo es escribir libros extraterrestres”, concluyó Fresán, ganador del premio Roger Caillois a la totalidad de su obra por ser “un escritor atípico, transgresor e ineludible”.